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martes, 23 de febrero de 2010

Gobierno y oposición

La semana pasada se celebró, tras el parón de las vacaciones parlamentarias, el esperado debate sobre política económica. Un debate en el que el Gobierno certificó su incompetencia, pero que retrató una oposición no menos incapaz. 

El Gobierno volvió a demostrar que está desbordado por la situación. Sigue sin hacer un análisis serio de nuestra crisis diferencial, posiblemente porque se conforma con someros estudios; es incapaz de hacer autocrítica; no tiene una idea clara de lo que significa, cuantitativamente, la expresión "salir de la crisis" o "cambio de modelo"; no puede, lógicamente, proponer objetivos razonables y alcanzables; y, desde luego, no es capaz de articular un catálogo de medidas que sean eficaces para lograr esos objetivos. Zapatero no tiene un método de trabajo para articular la política económica, ni siquiera cuatro ideas claras y, por eso, improvisa continuamente. La ocurrencia del miércoles pasado fue la de la comisión para pensar y pactar medidas sobre la crisis. Algo tan evidente como que los ministros que tienen que ver con la crisis se reúnan para coordinarse, y que se intente llegar a acuerdos con la oposición se convierte, por el arte de la impostación de ZP, ¡en una medida de política económica! Porque tampoco es una medida de política económica un pacto por sí mismo. Llegar a un pacto entre las fuerzas políticas solo es hacer más creíble el contenido, si el pacto carece de él, no genera, per se, confianza. Las demás ideas que se aportaron no dejan de ser la enésima cortina de humo de un Gobierno que no sabe adónde va. La oposición del PP fue igualmente decepcionante. Personalizar la crisis en Zapatero es una estrategia política demagógica que insulta la inteligencia: el que se vaya Zapatero no resuelve la crisis, solo produciría un cambio de Gobierno. La crisis se resuelve con medidas de política económica. Y medidas de política económica no son genéricas y ambiguas frases mantra como "reducir el gasto improductivo", "bajar los impuestos" o "reformar el mercado de trabajo", sino con propuestas concretas y articuladas. Una oposición seria habría ido al debate con un diagnóstico ponderado y no catastrofista, unos objetivos claros y un catálogo de propuestas concretas de proposiciones de ley para debatir, demostrando así que tiene capacidad de análisis, ideas y liderazgo. Hacer oposición no es negar, ridiculizar o atacar todo lo que hace el Gobierno, es también, y especialmente cuanto éste es incompetente, arriesgarse a proponer medidas realizables, argumentar y convencer a los demás grupos y a la opinión pública. En definitiva, es mostrar la capacidad de gobernar y ser alternativa. Sé que puede parecer ingenuo, pero, en mi opinión, ser alternativa por la incompetencia del otro y no por los propios méritos es de mediocres. Una mediocridad que mostró Rajoy en casi toda su intervención. 

Los grupos minoritarios fueron, en mi opinión, mucho más coherentes consigo mismos. CiU, fiel a su origen, propone llegar a un pacto con el PSOE como sea con tal de ningunear el resultado, si fuera adverso como presumen, del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Recuperándose poco a poco de la pérdida del poder en el País Vasco, el PNV estuvo mucho más contundente. Izquierda Unida fue el grupo con mayor coherencia al fijar al Gobierno los límites de sus ideas para los posibles pactos. Mientras que Rosa Díez sólo habló de política. 

En definitiva, el debate de política económica de la semana pasada, historia ya al ritmo que se suceden los cambios, vino a corroborar la incapacidad de nuestra clase política para hablar educadamente, para debatir ideas de forma inteligente, para analizar los problemas con profundidad, para proponer leyes y tomar decisiones... o sea, gobernarnos. Me temo que si siguen así, no solo no saldremos pronto de la crisis económica y social que ya tenemos, sino que agravarán la crisis política que arrastramos y que nos impide tomar sensatas decisiones colectivas. 

23 de febrero de 2010