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lunes, 28 de noviembre de 2011

Más, mucha más, Europa

Si uno atiende sólo a las declaraciones oficiales de los líderes europeos o a las noticias de prensa, especialmente la salmón, diciendo que la zona Euro está "al borde del abismo", esperaría encontrarse, en los datos financieros, unas cifras catastróficas. Sin embargo, cuando acudimos a ellas nos encontramos que la situación de la zona Euro en su conjunto no es, ni por dónde, un desastre. Según datos del Fondo Monetario Internacional, la deuda pública bruta de Japón es del 230% de su PIB y la de Estados Unidos es del 100,2% frente a la de la zona Euro que está en el 80%. Si hacemos la comparación en niveles netos tenemos que Japón tiene un 130,59% de deuda pública neta sobre PIB, Estados Unidos un 72,61% y la zona Euro no llega al 65%. Si hacemos la comparación sobre la deuda global o la deuda exterior, los resultados son similares. ¿Por qué, entonces, las tensiones de deuda europea en los mercados financieros? ¿Por qué los norteamericanos financian su deuda sin problemas y a algunos países europeos nos están castigando tanto los mercados? 

La respuesta de fondo es sencilla. Porque la zona Euro no es un país con una economía integrada como lo son los Estados Unidos o Japón, sino la suma de diferentes economías, con una moneda común, pero con gobiernos y marcos institucionales diferentes. Dicho de otro modo, los mercados financieros están huyendo de los bonos europeos, también de los alemanes, porque la zona Euro tiene unas expectativas de salida de la crisis menores que la de los Estados Unidos o Japón. Y esas expectativas de una crisis más larga en Europa, tienen su raíz en tres problemas estructurales de la Unión Europea. 

El primero es el complicadísimo sistema de toma de decisiones de la Unión. Un sistema complejo en el que conviven tres instituciones de gobierno (el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Parlamento Europeo) con los gobiernos de cada país y los grupos de países que participan en según qué decisiones. De este sistema, articulado jurídicamente según tratados entre iguales, se deducen situaciones como la que se está viviendo esta semana en la que decisiones tomadas en ¡marzo! son puestas en cuestión nueve meses después, o que decisiones ¡urgentes! tomadas en octubre, no tendrán concreción hasta mediados del próximo año. La Unión Europea no necesita ya más tratados, sino una verdadera Constitución de un cuerpo político común con un Gobierno europeo real. Un gobierno que pudiera, en el ámbito económico, recaudar impuestos, gastar en políticas comunes, emitir eurobonos y regular la economía en su conjunto con mecanismos coercitivos. 

El segundo problema es de gestión de la crisis. Aun con las instituciones europeas actuales hubiera sido posible otra política económica. Así, para minimizar la crisis actual, hubiera bastado con que el gobierno alemán hubiera tenido una posición menos dogmática en el papel del BCE, o que hubiera permitido la emisión de deuda pública con garantías solidarias del conjunto (eurobonos). Con la contrapartida, eso sí, de una mayor responsabilidad por parte de todos los gobiernos. La crisis económica tendría una más rápida solución si las políticas económicas nacionales fueran una derivación de un marco de política económica común. La suma de intereses individuales no da, necesariamente, un interés común. De la misma forma que la misma política económica no da los mismos resultados en todas las economías. 

El tercer y último problema es la ausencia de flexibilidad en la economía europea. Europa es, aún y a pesar de la moneda única, economía no integrada, con miles de regulaciones nacionales y subnacionales que generan rigideces e impiden la competencia en los mercados de bienes y servicios y la movilidad de factores de producción. 

