Páginas

lunes, 22 de diciembre de 2008

Política económica de parches

En los últimos meses, el Gobierno, como casi todos los gobiernos del mundo, ha ido tomando diversas medidas para hacer frente al rápido deterioro de la situación económica. Medidas para resolver el problema de liquidez en el sistema financiero, medidas para apuntalar las cuentas de las empresas, medidas para financiar obra pública, medidas, para mantener la actividad en el sector de la construcción, etc. Medidas todas ellas necesarias por unas razones u otras, pero claramente insuficientes para la magnitud de lo que ocurre y lo que se espera. 

Que hay que resolver el problema de liquidez y solvencia del sistema financiero es casi evidente. El sistema financiero, a pesar de sus pecados y excesos, es esencial en cualquier economía porque es el nexo entre el ahorro y la inversión. Por eso las cajas y los bancos son esenciales para la reactivación de la economía. No se puede volver a una senda de crecimiento económico sin inversión y no hay financiación de la inversión sin bancos. Salvar, pues, al sistema financiero es el primer paso, no solo para salir de la crisis financiera, sino para salir de la crisis económica. 

Dotar un fondo para obra pública en los Ayuntamientos es, sin embargo, una medida más política que económica. Los Ayuntamientos españoles tienen una pésima estructura de financiación, nunca resuelta y origen de mucha corrupción, que ha estado relativamente oculta en la época de bonanza económica. Por eso, ahora, los Ayuntamientos necesitan financiación. Una financiación que el Gobierno está dispuesto a dar rápidamente por varias razones: porque no quiere entrar en el debate profundo de cómo financiarlos, máxime cuando aún no ha resuelto el tema más conflictivo de la financiación autonómica; porque los Ayuntamientos son primer escalón político en el que se consiguen los votos; y, finalmente, porque es la administración más cercana a la ciudadanía y la mejor distribuida en el territorio. Por todas estas razones, y para evitar una cierta inestabilidad política, es por lo que era necesario dotar un fondo de obra pública municipal. En realidad es un poco más de lo que, en condiciones normales, se hubiera hecho, pero tiene una cierta carga simbólica. El problema es que, desde el punto de vista económico, las peonadas en obra pública municipal, esta especie de PER urbano, será poco útil y, como ocurre con el viejo PER rural, pernicioso a largo plazo, incluso para sus beneficiarios. Lo siento, pero a pesar de lo que diga el Presidente, esta medida es sólo útil políticamente, porque su eficacia económica es, como demuestra la experiencia de los treinta y los ochenta, nula. 

Estas medidas, y otras complementarias como los fondos del ICO para la financiación de empresas, son, al menos a corto plazo, necesarias. Las hay también absolutamente innecesarias como el fomento de la VPO. Pero lo que sí son todas es que son insuficientes, porque son sólo paliativas, no son medidas que nos vuelvan a una senda de crecimiento. Sirven solo para cortar estabilizar la situación, pero, si sólo se quedan en esto, y así será después de ver el penoso presupuesto presentado por el Gobierno, no resuelven ni uno solo de los problemas de fondo de la economía española que nos han llevado a esta situación. Parece como si el Gobierno creyera que la crisis es sólo una pesadilla de la que sólo hay que despertar. Nada más erróneo, porque nada volverá a ser como antes ya que lo que necesitaba la economía española era un nuevo modelo de crecimiento económico. Lo siento, pero creo que la salida de la crisis está mucho más lejos porque nuestro Gobierno todavía no se ha dado cuenta de la profundidad de la situación. Lo malo es que cuanto más se tarde en tomar decisiones de calado, más dolorosa será la solución. 

22 de diciembre de 2008 

lunes, 8 de diciembre de 2008

Más pensamiento

Todas las crisis económicas, y esta que vivimos no es una excepción, causan una cierta perplejidad en la opinión pública en el mismo momento en el que se viven. Una perplejidad de la que participan intelectuales, analistas y políticos que reaccionan, en muchos casos, haciendo análisis superficiales que llevan a propuestas de soluciones que son muchas veces un insulto al sentido común. Ya en el convulso mundo de los 30, a solo una década del final de la guerra del 14, en medio de un marasmo monetario y con revoluciones comunistas y fascistas por doquier, los filósofos e intelectuales de la época mostraban su perplejidad ante un mundo que no eran capaces de analizar. Por pura pereza se resucitaron, por ejemplo, el mercantilismo (en la Francia de Lebrun), el autarquismo propuesto por Fichte a finales del XVIII (Mussolini, Hitler), el marxismo revolucionario o el liberalismo extremo del XIX como fuente de inspiración de la política económica. Todas las grandes economías de la época pusieron en marcha políticas absurdas basadas en estas viejas ideas. Solo fue a partir de la mirada nueva que unos pocos visionarios (Keynes, Kahn, Hansen, Hicks, etc.) hicieron de los fundamentos de la economía que se articularon políticas económicas que no solo sacaron a las economías de la crisis, sino que, después de la Segunda Guerra Mundial, dieron a la humanidad un largo periodo de crecimiento económico. 

Hoy parece que volvemos a caer en esa perplejidad y que una mayoría de analistas y políticos responden ante la situación con la misma pereza intelectual. En Alemania y Francia se han disparado las ventas de El Capital. Y se puede leer en España a catedráticos de teoría literaria (¡!) reivindicar su lectura como inspiración para analizar lo que ocurre. Reconozco que El Capital hace una buena descripción de la economía y política de su tiempo, pero su análisis económico, basado en la teoría del valor de Ricardo, es profundamente erróneo. El Capital no sirve para comprender la realidad que vivimos, sino para comprender el origen del comunismo, de ese sistema económico que fracasó en el siglo XX. 

Algo parecido, aunque menos drástico, ocurre con Keynes. En la Teoría General de Keynes hay muchas ideas aprovechables, en gran medida, porque las economías desarrolladas actuales funcionan en muchos aspectos basadas en sus ideas y las de sus discípulos. Pero también nuestras economías tienen características que invalidan muchas de sus recetas. Para empezar, Keynes analiza economías industriales, relativamente cerradas, con monedas metálicas, escasa presencia del sector público y bajos niveles de endeudamiento. Sus recetas de política son poco operativas en economías totalmente distintas. La Teoría General, un libro inmenso, hoy no puede ser el manual de instrucciones para salir de la crisis, salvo que tuviéramos un gobierno mundial que considerara el mundo como una sola economía. 

Sacudámonos la pereza intelectual y empecemos a analizar lo que ocurre con más pensamiento, más imaginación, nuevas ideas. Porque, como escribe el mismo Keynes, en el último párrafo de su libro: "Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto... de manera que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aún los agitadores, aplican a los acontecimientos actuales, no serán probablemente las más novedosas. Pero tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para bien como para mal". Amén. 

8 de diciembre de 2008