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lunes, 29 de agosto de 2005

Otra vez el petróleo

El precio del petróleo ha vuelto a subir espectacularmente en los últimos meses. El precio medio del petróleo brent, referencia en Europa, ha pasado de costar 25 dólares/barril a principios del año pasado, a costar más de 66 dólares en la semana pasada. Es decir, una subida del 164% en poco más de un año y medio, lo que es claramente preocupante. 

Las causas coyunturales de este encarecimiento son las mismas que ya analizábamos en septiembre del año pasado. La oferta de petróleo se encuentra a casi máxima capacidad, que no se alcanza por los problemas coyunturales de Ecuador (por huelga de los trabajadores de la empresa estatal) y en el golfo de México (por los huracanes), y por la tradicional política saudí de no utilizar la totalidad de su capacidad productiva. El problema, a corto plazo, es, pues, de demanda. Y es que la demanda se ha expandido en los últimos años a un ritmo muy alto, especialmente impulsada por la fortaleza del crecimiento chino y por el mantenimiento del crecimiento en los Estados Unidos. Crecimientos del PIB que, dada su intensiva utilización de petróleo (mucho más que en Europa), hacen que aumente significativamente la demanda y, con ella, los precios. A esta situación estructural hay que sumar otros dos factores: la entrada de grandes fondos de inversión en los mercados de futuros del petróleo, debido a la pérdida de rentabilidad de los mercados de divisas y los bajos tipos de interés generalizados en el mundo, y, desde luego, el factor estacional, pues en estos meses siempre sube el petróleo por el aprovisionamiento de las reservas en el Hemisferio Norte ante la temporada invernal que empezará dentro de un mes y medio. Al límite, pues, de capacidad de producción, y sin posibilidad de incrementarla mucho en unos meses por lo que tardan las instalaciones petrolíferas en estar listas (entre 18 y 24 meses) y con demandas crecientes, el petróleo está caro y seguirá caro en los próximos años. O mejor, seguirá paulatinamente encareciéndose. 

Debemos, pues, acostumbrarnos a un petróleo caro. Dicho de otra forma, debemos empezar a acostumbrarnos a precios de la gasolina por encima de un euro y a energía eléctrica más cara. Y ello porque el petróleo es una materia prima no renovable, de la que se conoce la localización de entre el 60 y el 70% de sus existencias en el mundo (los océanos y la Antártida están poco explorados), y porque la mayoría del stock de capital que poseemos usa petróleo. Puesto que este capital sigue expandiéndose y las reservas son relativamente fijas, el precio a largo plazo del petróleo seguirá, en tendencia, subiendo hasta que se agote o se cambie significativamente la tecnología. Podrá bajar transitoriamente, pero no significativamente, ni por mucho tiempo. Los grandes periodos con petróleo barato han pasado. ¿Estamos, entonces, ante una nueva crisis del petróleo como las de los setenta? Decididamente no. Por cuatro razones: en primer lugar, porque la subida del precio es menos intensa que la que se vivió en aquellas dos crisis (recordemos que en la primera crisis, la de 1973, el petróleo subió más del 260%); en segundo lugar, porque se produjo en mucho menos tiempo, escasamente cuatro meses, con lo que los choques sobre los precios fueron más duros (y la prueba está en la fuerte subida que se produjo en las tasas de inflación); en tercer lugar, porque las estructuras productivas de las grandes economías eran más intensivas en petróleo, al estar menos terciarizadas (la industria suponía, entonces, mucho más del 30-40% del PIB, cuando ahora no llega a esas cifras), por lo que se gastaba más petróleo por unidad de producto; y, finalmente, porque muchos gobiernos y sociedades reaccionaron con políticas miopes de compensación de los precios, vía subvenciones o reducciones de impuestos. Pero el que no estemos ante una crisis hoy no quiere decir que unos precios tan altos no sean un importante problema. Un importante problema que debería hacernos reflexionar seriamente sobre el origen de la energía que gastamos. Una reflexión que debería empezar por un debate público sobre el tema. Un debate que será más importante para nuestro bienestar futuro que los cansinos debates a los que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. 

lunes, 15 de agosto de 2005

África, ahora

Desde hace unos años, cuando llega el verano, pienso en África. No estoy seguro de si es porque hace mucho calor o porque las vacaciones me producen una cierta mala conciencia. El caso es que, en estas fechas, siempre pienso, y algunos años escribo, sobre África. 