En definitiva, Europa necesita, en mi opinión, para salir de la crisis, ser más, mucho más Europa. El problema es que esto sólo lo vemos una minúscula e infinitesimal minoría de los que habitamos este viejo continente. 

lunes, 14 de noviembre de 2011

Elecciones

Las elecciones generales que celebraremos la semana que viene son, en mi opinión, casi irrelevantes para los problemas que tenemos en el momento histórico que vivimos. No sólo porque el resultado está decidido desde hace meses, sino porque la naturaleza de los retos es tal que ni los candidatos son los más adecuados, ni los programas responden nada más que a los síntomas de los problemas. Volvemos a tener candidatos de segunda en cuanto a capacidades de análisis, visión y liderazgo, sucedáneos de los verdaderos líderes de sus formaciones, de la misma forma que nos están vendiendo programas electorales suma, uno, de ambigüedades calculadas de sobremesa en un restaurante, y de concreciones superficiales sacadas de una asamblea de indignados, el otro. 

No nos damos cuenta, pero nuestro futuro, la solución a nuestros problemas de financiación, crecimiento, paro, articulación territorial, sanidad o educación no se está jugando en estas elecciones, sino en Europa. Es ahora y en Italia donde nos jugamos nuestro crecimiento económico de los próximos años y con él parte de la solución del problema del paro. Hoy, la solución o no que se le dé a Italia o a la banca europea es más importante para nuestro problema financiero de los próximos meses que el signo del partido que gobierne España a partir de unas semanas. Porque los 800.000 millones de euros que vencen el año que viene a los países de la Unión, o los 126.000 millones que les vencen a los agentes económicos españoles, son más determinantes para las decisiones inmediatas de nuestro futuro gobierno que la ideología que tenga, las siglas que represente o lo que haya prometido en la campaña. 

Más aún, si se le diera una solución institucional seria a Europa (como la que ya se está hablando entre Berlín y París) con modificaciones de los Tratados, cargáramos de contenido la presidencia del Consejo y al representante de Asuntos Exteriores, creáramos un superministerio de economía e hiciéramos una armonización fiscal en la zona euro, la cesión de soberanía que esto implica sería tal que los debates institucionales que tenemos carecerían de sentido. La reforma constitucional que tendríamos que hacer haría que el debate autonómico tuviera unos perfiles radicalmente diferentes. La crisis está tensionando tanto las arquitecturas institucionales que nos hemos dado que están aflorando las profundas contradicciones sobre las que las hemos construido. Dicho de otro modo, los europeos no podemos querer salvaguardar intereses nacionales o apostar por autonomía política o independencia regionales y querer ser, al mismo tiempo, interlocutores de China o Estados Unidos en el concierto mundial. Más aún, creo sinceramente que, en este marco, o abandonamos ideologías nacionalistas trasnochadas (tanto regionalistas como españolistas) para ser europeos cosmopolitas (a lo Ulrich Beck) o estamos abocados a un amargo declive y fracaso políticos. 

Y de cómo manejemos la situación financiera y económica a nivel europeo y de qué arquitectura institucional nos demos para gobernarnos en el futuro dependerán nuestras políticas sociales, empezando por la educación, la sanidad, la seguridad social o la dependencia. ¿O alguien piensa que no habrá cambios en nuestras políticas sociales, como ya los empieza a haber, si tenemos un superministerio europeo de Hacienda con armonización fiscal? ¿No debiéramos estar debatiendo, por ejemplo, qué contenidos, estrategias didácticas y sistemas organizativos eficientes tendríamos que estar montando para que nuestros hijos vivan y puedan trabajar en un mercado de trabajo europeo en vez de fijarnos en un "y-tú-recortas-más"? 

El problema financiero, la política económica, la política exterior, la arquitectura institucional, el debate ideológico, las políticas sociales... todo esto se está jugando en Europa estos meses, no en nuestras elecciones de esta semana. Ante esto, la campaña electoral es, en mi opinión, una manifestación de la superficialidad de nuestra política. Una política en manos de expertos en telegenia. 

Quizás, por eso, estas elecciones son poco relevantes para nuestro futuro. Porque lo relevante es quién tenga el poder en Berlín y París y no tanto quién lo tenga en Madrid.