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jueves, 31 de enero de 2019

El nuevo Gobierno

Desde la semana pasada tenemos nuevo Gobierno en Andalucía, lo que ha levantado no pocas expectativas, positivas en algunos casos, alarmistas en otros. El hecho es que no lo va a tener fácil. Más bien al contrario, va a tener muy complicado armar siquiera una línea clara de gestión, lo que no quiere decir que sea imposible, pues hay, en mi opinión, dificultades objetivas que el mismo Gobierno debería tener en cuenta para poder enfrentarlas. 
 
La primera dificultad del nuevo Gobierno andaluz es la misma forma en la que se ha configurado: una coalición minoritaria. Una coalición de dos partidos que necesitan el apoyo de un tercero, Vox, que está ideológicamente en el extremo de uno de ellos, lo que hace imposible una acción de gobierno coordinada. Es, como lo fue el del presidente Sánchez, más un gobierno «anti» que un gobierno «pro». Es decir, lo que une a los votantes y, por extensión, a los partidos en el Gobierno, no ha sido un proyecto común, que no lo tienen el PP, Ciudadanos y Vox, sino el hartazgo de la utilización de la Junta por parte del PSOE. Desalojado el PSOE han de encontrar un relato común que se concrete en aquellas medidas que conciten la mayoría en el Parlamento. 
 
La segunda dificultad es el momento en el que se ha producido el cambio, pues ha sido el resultado de las primeras elecciones de un ciclo electoral en el que los tres partidos cuasi-coaligados compiten. No va a ser fácil para el presidente Moreno y el vicepresidente Marín mantener la buena sintonía en los próximos meses compitiendo sus candidatos por las principales ciudades de España, y siendo conscientes de que, para gobernar muchas de ellas, tendrán que llegar a acuerdos. Como no va a ser fácil mantener el Gobierno en campaña para unas generales. 
 
La tercera dificultad es la misma Junta y la cultura política que ha instaurado el PSOE en Andalucía tras sus 36 años de Gobierno. La Junta, como todas las administraciones públicas regionales grandes con un partido dominante (Cataluña, País Vasco, Galicia) ha desarrollado un entramado institucional y una cultura político-administrativa que no es fácil de gestionar sino por inercia, especialmente sin cuadros medianamente preparados. No es solo, como se cree comúnmente, el problema de la «administración paralela», son también las relaciones personales y las dependencias económicas que la Administración andaluza ha ido tejiendo a lo largo de los años. La Junta de Andalucía es casi el 20% del PIB andaluz, lo que habla no solo de la debilidad relativa del sector privado, sino de la dependencia que ha tenido la actividad económica privada de la actividad de la Junta, de la cercanía al PSOE. Y, junto a la dependencia, la discrecionalidad en los modos y procedimientos de la Junta. Una discrecionalidad amparada en el convencimiento de que nadie podía enfrentarse a las decisiones de la Junta, pues el coste del enfrentamiento siempre ha corrido en contra de la ciudadanía. Cambiar esta cultura tampoco va a ser fácil. 
 
La cuarta dificultad va a ser la escasez de cuadros. Es cierto que el PP, partido estructurado y grande, tiene número suficiente de cuadros con experiencia en la Administración central y local. Pero no todos están disponibles. Por su parte, Ciudadanos no cuenta con tantos de confianza como para armar una administración en poco tiempo, máxime cuando una parte de ellos los tiene que presentar a las próximas elecciones para expandir su poder local, de ahí que necesite independientes. 
 
Y, finalmente, la última dificultad la va a plantear la oposición del PSOE. Una oposición que será dura y poco limpia (se vio en la investidura), porque no se esperaba perder el poder, porque hay ajustes de cuentas internos que solo se pueden acallar con una victoria en las municipales que prepare los votos para las generales. 
 
No, no lo va a tener fácil el nuevo Gobierno. Así que al menos puedo desearle suerte. 
 
31 de enero de 2019

miércoles, 16 de enero de 2019

Jaime Loring, in memoriam

La semana pasada falleció Jaime Loring. Tenía 89 años, y muchos de los que leen estas páginas seguramente no saben quién fue. Y, sin embargo, Córdoba no sería la que es hoy sin personas como él. 
 
Hubo muchos «Jaime Loring» en la vida pública cordobesa. Para algunos está el Jaime Loring fundador y profesor de ETEA. Para otros está el cura antifranquista y progresista. Para la inmensa mayoría está el Jaime Loring de los artículos dominicales en el Diario CÓRDOBA. Para unos pocos está el padre Loring jesuita en San Hipólito. Para unos escogidos, posiblemente a los que más amó en los últimos años, está el Jaime Loring comprometido con Iemakaie. Hubo muchos Jaime Loring en Córdoba. Como hubo muchos Jaime Loring en el ámbito familiar y de la Compañía de Jesús. Como hubo muchos Jaime Loring en Centroamérica. 
 
