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lunes, 24 de septiembre de 2007

Contra la insensatez

Uno de los problemas de la economía, una de las paradojas de la vida social, es el del juego de las expectativas. Un juego por el que lo que creemos que va a ocurrir con el futuro influye en lo que realmente ocurre. Por eso, si todos creemos que nos va a ir bien económicamente, invertimos o gastamos más con lo que, invirtiendo y consumiendo, hacemos crecer la economía, y se cumple la profecía. Y al contrario. Y es que de las expectativas, de "ese raro estado de opinión" como las consideraba Keynes, depende, si no todo, una parte importante del desempeño de cualquier economía. Por eso, cuando se habla de economía hay que ser, primero, preciso, y, después, sensato. Mejor, casi aburrido. 

A cuenta de las turbulencias que están viviendo algunos mercados internacionales y del periodo preelectoral en el que estamos inmersos, asistimos a un espectáculo en el que muchos políticos, incluso periodistas, se están retratando, no solo como imprecisos, sino, lo que es peor, como insensatos. 

El primer insensato es nuestro presidente del Gobierno. Insensato porque, precisamente cuando hay incertidumbres lo mejor no es precipitarse en gastar el superávit, sino ser prudente hasta ver lo que pasa. Y es que, y Solbes lo sabe y por eso fue preciso, la incertidumbre se produce cuando, dadas las distintas situaciones que pueden ocurrir, no podemos asignar probabilidades de ocurrencia a una de ellas. No significa que vaya a ocurrir nada malo, sino, solo, que no sabemos si lo que va a ocurrir es bueno o malo. Por eso, ante la incertidumbre, cualquier sujeto decisor, y más si es presidente de un gobierno, ha de ser prudente. Porque para eso tenemos el superávit, para que, si es que vienen mal dadas, poder afrontar esta situación sin sacrificios. Pero solo entonces, no antes. Y así se recoge en el Plan Nacional de Reformas, aprobado en octubre de 2005, y en los documentos del Programa de Estabilidad, cuando se dice que un objetivo de la política económica es tener superávit y reducir la deuda pública como medida de precaución ante una bajada del ciclo. Más aún, es una insensatez el comprometerse a ampliar el gasto corriente, que no se ajusta al ciclo, y prometer bajada de impuestos, precisamente ahora, porque si realmente tuviéramos problemas los gastos son rígidos y no bajan, mientras los impuestos están acompasados con el ciclo, y a lo mejor tenemos que gastar el dinero en otra cosa. Insensato, pues, el presidente no solo por ignorar lo que su gobierno ha aprobado, sino por desautorizar al único ministro que sabe cómo hacer una prudente gestión de la situación. Y es insensato, además, políticamente porque, al margen de la bondad de algunas de sus propuestas (que lanza sin debate), nos trata como a niños como si el dinero que maneja no se lo hubiéramos dado nosotros con los impuestos. 

Pero no menos insensatos son algunos vociferantes miembros de la oposición. Insensato Zaplana cuando descalifica una impecable y brillante exposición del Gobernador del Banco de España por ser quién es. Insensato Acebes cuando cuestiona las palabras de Solbes y habla de ocultación, cuando el ministro solo fue preciso al calificar la situación. Estúpidamente insensatos Martínez Pujalte y otros peperos cuando hablan de crisis y fomentan el tremendismo y olvidan cómo, cuando ellos gobernaban, también hubo bajada de ciclo. 

Insensatos los políticos e insensatos esos periodistas que tratan una bajada de la Bolsa como una crisis económica o cuando, en vez de explicar las diferencias entre los bancos ingleses y los españoles, aventuran hipótesis sobre la solidez de nuestro sistema financiero. O cuando hacen tremendistas paralelismos entre la economía americana y la española. O cuando quieren hacer dudar a la ciudadanía de los datos oficiales de IPC, del paro o del crecimiento con encuestitas de mercadillo. 

