Páginas

lunes, 20 de diciembre de 2004

Un discurso perfecto

El atentado del 11 de Marzo en Madrid es, sin duda, el acontecimiento político más importante de este año. Como, también sin ningún género de duda, el discurso de la semana pasada de Pilar Manjón, la portavoz de las víctimas del atentado, ha sido el mejor de los discursos políticos que se han pronunciado este año en nuestro país. Un discurso a la medida del acontecimiento que se está investigando, pues si el 11-M marca un antes y un después en la vida política española, era necesario un discurso como el de oímos, para cargar de sentido y de significado lo ocurrido. El discurso fue, por eso, una pieza perfecta de oratoria política, tanto en la forma como en el fondo. 

Las palabras de Pilar Manjón fueron perfectas en la forma porque expresó clara y sencillamente sus pensamientos y sentimientos, porque la estructura rítmica y creciente de su texto, hablando, primero, desde su situación de víctima y, después, desde su condición de ciudadana, describiendo sentimientos y aduciendo razones de sentido común, citando nombres de víctimas y olvidando el nombre de los políticos, argumentando desde los hechos hasta exigir acciones concretas, hizo que nadie pudiera responderle más que pidiendo perdón y suscribiendo todas sus palabras. Hasta la puesta en escena, el luto por su hijo y las demás víctimas, la voz firme y emocionada, la mirada serena y dolorida, fue perfecta. Pocas veces se tiene la ocasión de asistir a un acto político tan auténtico y tan hermoso como el del miércoles pasado en el Congreso. 

Pero si en la forma el discurso fue perfecto, en el fondo no lo fue menos. Pilar Manjón puso en cuestión, a partir del caso concreto de la actuación pública el 11-M y de la comisión que lo investiga, la realidad de nuestro sistema político, la realidad de nuestra democracia. En su discurso dejó al desnudo el funcionamiento de nuestro parlamento y las relaciones entre los partidos, el funcionamiento del gobierno y sus responsabilidades, el funcionamiento de nuestro sistema judicial, el funcionamiento del cuarto poder, el de la prensa. Y dejó patente porqué los ciudadanos desconfían de los políticos, de los partidos, de los jueces y de los medios de comunicación. Pero, fue más allá, pues Pilar Manjón nos hizo ver los problemas de fondo de nuestras instituciones políticas: una democracia de partidos derivada en partitocracia, con políticos que viven en una realidad virtual por ellos fabricada que nada tiene que ver con la realidad de los ciudadanos. Una democracia en la que las ocurrencias de los líderes políticos son los temas a tratar y no las necesidades reales de la ciudadanía. Una democracia en la que lo público se confunde con lo mediático, y en la que el discurso político es un conjunto de titulares, no una reflexión matizada. Una democracia de hooligans más de que responsables hombres y mujeres con sentido de lo común y de lo público. Una democracia virtual en la que los políticos no saben ya distinguir la realidad de la realidad que ellos se fabrican, y en la que carecen de sentido palabras como verdad, dignidad o responsabilidad. Pilar Manjón cuestionó el desvirtuado y virtual funcionamiento de nuestra democracia y nos mostró a todos la desnuda realidad de nuestro sistema. 

El perfecto discurso de Pilar Manjón, en nombre de las víctimas, es también el discurso de los ciudadanos. Y, por eso, por reflejar el sentir de los comunes ante el bochornoso espectáculo al que asistimos cotidianamente, es por lo que es un discurso con corazón y con razón. Un discurso digno y memorable porque constata que hay vida política inteligente fuera de nuestro parlamento, en nuestra sociedad civil, entre nosotros. Gracias, Pilar, por un perfecto discurso. 

