Páginas

martes, 27 de octubre de 2009

Culpables o ignorantes

Desde su inicio, ha habido muchos dedos acusadores contra los economistas como culpables de la crisis. Y algunos de nosotros hasta se declaran abiertamente culpables en sus conferencias y publicaciones. Los argumentos para formular esta acusación son, esencialmente, dos: que no fuimos capaces de prever la crisis y que somos responsables de las políticas económicas que nos han llevado a ella. 

La primera acusación, en la que han entrado algunos como Krugman y, en España, Estefanía y otros, es muy ingenua. Parte del convencimiento de que la economía puede prever el futuro, lo que es imposible. Y es imposible por tres razones. La primera es lo que podemos llamar el principio de imposibilidad de Popper, que dice que es imposible predecir la acción humana porque ésta está determinada por lo que en cada momento se conoce; puesto que no sabemos hoy lo que solo sabremos en el futuro, es imposible decir hoy lo que vamos a hacer en ese momento futuro. La segunda razón para no poder predecir tiene que ver con una característica que define esencialmente la acción humana: la libertad, la posibilidad de hacer otra cosa. Solo si no fuéramos libres, si fuésemos máquinas deterministas, podríamos predecir el futuro. Y, finalmente, no es posible la predicción, aún a corto plazo, muchas veces por una razón más pedestre: sencillamente porque no disponemos de datos en tiempo real de muchas variables. Podemos, entonces, predecir a corto plazo porque muchas cosas cambian muy lentamente, pero no a largo plazo, y siempre con dificultad. 

El segundo cargo que se nos formula es el de que somos responsables de la política económica. Y eso es cierto solo en parte, en la parte monetaria, que está muy tecnificada, porque el resto de la política económica está en manos de políticos con escasos, y en el mejor de los casos obsoletos, conocimientos de economía que se mueven más por intereses políticos (los votos o la popularidad a corto plazo) que por racionalidad económica de largo plazo. Es curioso, pero cuando la política económica tiene un fuerte consenso técnico suele funcionar mejor que cuando se politiza. Y habría tantos ejemplos que tendría para escribir varios libros. 

Más interesante que asumir culpas me parece reconocer que la crisis nos ha hecho ver que sabemos poca economía. Nunca se publicó tanto y hubo tantos investigadores como ahora. Pero tampoco nunca hubo tan poca profundidad. Y mi crítica va tanto contra los ensayos como contra los artículos científicos de revistas serias. Los primeros son best-seller escritos para rentabilizar el nombre de su autor, contienen poca argumentación, datos muy sesgados y un relato poco preciso. Y basta leer los libros de algunos premios Nobel recientes para comprobarlo. Comparados con la Teoría General de Keynes o con los clásicos del siglo XIX se ve una inmensa diferencia: no solo es el estilo, es la argumentación, la lógica, la completitud, el ansia teórica de unos y otros. 

Pero siendo esto grave, porque banaliza el debate público y político, más grave me parece que la economía académica que hacemos sea tan ingenua, irrelevante y simple, a pesar de su complejidad matemática. Y es que los modelos macroeconómicos al uso son muy planos en cuanto a sus variables (con dificultad incluyen el comportamiento político, como sugería Lindbeck); siempre reflejan al homo economicus medio; incluyen relaciones causales incompletas y lejanas; se validan con métodos estadísticos conceptualmente elementales; y estudian, normalmente, una pequeña parcela de la realidad. Hacemos, pues, una economía pobre, con pocas ideas y pensamiento. Por eso quizás se vuelve a siempre a Keynes. 

Los economistas no somos culpables de la crisis, como los médicos no son culpables de las enfermedades. De lo que posiblemente sí seamos culpables es de arrogancia y de vanidad, de haber fomentado la sensación de que lo sabíamos todo. Somos, en el fondo, solo culpables de ignorancia. 

