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lunes, 16 de febrero de 2009

Un esquema de política económica

A fecha de hoy, ni el Gobierno ni la oposición están planteando un plan coherente de política económica que permita abordar la grave situación económica en la que nos encontramos. El diagnóstico de la situación es claro y conocido, los objetivos también. Para completar un plan hay que saber qué hacer y, tras debatirlo, implementarlo. Por si sirve, ahí va un esquema de lo que se tendría, en mi opinión, que hacer. 

Para empezar hay que tener en cuenta que la economía española del 2009 es una economía globalizada, integrada y abierta, lo que implica que ya no es posible buscar soluciones sin tener en cuenta la actuación de otros gobiernos. Por eso, es importante estar en los foros internacionales (el G-20 por ejemplo) abogando por la reforma de las instituciones financieras internacionales, velando por la estabilidad en los mercados mundiales y participando en los planes de desarrollo mundial, pues la estabilidad de los mercados y la mejora de las expectativas de desarrollo de las economías más pobres, al tiempo que elimina incertidumbres, contribuye al crecimiento. 

Más activamente hay que participar en Europa. En el primer semestre del 2010, le corresponde a España la presidencia de la Unión Europea por lo que el Gobierno español tiene la obligación, por el bien de Europa y de España, de plantear un plan de reforma del marco institucional para coordinar las políticas económicas de la Unión. Junto a esto hay que relanzar la Estrategia de Lisboa y abandonar, a pesar del coste político, las viejas políticas sectoriales. Europa, para salir de la crisis, necesita más integración monetaria (la de la libra, por ejemplo), acelerar los planes de infraestructuras transfronterizas, integrar decididamente sus sistemas educativos y tecnológicos, tener reglas comunes de supervisión bancaria, liberar la prestación de servicios y sentar las bases de una armonización fiscal para las empresas. Lograr que Europa funcione es parte de la solución de los problemas de cada una de sus economías porque, dada su interrelación, solo es posible salir de la crisis si Europa funciona, si se abren nuevas oportunidades en la, teóricamente, segunda economía más grande del planeta. 

Pero hay también mucho que hacer dentro de España. Además de continuar con las medidas de inyección de liquidez a la banca y las empresas (dejándose de demagogia y "miniobritas" municipales) hay, en mi opinión, cinco reformas esenciales que es necesario abordar sin dilación y con valentía política. En primer lugar, es necesario aligerar nuestros procedimientos mercantiles y hacer funcionar a la justicia para hacer lo más rápidamente posible el ajuste sectorial. En segundo lugar, es necesario hacer una reforma profunda del mercado de trabajo (cambiando desde los sistemas de negociación colectiva hasta las formas contractuales). En tercer lugar, hay que replantearse el sistema fiscal reduciendo cotizaciones sociales y el impuesto de sociedades, y profundizando en los impuestos personales. En cuarto lugar, hay que reformar el sistema educativo para mejorar sus niveles de calidad y la cualificación profesional de los egresados. Y, finalmente, hay que racionalizar el gasto público ordenando las competencias de cada nivel administrativo, evitando las duplicidades y la descoordinación, pues no nos podemos permitir 17 mini Estados con diferentes regulaciones. Las infraestructuras, una política energética valiente, una decidida apuesta por la tecnología y el medio ambiente no son eficaces si los marcos regulatorios son complejos, inestables y costosos. 

Para desarrollar el esquema anterior, solo un esquema de 600 palabras, solo es necesario un poco de sentido común, una pizca de conocimiento económico, una dosis de visión política y un mucho de liderazgo. Como se tuvo en 1977, en 1983 y en 1993. El problema es que Solbes no es Fuentes Quintana, ni Miguel Boyer. Ni siquiera el Solbes del 94. 

16 de febrero de 2009 

martes, 3 de febrero de 2009

El mercado de trabajo es la clave

La clave de la evolución de la crisis está en el mercado de trabajo. De cuánto paro se produzca, de sus características y de qué medidas tome el Gobierno para resolverlo depende la duración y la profundidad de la crisis. Si llegamos al 19% de paro, que llegaremos a finales de este año, y las medidas son sólo la protección social y las obritas municipales, podemos prepararnos para una larga, larguísima crisis. 

Hagamos un simple ejercicio de economía comparada. Algo tiene que pasar dentro del mercado de trabajo español cuando convierte una caída del -1,7% del PIB en 5,4 puntos más de paro, mientras que en el mercado norteamericano, con su sistema financiero en quiebra, una recesión del -1,9%, sólo produce un paro añadido de 2 puntos. Algo tiene que pasar cuando una recesión en el Reino Unido de -2,8% sólo ha incrementado su paro en 3 puntos, mientras que en Francia una caída del -1,9% sólo ha hecho crecer el paro en 1 punto o en Alemania una caída del 2,5% la ha dejado constante. ¿Qué pasa en nuestro mercado de trabajo que multiplica por tres la caída del PIB? 

La respuesta es demasiado compleja como para despacharla en cuatrocientas palabras, pero se puede esbozar. Frente a los mercados de trabajo anglosajones (USA y Reino Unido) nuestro mercado de trabajo es infinitamente más rígido; frente a los mercados de trabajo europeos nuestra estructura económica es infinitamente más débil. 

Nuestro mercado de trabajo, a pesar de la desregulación de los últimos años, es, aún, rígido. Para empezar, tenemos una escasa movilidad territorial (entre otras razones, por la vivienda en propiedad) y una escasísima movilidad sectorial y funcional, por las leyes que regulan profesiones y los convenios que sacralizan categorías y funciones. A esto, típicamente español, hay que añadir una legislación laboral que impide el ajuste rápido de plantillas, lo que hace que el tiempo del ajuste económico sea más largo. Por otra parte, la protección social desincentiva la búsqueda activa de empleo por lo que los trabajadores prefieren, en algunos casos, estar en paro antes que aceptar un puesto de trabajo de menor salario. Además, los altos costes de despido de los contratos antiguos frente a los recientes hacen que las empresas prefieran o despidos masivos para reestructurarse o despedir a los trabajadores menos costosos, en términos de indemnización, y no a los trabajadores menos productivos, y, desde luego, no querer contratar. Y a todo esto hay que añadir el erróneo proceso de negociación colectiva de los salarios, vinculados a subidas de precios y no de productividad, y los altos costes laborales implícitos por las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social, que penalizan el uso del factor trabajo. Nuestro mercado laboral necesita una revolución normativa profunda, un replanteamiento serio de la protección social y de la financiación de la Seguridad Social y una profunda reforma de nuestro sistema educativo, sólo para que la alta tasa de paro no se enquiste. 

Pero aún con esto no resolveríamos el problema, porque también tenemos una gran debilidad estructural. Frente a Alemania o Francia, también poco flexibles, lo que nos diferencia es que tenemos una economía basada en la construcción, el turismo y las industrias asociadas. No hemos tenido política industrial y energética seria, ni una política de concentración de empresas para ganar tamaño. Peor aún, tampoco hemos tenido una política educativa que articule un buen sistema de I+D+i y dote nos dote de capital humano. Ahora vamos a pagar esas políticas educativas más centradas en los edificios que en los claustros, más preocupadas por la pureza nacionalista que por la exigencia. 

Llevan razón los sindicatos cuando dicen que esta crisis no está originada en el mercado laboral, de lo que sí va a ser culpable es de la magnitud y de la duración de la crisis. 

2 de febrero de 2009