lunes, 6 de diciembre de 2004

Prisas, bronca y tiempo

En España, vivimos tiempos políticos turbulentos. Tiempos de prisas y de bronca. Los casi ocho meses de gobierno de Rodríguez Zapatero están provocando no pocos sobresaltos. La rápida retirada de Irak y la ingenua llamada a la retirada de los demás; las ocurrencias de Maragall sobre el Estado de las Autonomías; los fallidos anuncios en vivienda y las nuevas regulaciones de horarios comerciales; los cambios en la legislación de divorcio y matrimonio y el enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica; el precipitado vuelco en el Plan Hidrológico Nacional y las contradicciones con Agricultura; las prisas en los nombramientos en algunas de las viejas empresas privatizadas; el giro en la política exterior y el desliz sobre el golpe en Venezuela; la comisión del 11-M y el cambio de la ley del Poder Judicial...Demasiados cambios y precipitación. Demasiados errores provocados por las prisas. Y, junto a ellos y a pesar del carácter de Rajoy, demasiadas frases grandilocuentes, demasiados plantes, demasiadas amenazas, demasiada bronca, por parte del Partido Popular y de sus corifeos. 

Estas prisas por hacer cosas, por el cambio, puede tener muchas causas. Es normal que un partido después de ocho años de oposición, y más si lo ningunearon, quiera acometer muchos proyectos. Como también es normal que un equipo joven, y con no mucha experiencia ejecutiva, cometa errores. Pero lo más probable es que las prisas del Gobierno se deban a otras dos circunstancias que tienen que ver con su precaria minoría. Una primera circunstancia es la indudable presión a la que lo están sometiendo Ezquerra Republicana de Cataluña e Izquierda Unida, que tienen prisa por recoger los frutos de sus apoyos. Y es que los apoyos de la investidura se están rentabilizando muy deprisa porque así, negociando año a año, cada uno de estos apoyos puede tener un mayor valor. En realidad, es una estrategia típica de los partidos bisagra: hacen valer su fuerza relativa continuamente porque el desgaste lo asume el gobierno, mientras ellos pueden mimar a sus bases. La segunda circunstancia es que, al menos en mi opinión, el PSOE ha descontado que no va a terminar la legislatura. Es decir, que si logra aguantar el año 2005, con el referéndum de la Constitución Europea en febrero y las elecciones vascas en mayo, y pasa ambos test con mejores resultados que los de 2004, en el segundo semestre de 2005 se hablará de Estatutos y, en el 2006, de reforma constitucional. Las elecciones se convocarían, entonces, para finales de ese año, eso sí, previa reforma fiscal. En otras palabras, el Gobierno tiene prisa porque, en cuanto mejore la situación de las encuestas, y siempre después de cumplir los dos años de gobierno, tiene una oportunidad de volver a gobernar con una mayoría más cómoda. El poco tiempo que son dos años es una de las claves de las prisas del gobierno. 

Pero esas prisas y ese mismo tiempo es una de las causas por las que el Partido Popular hace oposición de esa forma tan particular y maleducada, es decir, con tanta la bronca. Cuatro son, al menos en mi opinión, las razones de esta táctica del PP. En primer lugar, la táctica de permanente crispación le dio resultado a Jose María Aznar cuando, allá por 1993, logró erosionar al último gobierno de Felipe González. En segundo lugar, el PP anda de congresos internos y sus líderes arengan a los militantes extremando el mensaje en un comportamiento también típico. En tercer lugar, el giro a la izquierda y hacia el nacionalismo del PSOE en su acción de gobierno acentúa el discurso del PP para asegurar votos, especialmente de no nacionalistas. Y, finalmente, y en cuarto lugar, el tiempo. Porque también el PP ha descontado la debilidad del gobierno y que éste no puede mantenerse en el poder con ERC e IU, porque sabe que el PSOE no puede pagar, para estar en el Gobierno, todos los peajes que ambos grupos le exigirán, so pena de perder el centro político por su radicalización. Unos con prisas y otros con mala educación, el caso es que no vivimos para sobresaltos. El problema es que nos esperan unos dos años de continua bronca. Mucho cuidado deben tener unos y otros porque la sociedad no votó ni las prisas, ni la bronca, y se pueden encontrar con que lleguemos a decir el grito de hace tres años en Argentina: que se vayan todos.