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martes, 21 de junio de 2005

Tres modelos de Europa

En este periodo de reflexión que ha decretado la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno sería conveniente que pensáramos sobre las bases de lo que hemos estado construyendo, sobre eso que siempre damos por supuesto.

Aún a riesgo de simplificar, se puede decir que hay tres visiones básicas sobre qué podría ser Europa, tres modelos básicos de construcción europea: un modelo de "soberanía nacional", otro "economicista" y, finalmente, un modelo "federalista".

El modelo de "soberanía nacional" concibe Europa como una confederación, más o menos unida, de Estados, en la que cada uno mantiene la esencia de su soberanía estatal, y sólo la limita a través de Tratados con los demás. Las reglas europeas, resultantes de estos Tratados, se fijan en función de los intereses de cada país, dejando para el conjunto aquello que no pueden hacer solos. El marco político es, así, el Estado nacional, mientras que la estructura política europea es, entonces, sólo una asociación para mejor servir a los intereses de cada Estado. Ideológicamente es un modelo "neonacionalista" en la que nadie se siente europeo, sino de su nación (tenga Estado o no) y sólo vagamente vinculado a los demás. Por eso, es el modelo de los partidos de extrema derecha, y no tan extrema, como el Frente Nacional de Le Pen en Francia, los neofascistas de Fini en Italia, los ultraconservadores británicos. Y también, curiosamente, es el modelo de la extrema izquierda de los viejos partidos comunistas. Y el de los partidos independentistas de las regiones europeas.

El segundo modelo, el "economicista", separa lo político de lo económico. En este modelo, Europa debe ser, políticamente, sólo la suma de los Estados que la componen, y en esto se parece al anterior. Sin embargo, y puesto que según esta concepción el Estado no ha de intervenir en la economía más allá de la simple regulación de mercados, Europa debe ser, no un Estado, sino un inmenso mercado único, con las instituciones políticas necesarias para que funcione, pero nada más. La política se reservaría, así, al ámbito nacional, pero la economía tendría una dimensión europea. Ideológicamente es un modelo "neoliberal", con cierto carácter nacionalista en política. Por eso, es el modelo que sostienen la mayoría de los partidos de los países nórdicos, los partidos británicos, la mayoría de los partidos alemanes y franceses y, desde luego, una mayoría del PP y del PSOE español.

El tercer modelo, que podemos llamar "federalista", Europa es una realidad política, económica y social. Es una nación única, con diversidades, pero única, en el mismo sentido en que lo son India o los Estados Unidos. Es una unidad que puede dotarse de un Estado, más o menos descentralizado, pero soberano, que es necesario porque el mercado no sólo necesita regulaciones, sino también correcciones, y porque si Europa quiere aportar algo en un mundo globalizado sólo lo puede hacer unida, ya que el tamaño, en política internacional, importa. Un modelo que propugna para Europa un marco jurídico común y un conjunto de derechos comunes, una política exterior y de defensa común, una política económica y social común. Ideológicamente es el modelo de los "europeístas", más o menos liberales o sociales, pero, desde luego, no nacionalistas locales. Por eso, no hay ningún partido político que lo respalde, sino sólo algunos grupos minoritarios de políticos y ciudadanos.

Estos son los modelos que laten en los discursos de cada uno cuando se habla de Europa. Estos son los modelos sobre los que hay que empezar a reflexionar y debatir, sobre los que hay que ver sus ventajas y sus inconvenientes, sus pros y sus contras, porque resuelto este debate, los demás debates, incluyendo el de presupuestos, son debates menores. El problema es que no tenemos demasiado tiempo, porque el mundo da una vuelta cada día y no se para hasta que los europeos decidamos qué hacer con Europa en el siglo XXI.

lunes, 6 de junio de 2005

Y ahora, ¿qué?

Tras los referenda de Francia y Holanda la Constitución Europea está en fase terminal. Se muere, casi sin remedio. Lo que quiere decir, sin dramatizar sus consecuencias, que conviene reflexionar sobre qué se está haciendo y, sobre todo, qué se está haciendo mal en la construcción europea. Y, a continuación, pensar en qué podemos hacer. 

Para empezar, reconozcamos que la construcción europea se está haciendo, no de espaldas a los ciudadanos, sino sin cercanía al ciudadano y sin comunicación. La construcción europea está siendo una cuestión de élites, de políticos enterados, burócratas cualificados y economistas, pero no de ciudadanos. Los ciudadanos no perciben a la Unión, ni lo que significa, ni lo que implica, ni por qué es buena, ni por qué falla. Nadie, al menos que yo sepa, ha hecho un informe de qué habría pasado en nuestras economías si no hubiera existido Europa. Nadie ha repetido aquel informe sobre el "coste de la no Europa" de Paolo Cecchini. Nadie parece pararse a pensar qué sería de las infraestructuras españolas, por poner un ejemplo, de nuestro crecimiento en los últimos años o de nuestra agricultura si no hubiera sido por los fondos estructurales, por el euro o por la PAC. Como nadie parece valorar que seamos ciudadanos de la Unión. No valoramos Europa, y lo más grave, parece como si no importara. No valoramos Europa, y desde luego, no se comunica lo que vale. En segundo lugar, reconozcamos que no hay una dimensión europea en nuestros políticos y en nuestros ciudadanos. Europa no está en la agenda política porque no pensamos en ella en los términos en los que Kennedy hablaba a los americanos, es decir, en qué podemos hacer por ella, y no en qué puede hacer por nosotros. Europa es, así, una referencia etérea, algo para sacar dinero, no una realidad común que construir. Y, finalmente, reconozcamos que el proyecto europeo, tal y como lo estamos construyendo, con tanta indecisión, con tantos intereses y salvedades, no ahuyenta las incertidumbres de la gente. Algo estamos haciendo mal cuando no sabemos comunicar lo que es Europa y lo que significa, cuando no es una preocupación de los ciudadanos, cuando no responde a las aspiraciones de la gente. 

Entonces, ¿qué hacer? Mi propuesta, en línea con lo que ya he sostenido en estas mismas páginas, es sencilla: más Europa, más Constitución y menos Tratados. Y es que quizás sea el momento de hacer un referéndum europeo y preguntar claramente a la ciudadanía de todos los países y al mismo tiempo: ¿queremos construir unos Estados Unidos de Europa con todas sus consecuencias, es decir, con una Constitución sencilla que recoja los valores que nos unen y los derechos que nos reconocemos, un marco institucional por el que nos vamos a regir (un parlamento europeo bicameral, un gobierno europeo responsable ante el parlamento, una judicatura europea), unas competencias amplias (política de defensa, exterior, interior, fiscal, monetaria y de regulación de mercados, seguridad social y protección del medio ambiente, infraestructuras, etc.) y un marco de prelación de normas y de subsidiariedad de las demás estructuras políticas preexistentes, sin salvedades y sin disposiciones adicionales, sin tantos artículos de salvaguarda, sin tantas unanimidades? Reconoceríamos, así, a los europeos como cuerpo político único y, fijando la regla de que si en un país gana el no, este país queda excluido de esta constitución y se revisarán los tratados con él, pero que si gana el sí, se integra con todas sus consecuencias, daríamos un incentivo a los políticos para que comunicaran mejor lo que implica Europa, valoraríamos a Europa en su verdadera dimensión, ahuyentaríamos incertidumbres de la gente. Estoy seguro de que muchos noes franceses y holandeses se cambiarían. Mi solución, pues, es no arrugarse ante el no, es subir la apuesta. Porque, como decíamos cuando éramos más jóvenes, nunca corazón cobarde conquistó mujer hermosa.