A pesar de lo poco que se está publicando sobre África en nuestros medios de comunicación, la situación africana estaba en la agenda política de los países ricos desde hace meses. El Gobierno británico, principal antigua potencia colonial en el continente, convocó a principios de año una serie de reuniones de alto nivel sobre la cuestión africana, sus conflictos, su inseguridad, su pobreza, sus problemas sanitarios. A finales de junio, Blair viajó a los Estados Unidos, antes incluso que visitar las capitales europeas tras su toma de posesión como presidente de turno de la Unión, y a pesar de la crisis europea tras los referenda, para intentar convencer a Bush de un plan de ayuda masiva a los países africanos. Un plan conocido como el "gran empujón" que pusiera en funcionamiento una serie de mecanismos virtuosos, que sacara al menos a una parte importante del continente, de los círculos viciosos de la pobreza. Más aún, en la cumbre del G-7+1 de principios de Julio, uno de los temas estrella, que el atentado de Londres eclipsó, era la condonación de deuda a un conjunto de países africanos (y a algunos latinoamericanos). África estaba de moda a principios del verano. 

Pero, ¿por qué ahora? ¿por qué lo que pasa en el continente pobre y olvidado nos empieza a preocupar? Dos explicaciones plausibles se me ocurren que explique este interés de los poderosos en África. Seguramente ninguna de ellas sea completamente cierta, aunque la suma de las dos puede explicar este repentino interés en este continente. 

Pensemos bien. Pensemos que, a pesar de la evidencia en contra, los países ricos se han dado cuenta de que, si quieren ser coherentes con los valores que firmaron en la Declaración del Milenio de lucha contra la pobreza, es necesario sacar a los africanos de la miseria en la que se encuentran. Porque África es un agujero negro en esas brillantes cifras del crecimiento mundial de los últimos años. Porque la batalla más ardua en la lucha contra la pobreza en el mundo se libra en África. Porque no terminar con la pobreza extrema del África subsahariana es no terminar con la pobreza en el mundo. Esta puede ser una primera causa de porqué África ahora. 

Pero también podemos pensar menos bien, que quizás las razones de este interés no sean tan altruistas sino más, valga la redundancia, interesadas. Quizás África ahora porque es el flanco sur del mundo islámico. Porque es la fuente más importante de inmigrantes a los países ricos y, además, de inmigrantes desesperados. Porque su inestabilidad es muy costosa en términos de precios de las materias primas. Porque impenetrable Asia por el poderío económico japonés, chino e indio, África puede ser un mercado a explotar. Porque es uno de las pocas regiones del planeta que tiene todos los recursos minerales que necesitamos para nuestra industria. Porque... 

No sé bien a qué se ha debido este repentino interés de los países ricos en África. No sé si este interés por África que Tony Blair manifestó se debió a algunas de estas razones, a que quiere pasar a la historia de la Gran Bretaña como el último gran primer ministro africanista, o a que le ha movido la conciencia alguna de las espléndidas novelas sobre el continente que escribió Joseph Conrad o las más recientes de Javier Reverte. No lo sé. Y, a estas alturas de la película, la verdad es que no me importa. Porque lo importante, hoy, es que ese interés se traduzca en ayuda efectiva ya, empezando por los países del Sahel en los que la langosta y la sequía están agravando una situación ya angustiosa. Y es que de no ser así, de no hacerlo ya, cuando llegue la ayuda, no habrá nadie a quien ayudar. Se habrán muerto de hambre, de enfermedad, de desesperanza. 

martes, 2 de agosto de 2005

El engaño de las balanzas fiscales

Entre las cosas que los nacionalistas catalanes, los de Ezquerra Republicana y los de Maragall, le sacaron al Presidente Zapatero en el debate del Estado de la Nación de mayo está la publicación, en fecha no muy lejana, de las Balanzas Fiscales. Tendremos, pues, Balanzas Fiscales, aunque sean un instrumento muy imperfecto, por su naturaleza, de análisis económico, y aunque sean un material políticamente explosivo. Pero la debilidad intelectual y política de este Gobierno, no por conocida, deja de ser asombrosa. 

