Páginas

miércoles, 27 de marzo de 2019

Ruido y nueva política

En esta campaña electoral, más que en ninguna hasta ahora, hay demasiado ruido, demasiadas luces, demasiadas distracciones. Los medios de comunicación tradicionales, las televisiones, las redes sociales (con la complicidad de todos), hasta los mismos actos a los que nos convocan, todo es luces y ruido. Luces destellantes y ruido que nos ciega y ensordece. El procés, Cataluña, los decretos de última hora, el brexit, Venezuela, las encuestas, el último suceso de violencia machista, una manifestación en defensa de algo, los fichajes políticos de última hora, los exabruptos de Vox, la vuelta de Pablo Iglesias, las encuestas, etc... Y, en medio de todo, lo de siempre, la Semana Santa, la primavera, y, para nosotros, el mayo cordobés. Hay ya tanto ruido, vamos a tener tanto ruido, que no oímos nuestros propios pensamientos. 

Quizás por eso, porque la política y la sociedad actual generan tanto ruido, es por lo que la «nueva política» es como es. Quizás la nueva política sea tan simple y simplificadora, tan sin argumentación, porque en medio del ruido y las luces fuertes lo único que se puede decir es sí o no con la cabeza, distinguir entre el blanco y el negro. Quizás esa tendencia a que todo se vuelva rojo o azul, de izquierda o de derecha, sí o no, es fruto del ruido, del exceso de información irrelevante que estamos continuamente recibiendo. Quizás por eso la nueva política va auscultando más las «sensaciones» de la ciudadanía que sus «razones». Quizás por eso va de no tener matices, va de suponer más lo que ocurre a partir de cuatro experiencias, que de saber tras analizar los hechos. Quizás la nueva política va más de agitar que de serenar, de romper más que de unir. Y, quizás porque la esfera pública es una feria, tienen más éxito los que más llaman la atención, los que más chillan, los que más se mueven, los que más se prodigan, los que dan con el slogan más provocador. 

Basta mirar lo que ha ocurrido en los últimos años en muchos países para saber que la «nueva política» va de eso. Trump ganó, como Salvini en Italia y Bolsonaro en Brasil, haciendo una «nueva política» de mensajes simples, falsos y exagerados, generando mucho ruido y haciendo propuestas elementales sobre los que pidió el acuerdo o el desacuerdo. La misma estrategia con la que ganó el brexit. La misma estrategia con la que se querían independizar a Cataluña los políticos encausados. 

Esta es la «nueva política» que nos espera en la campaña electoral y, lo que es peor, después. Una «nueva política» que ya ha empezado por la simplicidad con que todos andan etiquetando a los demás como de «izquierdas» o de «derechas» (como si poner una etiqueta fuera un argumento), haciendo metáforas exageradas («los fascistas están a las puertas del Congreso» dicen unos; «los rojos van a dividir España», dicen otros) y gracietas tontas y displicentes. Y, cuando nos tengan ya alineados, nos presentarán unas propuestas simples, claras, meridianas, seguras, rotundas. Propuestas para todo, especialmente de lo no importante. Y nos pondrán en medio de la disyuntiva de «estás conmigo o contra mí». Para que asintamos o deneguemos con la cabeza. 

Nos darán respuestas sin habernos dicho nada, sin un análisis de la situación política geoestratégica o económica, como si viviéramos en un mundo sin otros países. Nos darán respuestas simples de blanco o negro sin datos contrastados de paro, deuda pública, presión fiscal, pensiones, desigualdad, inmigración, deterioro medioambiental, etc. Harán debates broncos llenos de insultos. Y, después, nos forzarán a elegir como si fuera un combate, sin matices, ni palabras. Porque nos darán a escoger un sí o un no, un simple color. Vivimos tiempos de ruido y en ellos hay una «nueva política». Una política de feria, lejos de la ciudad, sin contacto con los problemas. Y luego querremos que las decisiones que se tomen los solucionen. Lo siento, pero será que no. 

