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lunes, 24 de marzo de 2003

Las razones de una guerra

La guerra de Irak es, ya, una realidad. La guerra es una realidad porque así lo ha decidido y querido el Gobierno de los Estados Unidos. Sostener lo contrario es negar la evidencia: el comportamiento de Sadam Hussein podría haber provocado una guerra futura, pero no ha empezado esta guerra. Esta guerra es deseada por los Estados Unidos por varias razones. Razones todas ellas que están en que la situación posterior a la guerra puede ser más ventajosa para los Estados Unidos que la situación de partida. Los Estados Unidos van a la guerra porque creen firmemente que controlando Irak logran dos objetivos importantes y algunos secundarios. En primer lugar, controlando Irak con presencia militar de ocupación y/o un régimen aliado, los Estados Unidos tendrán un mayor control sobre tres países que son claves en el terrorismo islámico internacional, a saber, Irán, Siria y Arabia Saudí. Y es que es conocido que Irán y Siria han financiado y sostienen a grupos fundamentalistas que operan en Argelia, en Palestina, en Líbano, en Yemen, en Sudán, en Nigeria y en Indonesia. Como es igualmente conocido que Arabia Saudí es el origen del dinero y de la mayoría de los ideólogos que produjeron la dictadura de los talibanes en Afganistán y organizaron la Al-qaeda de Bin Laden. Controlando Irak se tiene un control casi absoluto de las fronteras iraníes, sirias y saudíes. La paradoja (y la mentira de algunos) es que sufrirá la guerra el único país de los cuatro grandes que no tiene una relación probada con el terrorismo islámico, pero es el más débil y sobre el que más fácilmente se puede justificar la guerra. En segundo lugar, y relacionado con el anterior, controlando Irak, los Estados Unidos controlarán las segundas reservas de petróleo más grandes del mundo, lo que sumado al dominio que ejercen sobre las kuwaitíes y saudíes, en pago por la anterior guerra, facilitará a los norteamericanos el control sobre el muy inestable y político mercado del petróleo. Se garantizan, así, un mercado estratégico que no podían manejar sólo con sus multinacionales y que estaba al albur de problemas como los de Venezuela. Además, la financiación que los países antes citados dedican al terrorismo está vinculado a este mercado, por lo que el control de las finanzas ligadas al petróleo, además de sus beneficios económicos, cumple un objetivo político de seguridad. Finalmente, y como objetivos secundarios, el control de Irak permite a los norteamericanos tener presencia en una zona relativamente cercana a China, a Rusia y a la Unión Europea. Además, y por la forma en que se ha llevado la estrategia y por el conocimiento que tiene la inteligencia norteamericana (¿procedente del espionaje a sus aliados?) de las disensiones europeas, los norteamericanos han conseguido un objetivo colateral: acentuar las diferencias europeas en el momento del paso decisivo en la construcción de un Estado Europeo, el del periodo constituyente. Un Estado que, por múltiples razones, puede ser un competidor incómodo en el mundo del siglo XXI. 

Y las mismas razones, aunque con matices y algunas al contrario, son las que explican las posiciones de Francia, Alemania y Rusia, que también quieren el control de Irak, un control que no puede ser militar como el norteamericano, porque ninguno de los tres países tiene la potencia militar de los USA. Ellos quieren lo mismo, pero por la diplomacia y el comercio y con tiempo, mientras que los Estados Unidos lo han querido ahora que está caliente el patriotismo nacionalista americano, y hay tiempo para que una victoria tenga rendimientos en las elecciones presidenciales del año que viene. Al fin y al cabo la guerra es, como sostenía von Clausewitz, la política exterior por otros medios. Irak es, pues, la pieza clave y la más débil en la actualidad de Oriente Próximo. Y su control aminora lejanos peligros que se perciben en el mundo islámico y desactiva el arma del petróleo que es la principal arma de este mundo. 

Estas son, en mi opinión y en síntesis, las claves de lo que pasa. Todo lo demás son justificaciones. Y es que necesitamos justificar nuestros actos, bien en la legalidad, bien en la razón, porque no podemos reconocernos como realmente somos en las relaciones internacionales: lobos para los demás.