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domingo, 27 de mayo de 2018

Oriente Próximo (II): las ideas y los intereses

En los últimos párrafos de la Teoría General del empleo, el interés y el dinero, John Maynard Keynes escribe que lo que mueve el mundo para bien o para mal, más que los intereses creados, son las ideas. En realidad, lo que mueve el mundo es la mezcla de ideas e intereses. Una mezcla que, en Oriente Próximo, es explosiva. 
 
Para comprender qué pasa en Oriente Próximo es necesario hacer referencia al papel central de la religión en su vida pública. En países crecientemente desacralizados, relativamente homogéneos y democráticos, como España, en los que la religión va siendo solo una parte pequeña de lo público, y se mantiene por su sustrato cultural en ritos de celebración familiar (como las comuniones) o en expresiones colectivas de identidad (como la Semana Santa), no comprendemos que la fuente de legitimidad política, el derecho a actuar y los principios básicos de la actuación pública, estén determinados por principios religiosos, como no entendemos la lógica política que se deriva de estos principios. En el seno del Islam el conflicto político no es tanto un conflicto religioso entre los chiíes y los suníes, pues tienen ideas religiosas similares, sino entre Irán y Arabia Saudí, y se transforma en un conflicto religioso porque Irán es de mayoría chií y Arabia Saudí de mayoría suní, y, dada la importancia de la religión para construir su identidad política, esta se usa como arma, convirtiéndose, entonces, en un conflicto religioso. Como se usa como arma de conflicto de todos contra Israel, y no tanto por una cuestión religiosa, que también y a pesar de que el Islam casi siempre fue tolerante con los judíos, sino porque también la identidad de los israelíes y su afirmación sobre el territorio (su Tierra Prometida) tiene una base religiosa. La religión, pues, es un elemento esencial para explicar y comprender la lógica de los conflictos en Oriente Medio, pero no es la causa originaria de estos conflictos. 
 
Las causas de los conflictos en Oriente Medio hay que buscarlas más en los distintos intereses de las élites que gobiernan las sociedades que lo componen. Intereses que se basan en el control de dos recursos materiales básicos: el agua y el petróleo. 
 
El agua es una de las claves para entender el problema de Oriente Próximo, pues es una de las zonas más secas del planeta. El control del agua ha sido lo que ha llevado, por ejemplo, a la no devolución de los Altos del Golán por parte de Israel desoyendo (por enésima vez) las resoluciones de la ONU. Como es el suministro de agua el mecanismo de control de conflictos en la franja de Gaza. Como es la carencia de agua la que limita el desarrollo de algunos países como Jordania. 
 
Pero son los intereses creados alrededor de la explotación del petróleo, su comercialización y sus finanzas, lo que genera fuertes conflictos entre los principales actores de Oriente Medio. Arabia Saudí, el mayor productor mundial, lucha por una subida del precio manteniendo la inestabilidad en Irak y presionando a Estados Unidos para que impida a Irán salir a los mercados internacionales, pues así, al tiempo que evita una caída del precio (que tampoco le interesa a los Estados Unidos) impide que los persas se recuperen económicamente. Irán quiere poder acceder a los mercados internacionales, esencialmente occidentales, pues los intercambios que realiza con China son muy poco ventajosos, pero quiere una apertura que no le lleve a la «contaminación burguesa» de su clase media. Al mismo tiempo, necesita una salida al Mediterráneo a través de Irak y de Siria, de ahí su intervención en ambos países. Turquía, con la excusa de controlar el terrorismo kurdo, quiere tener más participación en el petróleo del norte de Irak. Y, dentro de cada país, el interés de la élite que controla el recurso. 
 
Religión, agua, población, petróleo, dinero... Armas... Religión. Agítese y se tendrá el cóctel de Oriente Próximo. 
 