Y digo debilidad intelectual porque las Balanzas Fiscales, por si alguien aún no lo sabe, son sólo la contabilización por territorios de los Ingresos y Gastos Públicos y su correspondiente saldo. El problema es que las balanzas fiscales no son un buen instrumento de análisis porque los que pagan los impuestos y los que se benefician de los gastos no son los territorios, sino las personas que viven en ellos. Y basta tener en cuenta el "Efecto Sede" para invalidar las balanzas fiscales. 

Todos pagamos todos los impuestos. Cada uno de nosotros paga el IVA de los bienes y servicios que consume, las Cotizaciones Sociales del trabajo con el que se produjeron esos bienes, el IRPF de sus rentas. Pagamos impuestos todos los días. Sin embargo, los dos primeros, el IVA y las Cotizaciones Sociales, así como los Impuestos Especiales, los recaudan las empresas y los ingresan en Hacienda, mientras que el IRPF y el Impuesto de Sociedades los pagamos directamente a Hacienda. Y, puesto que compramos bienes producidos en otros sitios y nos pagan rentas empresas radicadas en otros lugares, es muy difícil que coincidan el territorio en el que vive la persona que paga el impuesto con el territorio en el que se liquidan a Hacienda. Así, en el caso del IVA y de las Cotizaciones Sociales las empresas los liquidan siguiendo el criterio de la dirección efectiva, es decir, donde se toman las decisiones finales de las empresa, por lo que el IVA que recauda Eroski, Carrefour o Mercadona y que pagamos los cordobeses, se ingresa a Hacienda en Mondragón, Madrid o Valencia. Y otro tanto ocurre con las Cotizaciones Sociales. E incluso con el IRPF o el Impuesto de Sociedades. No sé dónde reside habitualmente la duquesa de Alba, pero sé que tiene propiedades en Córdoba de las que obtendrá un rendimiento por el que pagará impuestos allí donde resida habitualmente. Y, de igual forma, ocurre con el Impuesto de Sociedades, por lo que la mayoría de las grandes empresas españolas y las filiales de las multinacionales, liquidan su Impuesto de Sociedades en Madrid o Barcelona. Y, desde luego, ni Repsol, ni Telefónica, ni la Caixa, ni el BBVA consiguen sus beneficios sólo en Madrid, Barcelona o Bilbao. Hay, pues, que distinguir entre el territorio en el que viven los ciudadanos que pagan los impuestos, del territorio en el que se liquidan. A esta distorsión es lo que se llama "Efecto Sede". Y por él, Madrid o Cataluña tienen, necesariamente, balanzas fiscales positivas. Esta confusión, pues, entre el lugar de residencia de la persona que realmente paga el impuesto y aquel en el que se recauda, es lo que hace que las balanzas fiscales, por el lado de los impuestos, estén tan distorsionadas que carezca de sentido usarlas para tomar decisiones. Las balanzas fiscales son una inmensa mentira con la que quieren justificar una discriminación. Es decir, son unas inmensas falacias políticas. 

No son las balanzas fiscales lo que debería publicar el Gobierno, sino la estructura impositiva. Es decir, cuántos impuestos totales paga la familia media española según cada nivel de renta. Si lo hiciera se vería entonces cómo quienes realmente soportan la carga del Estado son las familias trabajadoras con rentas de entre 4 y 12 millones de pesetas anuales. O verían la escasa progresividad de nuestra imposición. O la discriminación impositiva por origen de la renta. Este análisis les permitiría tomar decisiones fiscales más racionales y más acordes con su ideario de izquierdas y no con su nuevo ideario nacionalista. Y, desde luego, les permitiría mentir menos.