27 de marzo de 2019 

miércoles, 13 de marzo de 2019

Reformas laborales urgentes

Desde el mismo momento de su toma de posesión, el Gobierno Sánchez ha intentado reformar la legislación laboral, con el objetivo de «revertir» la reforma laboral del Gobierno Rajoy. Y en ese empeño se ha aplicado a pesar de no contar con el respaldo de los agentes sociales (condición que se autoimpuso) y no tener mayoría suficiente en el Congreso. Lo último ha sido el decreto del pasado viernes que, con el rimbombante nombre de «Real Decreto-Ley de medidas urgentes en materia de protección social e incentivos al empleo», contiene un conjunto parcial de medidas de alguna incidencia (subsidio para mayores de 52 años), otras de escasa relevancia (los contratos en el sector agrario) y otras que refleja lo poco que el Gobierno conoce el mercado de trabajo actual (el control de las horas extra). Finalmente, el Gobierno anunció, también con carácter urgente, la constitución de un grupo de expertos para elaborar un nuevo Estatuto de los Trabajadores. En definitiva, el Gobierno, lejos de enfocar el problema como debía, constituyendo hace meses el grupo de expertos para reformar en profundidad el Estatuto de los Trabajadores, parchea con demagogia para las elecciones. 
 
Porque una parte importante de los problemas que tenemos en nuestro mercado laboral, principalmente el paro y la dualidad laboral, tienen que ver con el mal funcionamiento del marco institucional y legislativo en el que se fundamenta. El Estatuto de los Trabajadores, piedra angular de este marco, es el primer culpable del paro diferencial que sufrimos. Dicho de otra forma, si realmente queremos reducir significativamente la tasa de paro, la dualidad laboral (que perjudica a los jóvenes) y la desigualdad, mejorando los salarios, necesitamos un nuevo Estatuto de los Trabajadores, así como una nueva Ley de Libertad Sindical. Un nuevo marco jurídico que regule de una forma mucho más eficiente las relaciones laborales en España. 
 
Para ello sería conveniente que el tema se abordara desde la realidad de nuestra economía y de nuestro mercado de trabajo. El Estatuto de los Trabajadores que tenemos vigente, a pesar de todas las modificaciones que se le han hecho, es de 1980, y es fruto de la estructura económica de entonces, de la situación política y de la legislación laboral franquista (de la que quedan reminiscencias). Es decir, el Estatuto de los Trabajadores se hizo para una economía poco desarrollada, cerrada e intervencionista. Exactamente todo lo contrario que la economía que se nos avecina. Mas aún, no sólo los empleos de entonces eran diferentes a los actuales, es que también los trabajadores de entonces tenían una cualificación y unas expectativas diferentes. La economía española ha cambiado tanto, y el cambio que se avecina en el mercado laboral en los próximos decenios es tan profundo, que haríamos bien en enfocar la legislación laboral para facilitar los cambios, evitando los efectos indeseables que pudieran producirse, no volviendo a legislaciones atrasadas que sólo generan paro y desigualdad. 
 
Un criterio que debiera orientar toda reforma laboral, además de la justicia y equilibrio en las relaciones entre las partes, es el de la flexibilidad, lo que implica la posibilidad de adaptar las condiciones laborales a las condiciones económicas en las que se desenvuelve la actividad. Un criterio que tiene una fuerte base empírica, pues los mercados laborales más flexibles son los que tienen, dado un nivel de renta, menores tasas de paro y de precariedad, así como mejores salarios. Ha sido precisamente la flexibilidad laboral de la reforma Rajoy, no completa, la que ha posibilitado la creación de puestos de trabajo a partir de tasas de crecimiento inferiores al 3%. 
 
Precisamente por eso, porque la flexibilidad laboral es esencial en los empleos actuales y en la creación de empleos del futuro, no entiendo medidas que consideran que el trabajo del siglo XXI es como el del siglo XIX. Me temo que el Gobierno, por la prisa de redactar decretos, lo hace después de ver Novecento y no de estudiar economía laboral. 
 
13 de marzo de 2019