27 de mayo de 2018 
 

miércoles, 16 de mayo de 2018

Oriente Próximo: los actores (1)

De la política en Oriente Próximo se pueden decir muchas cosas, pero no se puede predicar de ella que sea sencilla: no hay ninguna zona geográfica del planeta en la que se entremezclen tantos agravios, injerencias e intereses como en las sociedades que habitan el espacio que va desde el Mediterráneo hasta las puertas de la India y desde el Cáucaso hasta el Índico. 

En ese espacio que hoy son los restos de lo que fue el Imperio Otomano viven más de 400 millones de personas en sociedades muy desiguales, no sólo en renta, sino también culturalmente, organizadas en unos veinte estados de diverso tipo: estados en guerra o fallidos como Siria, Irak, Palestina o Yemen; dictaduras militares como Egipto; repúblicas o monarquías teocráticas como Irán o Arabia Saudí; cuasi-democracias republicanas como Líbano o Turquía o monárquicas como Jordania; hasta democracias como Israel. Estados que tienen grandes diferencias de población, territorio, renta, situación geográfica e intereses. Veinte estados entre los que hay cinco actores esenciales: Irán, Arabia Saudí, Turquía, Egipto e Israel. 

Irán y Arabia Saudí son la clave de la nueva situación. Al ser los dos estados teocráticos su enfrentamiento tiene una base y una retórica religiosa, pero, en el fondo, hay un conflicto multidimensional secular. Culturalmente es la lucha entre persas y árabes. Demográficamente es la lucha entre una sociedad aislada de 80 millones y otra de 30 millones y, aunque cerrada, vinculada a Occidente y con aliados en la zona. Es la lucha de chiíes contra suníes por el control del centro de Oriente (Irak y Siria). Es la lucha por la supremacía ideológica y la legitimidad religiosa en el islam del siglo XXI. 

Actores principales, también, Turquía y Egipto. La Turquía de Erdogan, tras la fallida integración en la Unión Europea, ha virado su política interior hacia el autoritarismo y su política exterior hacia lo que fueron provincias del Imperio Otomano, manteniendo la estabilidad fronteriza con Rusia (por eso sigue en la OTAN). Erdogan ha cambiado una política de un siglo al intervenir decisivamente en sus fronteras del sur, aprovechando los conflictos en Siria e Irak, y con la excusa de resolver «el problema kurdo», alineándose, de momento, con los saudíes. Egipto, por su parte, estable por la mano de hierro del general Al-Sisi y saliendo de una crisis económica, gracias, entre otras causas, a la ayuda financiera saudí, no puede permitirse intervenir, pero sí alinearse con Arabia Saudí. 

Finalmente, la quinta potencia regional, Israel, se ha mantenido fiel a la línea de sus «halcones». Tres ejes son esenciales para entender la política exterior de Israel: uno, que es un Estado poblacionalmente muy débil, pues no llega a los 9 millones de habitantes (menos del 2,3% de la región); dos, que la mayoría de los países de su entorno lo consideran enemigo; y, finalmente, que para compensar su debilidad poblacional y la hostilidad cuenta con el apoyo explícito de los Estados Unidos, tiene uno de los más eficientes ejércitos de la zona y es, aunque no declarada, potencia nuclear, y no tendría escrúpulos en usar fuerza nuclear táctica. Tras las sucesivas guerras, Israel había logrado estabilidad fronteriza gracias a la paz con Egipto, la entente con Jordania, el muro con los palestinos, las fuerzas de interposición con el Líbano y su ejército en el Golán, zona siria que no devolverá porque supone controlar el agua del río Jordán. En el conflicto irano-saudí, Israel está contra Irán, porque es beligerante contra Israel (apoya a Hezbolá), ayudando implícitamente a los saudíes. 

A estos actores principales en el complejo Oriente Próximo hay que sumar las potencias mundiales: actores importantes como Estados Unidos y Rusia; comparsas como la Unión Europea, y novatos como China. Los demás (Siria, Irak, Palestina, Yemen, Líbano) son sólo figurantes que sufren los dramas. Unos dramas escritos por intereses políticos como la primacía en el islam, geoestratégicos como la salida al Mediterráneo o económicos como el agua o el petróleo. 

16 de mayo de 2018