La suerte de este país es que está compuesto por millones de personas sensatas que cumplen todos los días sus obligaciones. La pena es que a los insensatos los dedicamos a la política y, a otros, a la política de papel. Y esos pocos pueden estropear la convivencia del resto. 

24 de septiembre de 2007

lunes, 10 de septiembre de 2007

Demagogia

De las últimas iniciativas del ahora llamado Gobierno de España, antes Gobierno central, y del Gobierno andaluz se puede deducir que ya estamos en campaña electoral, aunque queden seis meses para las elecciones, y que, además, el PSOE tiene un cierto temor a perderlas, al menos las generales. Y, ya se sabe, un gobierno con miedo de perder se vuelve, a veces, demagógico. Y, para muestra, la iniciativa de la ley para regular el derecho de acceso a la vivienda de la Junta de Andalucía. La iniciativa presentada es, para empezar, demagógica porque su redacción es engañosa. Da la sensación de que puede beneficiar a todos o, al menos, a una mayoría (por ese límite de renta de los 37.440 euros que fija), pero, cuando se lee con detenimiento el artículo 4 de la iniciativa, uno se da cuenta de que la trampa está en que los beneficiarios serán esa minoría que no tiene vivienda en propiedad. O sea, que no se está pensando en los que están cargando con una hipoteca desde hace unos años, esa mayoría de los andaluces que han cometido la estupidez de comprar una casa, sino en los jóvenes (incluso en los hijos de papá) y en los inmigrantes. 

Además, la iniciativa es demagógica porque es jurídicamente inviable. Y ello porque el Gobierno andaluz sabe que el incumplimiento de la ley no tendría ningún efecto. ¿O alguien se imagina que los jueces, ante un incumplimiento, meterán en la cárcel o multarán al Gobierno andaluz, a la consejera o a los funcionarios? ¿O que para cumplirla se lanzará la Junta a una expropiación masiva? 

Más aún, la iniciativa es demagógica porque Chaves sabe que es políticamente inaplicable. Y es que si se abre el capítulo de la exigibilidad de los principios programáticos de la Constitución (una vieja idea de Anguita) nos ahogaremos en un mar de leyes inviables. Porque a este de la vivienda le debe seguir el del empleo (artículo 35 de la Constitución), que es la primera preocupación de los andaluces y es, además, un deber. Por cierto, si es tan buena esta ley, ¿por qué el PSOE, que también gobierna en Madrid, no ha llevado la iniciativa a través del Ministerio de la Vivienda como ley para todos los españoles? 

Item más, la iniciativa es demagógica porque los que la han escrito saben que es económicamente insostenible, ya que depende de las transferencias que, para materia de vivienda, se hagan desde el Gobierno central y de la acción de los ayuntamientos, ya ahogados económicamente. Y, finalmente, la iniciativa es estúpidamente demagógica porque es asombroso que la Junta crea ahora que va a resolver el problema del chabolismo o de nuestros barrios marginales con una simple declaración de voluntades y de apelación a la Constitución. Y es que, si es tan fácil, ¿cómo es que el Gobierno andaluz ha tardado veinticinco años en darse cuenta de su necesidad? 

Lo siento, pero tanta demagogia, de estilo venezolano, solo manifiesta la ignorancia de que los que nos gobiernan han venido haciendo gala en temas de mercados de vivienda, y que les ha llevado de fracaso en fracaso en este apartado. Y es que si supieran cómo funcionan los mercados de vivienda no hubieran pifiado con la agencia pública de alquileres, hubieran sido más eficaces a la hora de controlar el crecimiento de los precios, de ordenar el territorio o de hacer cumplir los planes de VPO. Si hubieran sido eficaces en los veinticinco años que llevan gobernándonos, no tendríamos las barriadas con infraviviendas en nuestras ciudades y no necesitaríamos una ley que nos reconociera el derecho porque ya lo ejerceríamos. 

No sé si el PSOE puede ganar algún voto con iniciativas como ésta. El mío, desde luego, no, aunque solo fuera porque, a veces, me molesta que crean que los ciudadanos somos tontos. 

10 de septiembre de 2007