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lunes, 20 de noviembre de 2017

Despertar europeo

Inmersos como andamos en el monotema de Cataluña, no estamos dando importancia a algunas de las señales que nos llegan desde Europa. Y es que, a pesar del impasse que vive Alemania a la espera de un acuerdo a cuatro bandas (CDU-CSU, Liberales y Verdes, la «coalición Jamaica»), Europa, parece que vuelve a despertar de la mano de Jean Claude Juncker, con el apoyo decidido del presidente Macron, el consentimiento de Merkel y el nuevo papel de Italia y España. 

Tres son los signos claros de este nuevo despertar: el rechazo al nacionalismo regionalista, la firma del acuerdo de defensa europea y la ampliación de los derechos sociales europeos. 

Ante el problema catalán, y tras los titubeos que en el pasado hubo ante los movimientos nacionalistas regionales, Europa ha vuelto a afirmar una de sus esencias. Europa no puede aceptar nacionalismos excluyentes, no solo porque, como dice Juncker, sería ingobernable con 96 países, sino porque sería absurdo que una estructura política creada para superar los nacionalismos que llevaron al continente a dos guerras mundiales y a su declive, fuera la cobertura para el florecimiento de nuevos nacionalismos excluyentes. La Unión Europea no se creó con el objetivo de dar voz a cuestiones identitarias, sino para superar y subsumir la identidad nacional de cada uno europeo en un proyecto continental. La crisis catalana ha hecho que Europa vuelva a recordar su propia esencia, y la prueba de ello ha sido la respuesta que las estructuras de la Unión (Juncker, Tusk, Tajani, etc.) y los grandes países han dado al desafío independentista. 

El segundo signo es la firma el pasado 13 de noviembre de una Declaración de Cooperación Estructurada Permanente (Pesco) por la que 22 países de la UE se comprometen en temas de defensa, especialmente en información, logística, formación, sistemas de armas e inversiones tecnológicas. Una declaración que viene a reforzar la Agencia Europea de Defensa, creada en 2004 y poco operativa, y supone una respuesta ante la creciente amenaza de Rusia (Crimea, Ucrania y presión en los países Bálticos, más la injerencia cibernética en los asuntos internos), la inacción europea en el problema del mundo islámico (con la excepción de Francia) y el desapego de la administración Trump hacia Europa y la OTAN. Europa da un paso adelante en su defensa común, más de cincuenta años después de la creación de la primera estructura de coordinación, y tras algunos éxitos parciales. 

El tercer signo del despertar europeo es la declaración de Gotemburgo del pasado viernes 17. Con esta declaración se impulsa lo que se llama el cuarto pilar de la Unión. Un pilar cuya construcción se inició a principios de siglo y que sufrió un duro revés con la no ratificación de la Constitución Europea de 2005. Un pilar que, ante la devastación social que ha producido en muchos países la crisis, especialmente grave en aquellos que más la han vivido como Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre o España, es esencial por una cuestión de justicia, es coherente con las dos ideologías que han hecho posible el Estado del Bienestar europeo (la socialdemocracia y la democracia cristiana), está en el origen de la Unión Europea y, finalmente, es una inteligente estrategia para lograr la legitimación de la misma Unión y luchar contra los populismos. Europa, por fin, da un paso más en la creación de un Espacio Social Europeo. 

Europa está, parece, despertando. Un despertar en el que ha tenido mucho que ver la salida del Reino Unido, no solo por la forma en la que se está produciendo, sino por el papel que ha representado el Reino Unido en la integración europea. Posiblemente sin los británicos la Unión avanzará más deprisa, pues fueron ellos los que abrieron la espita de los referéndums regionalistas, siempre se negaron a la integración militar europea y nunca quisieron el pilar social de la Unión. El Brexit lejos de ser un problema será una bendición. Para Europa. 

20 de noviembre de 2017 

lunes, 6 de noviembre de 2017

Cinco lecciones

De lo que estamos viviendo en la política española en los últimos meses por cuenta de Cataluña podemos extraer muchas lecciones, pero me quedo con cinco que me parecen esenciales. 

La primera es que la Constitución de 1978 está viva. Ha aguantado viva la irrupción de Podemos, uno de cuyos primeros mensajes fue la demolición de la Constitución por ser parte del «Régimen del 78», así como la permanente propuesta del PSOE de modificarla para darle acomodo a la “singularidad” catalana (Declaración de Granada dixit), y los continuos desafíos de los nacionalistas de distinto signo y territorio. La Constitución de 1978 está viva y, con la crisis catalana, hemos descubierto que tiene mecanismos para protegerse, como el artículo 155. De paso, la ciudadanía ha descubierto que el Senado existe y tiene, a veces, funciones esenciales. 

La segunda lección es la ratificación de que España es un Estado de Derecho. Lo es desde hace 40 años. Lo que significa que el ejercicio del poder está sujeto a la ley. Los políticos, pues, tengan los votos que tengan, no pueden hacer lo que quieren, y, menos, vulnerar la ley. Porque el primer derecho que tiene cualquier persona es que la acción de los políticos y de la administración esté regulada. Sólo así se puede preservar la libertad y ejercer los demás derechos. El Gobierno de la Generalitat ha estado sistemáticamente vulnerando los derechos de los catalanes porque han actuado fuera de sus competencias. 

La tercera enseñanza es que el Código Penal existe y es una pieza esencial de nuestro ordenamiento jurídico. Más aún, como se expresa en el primer párrafo de su Exposición de Motivos, el Código Penal «ocupa un lugar preeminente en el conjunto del ordenamiento, hasta el punto de que, no sin razón, se ha considerado como una especie de ‘Constitución negativa’. El Código Penal ha de tutelar los valores y principios básicos de la convivencia social». Y entre esos principios básicos de convivencia está la Constitución positiva, de ahí que recoja, aprendiendo de nuestra historia, un conjunto de «delitos contra la Constitución». 

La cuarta enseñanza es que España es ya una democracia madura. Y esa madurez se manifiesta en la forma en la que se está afrontando esta crisis, en la actuación de la Justicia y en las reacciones de la ciudadanía. Porque esta crisis se ha afrontado desde la ley, actuando cuando había hechos ciertos sobre los que actuar. Es posible discutir si se tenía que haber hecho algo hace años, pero es también cierto que en aquel momento no existían todos los instrumentos jurídicos de los que hoy se dispone (como el artículo 92 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional en su actual redacción). Es posible debatir sobre cada una de las decisiones tomadas por el Gobierno y sobre las posiciones de cada uno de los partidos. El hecho es que la Justicia actúa y que la inmensa mayoría de la ciudadanía en toda España ha acogido los acontecimientos con preocupación, pero con tranquilidad, y esto nos dice que no somos una sociedad débil, ni una democracia adolescente. 

Finalmente, la quinta lección es que el Estado de las Autonomías tiene un límite. El título VIII de la Constitución diseñó un proceso. Un proceso de construcción de un Estado con Autonomías, no, como algunos han creído (y muchas veces parece), un proceso de destrucción del Estado a través de las Autonomías. En nuestra Constitución, la Autonomía no es un estado intermedio para llegar a la independencia, es el estadio final de la organización del Estado. Las Autonomías no pueden ser «miniestados», sino Estado. Lo que debiera tenerse en cuenta cuando se hable de reformar la Constitución. 

Y, junto a estas lecciones, el recordatorio de un principio elemental en política: las leyes son política. Es cierto que no son «toda la política», pero son la esencia de la política en democracia. De ahí que la esencia del poder sea poder redactar el BOE. 

6 de noviembre de 2017