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lunes, 3 de agosto de 2009

Dolor fiscal

Benjamin Franklin escribió que hay dos cosas en la vida que son inexorables: la muerte y los impuestos. Y es cierto. Todos, aunque no queramos, pagamos impuestos. Otra cosa es que la ciudadanía sea consciente de los impuestos que paga y de cómo los paga. 

De las muchas clasificaciones que se pueden hacer de los impuestos, hay una, poco usada en la literatura académica, que es muy relevante. Es la clasificación del "dolor fiscal". La idea es simple y se puede sintetizar así: puesto que a nadie le gusta pagar impuestos porque es una reducción de su renta, pagar impuestos es una acción económicamente "dolorosa". Una acción tanto más dolorosa cuanto más consciente se sea a la hora de pagarlos. El dolor fiscal del impuesto no está tanto relacionado con la cantidad que se paga, cuanto con la consciencia por parte de la ciudadanía de que lo paga. Así, el impuesto más doloroso es el IRPF porque es un impuesto en el que el individuo conoce cuánto paga a la Administración del total de su renta. El resto de impuestos (el IVA, las cotizaciones sociales, las tasas, los impuestos especiales, etc.) son impuestos indoloros porque la ciudadanía no sabe cuánto impuestos paga, ni su proporción, ni tiene forma de calcular cuánto paga realmente por unidad de tiempo. Más aún, el IRPF es un impuesto doloroso porque la liquidación se hace, por parte del que soporta el impuesto, una vez al año, mientras que el resto de impuestos se van pagando poco a poco, en cada compra, todos los días, en pequeñas cantidades. 

Puesto que el dolor fiscal existe y tiene consecuencias políticas, todos los gobiernos del mundo, aun los más avanzados y democráticos, mantienen impuestos indirectos indoloros a pesar de ser más injustos que los directos (que suelen ser progresivos). Incluso intentan hacer indolora la imposición directa, mediante exenciones, simplificaciones de los trámites, etc. No es sólo una cuestión de facilidad y eficacia de la Administración, es también una cuestión de anestesiar el dolor fiscal. 

De hecho, uno de los temas estrellas de las elecciones en España, desde que el Partido Popular lo prometiera en su programa electoral de 1993, ha sido la bajada de impuestos (directos). Más aún, el presidente del Gobierno, cuando aún no lo era, hizo aquella declaración en la que decía que bajar impuestos "también es de izquierdas". El problema es que, en España, unos y otros han mentido sistemáticamente sobre este tema, porque siempre se han referido a los impuestos dolorosos. Tanto que han llegado a hacer que los españoles estemos totalmente anestesiados del dolor fiscal. Y basta con hacer un breve repaso de algunas de las creencias que hay sobre este tema para corroborarlo. Así, hay una mayoría de gente que cree que el dinero que da el Gobierno es del Gobierno y no de todos los contribuyentes; o que las empresas pagan las cotizaciones sociales y el IVA, cuando son meras recaudadoras. O que todos pagamos el mismo IRPF, sin saber que mientras que un ciudadano cuya renta sea superior a los 60.000 euros paga un 43%por ciento, un futbolista galáctico solo paga el 24%por ciento (aunque gane una millonada) o que las familias más ricas de España, con sociedades patrimoniales, sólo pagan un impuesto de la renta medio del 18%por ciento. 

El problema de no padecer dolor fiscal, de esta moda de que es mejor vivir anestesiados o aturdidos, es doble: por una parte, hace a los políticos muy irresponsables en el gasto y, por otra, da como resultado un sistema fiscal injusto, porque los impuestos progresivos son, normalmente, dolorosos. Y, precisamente, por estas dos razones, no hay ningún incentivo por parte de los políticos, de ninguna ideología, para resolverlo. Igual es hasta mejor así, porque una ciudadanía consciente es peligrosa para el tipo de política mediocre que se viene haciendo. 

3 de agosto de 2009