27 de octubre de 2009 

lunes, 12 de octubre de 2009

Propaganda presupuestaria

Hace unos días el Gobierno envió al Congreso, para el inicio del trámite parlamentario, la ley de Presupuestos Generales del Estado. Una ley clave en la política económica porque un presupuesto es la expresión económica de las decisiones políticas. Los Presupuestos contienen tanto una valoración de la situación política y económica, como los criterios que con que la aborda. 

Después de analizar con detalle las grandes cifras que ha publicado el ministerio se llega fácilmente a la conclusión de que los Presupuestos presentados por la ministra Salgado son, sencillamente, un ejercicio de propaganda, no de economía. Y ello por tres razones importantes: en primer lugar, porque el cuadro macroeconómico en el que se basan los presupuestos es, sencillamente, increíble; en segundo lugar, porque las opciones de política económica tomadas serán ineficaces para los objetivos que debieran pretenderse; y, finalmente, porque los objetivos que se dice que se persiguen no son los que se plasman en los presupuestos. 

Todo presupuesto parte de un cuadro macroeconómico porque de estas previsiones dependen las cantidades reflejadas en el presupuesto. Así, a partir de lo que se prevé que puede crecer el consumo privado se puede hacer una estimación de la recaudación del IVA; como es necesaria una previsión de la tasa de paro para hacer una estimación del gasto social en desempleo. Fallar en el cuadro macroeconómico supone fallar en la ejecución y tener que hacer permanentes e improvisados ajustes. Las previsiones no son nunca perfectas, pero se pueden aproximar. Las de este año son, sencillamente, inverosímiles: se prevé una inflación cero para todo el año, una tasa de paro que se va a alcanzar ya en el primer trimestre y un número de afiliados a la Seguridad Social difícilmente alcanzables. El resultado final del presupuesto, también otra cifra macroeconómica, es así mismo imposible: nadie se cree que el déficit final de la Administración central vaya a ser del 5,4%, porque la recaudación seguramente será menor y los gastos posiblemente mayores. Máxime si tenemos en cuenta que 10 comunidades ya han superado todos los topes de déficit (entre ellas Cataluña, con elecciones el año próximo) y la situación de los Ayuntamientos es crítica. Las previsiones son, sencillamente, irreales. 

Además de lo anterior, los criterios con los que se ha elaborado el presupuesto no son los más adecuados para salir de la crisis que tenemos. Con un consumo privado en disminución o estancado no es la mejor opción de subida impositiva la de aumentar el IVA, máxime cuando es un impuesto regresivo. Como no es la mejor opción no hacer nada con las contribuciones sociales a cargo de la empresa con una tasa de paro que superará el 20%. O hacer más regresivo el IRPF. Para reducir el déficit público, y no entrar en una deuda pública explosiva, lo más sensato es empezar por recortar gastos, y hay muchos que se pueden eliminar sin más que reordenar las competencias autonómicas y usar criterios de eficiencia en la gestión de los servicios públicos. 

Finalmente, se argumenta que los presupuestos son un instrumento para el cambio del modelo productivo de nuestra economía, cuando las medidas que harían posible este cambio brillan por su ausencia. Empezando porque es falso que se esté haciendo un mayor esfuerzo en I+D+i o en investigación cuando hay un fuerte recorte en estas partidas sobre lo ya recortado este año. 

En suma, los presupuestos presentados son un simple ejercicio de propaganda. Porque ni el esfuerzo fiscal que se prevé es moderado (¡el segundo déficit más alto en democracia!), ni es solidario (con aumento de la regresividad en los impuestos), ni es austero, ni se prima la inversión productiva (por favor, no mientan en las cifras de infraestructuras). Lo siento, pero cada decisión que toma este Gobierno en política económica solo demuestra lo muy superficiales que son sus conocimientos de economía. Y mejor no califico los de nuestros parlamentarios si, Jordi Sevilla dixit, Zapatero es el que más sabe de la materia. Eso sí, su propaganda es impecable. 

12 de octubre de 2009