Quizás el más conocido es el primero. Porque Jaime Loring fue, en 1963, el fundador de ETEA. Un pionero en la enseñanza universitaria cordobesa que fundó el segundo centro universitario con que contó Córdoba, después de la Facultad de Veterinaria. Un pionero que importó un Plan de Estudios de Francia para formar a los empresarios del sector agrario, creando la primera facultad de Empresariales de Andalucía. Un innovador que incorporó, por primera vez en los estudios empresariales en nuestro país, las Prácticas de Empresa o los Trabajos Fin de Carrera. Un adelantado a su tiempo en internacionalización, incorporación de nuevas tecnologías (el tercer ordenador de la provincia se montó en ETEA) y pedagogía. Y, junto a esto, un profundo investigador del campo andaluz. Pues Jaime Loring no solo hizo el primer plan de contabilidad para el sector agrario, sino que dirigió la primera base de datos económico-financieros de la agricultura andaluza. Como no solo dio clases de contabilidad, es que creó el complemento de contabilidad de sociedades al Plan General de Contabilidad. Gestor carismático, con una inmensa capacidad de riesgo, fue, al mismo tiempo, un gran investigador y un riguroso y exigente profesor de gestión empresarial. 
 
Solo por estos logros merecería nuestro recuerdo, pero hubo mucho más. Pues, fiel al espíritu de su tiempo, el del Concilio Vaticano II, y a los aires que introdujo el Padre Arrupe en la Compañía de Jesús, Jaime Loring se comprometió activamente con el cambio político y social en los últimos años del Franquismo, en la Transición y en los primeros años de nuestra democracia. Animador del Círculo Juan XXIII, que fundaron amigos suyos como Luis Valverde, Balbino Povedano, Pepe Aumente o Rafael Sarazá, y próximo a los movimientos obreros y antifranquistas, que protegió, acogiendo muchas reuniones en ETEA, Jaime Loring fue un demócrata convencido en una época en la que pocos lo eran, un progresista en el tiempo en el que ese calificativo tenía más significado. Una actividad pública que no solo se desarrollaba en encuentros y en las plataformas de participación ciudadana, sino en los medios, especialmente en sus artículos para el Diario CÓRDOBA. Loring siempre estuvo interesado por los problemas del mundo, con una visión global que nacía de su experiencia personal en la España de la postguerra, la Francia de los sesenta, la Argentina de Videla, la Centroamérica de las guerras civiles, y, desde luego, de su vocación religiosa con el carisma de Ignacio de Loyola. 
 
Porque si hay un Jaime Loring esencial es el Jaime Loring jesuita de su tiempo. Un jesuita formado en los cincuenta, pues entró en la Compañía de Jesús en 1945 y se ordenó en 1959. Un jesuita activo en el mundo universitario desde 1963. Un jesuita comprometido en la lucha contra la injusticia y cercano siempre a los más desfavorecidos, tanto cercanos como del otro lado del mundo. Un jesuita que transmitía con pasión su pensamiento y que siempre vivió animado por su misión de servir a la fe, promover la justicia y dialogar con los diferentes. 
 
La semana pasada falleció Jaime Loring. Córdoba ha perdido uno de sus Hijos predilectos. 
 
16 de enero de 2019

miércoles, 2 de enero de 2019

Mujeres

No sé si Vox, como los demás populismos, ha llegado para quedarse. Posiblemente sí, como reacción a las revoluciones, pues todo revolucionario genera un reaccionario. Lo que sí sé es que las redes sociales y el big data, el relativismo cognitivo, los movimientos migratorios, el ecologismo y la revolución femenina ya están aquí y están configurando nuestras sociedades, como los ha configurado la globalización. Son los tiempos que vivimos. 
 
Hace siglos que tenía que haberse acabado la desigualdad de la mujer. Porque es algo evidente, un hecho objetivo, que las mujeres, por el simple hecho de serlo, de ser morfológicamente diferentes a los hombres, han tenido y tienen, en todas las sociedades, menos derechos efectivos que los hombres. Y no me refiero solo en aquellas sociedades en las que se les reconocen menos derechos (como las musulmanas), sino también a aquellas, como la española, en las que teniendo los mismos derechos formales reconocidos en una Constitución, no pueden ejercerlos de la misma forma que los hombres. 
 
Llevan razón, pues, las feministas en la raíz de sus protestas: siendo iguales socialmente hombres y mujeres en lo abstracto, no lo somos en lo real. Porque son las mujeres las que han de «tener cuidado» de no pasear por determinados sitios o en determinadas horas; son las mujeres las que son objeto de la mayoría de la pornografía y de las violaciones; son las mujeres las que sufren más la prostitución y la «trata de blancas»; son las mujeres las que sufren la mayor parte de la violencia en el hogar; son las mujeres las que han tenido históricamente menos oportunidades escolares; son las mujeres las que sufren una mayor tasa de paro y unas peores condiciones laborales; son las mujeres las que sacrifican sus carreras profesionales por crear y mantener una familia; son las mujeres las que no participan activamente en la vida pública porque tienen otras obligaciones; son las mujeres, mayoritariamente, las que cuidan a los niños, a los mayores. 
 
En España, son mujeres más de 23,7 millones de personas de las casi 46,6 que somos residentes. Es decir, el 50,6% de la población. Lo que implica que en España viven hoy 873.000 mujeres más que hombres. Y, sin embargo, no tenemos una sociedad pensada para incluirlas eficazmente, para que puedan ejercer sus derechos, para que puedan vivir plenamente su ciudadanía. Porque tenemos una sociedad basada en unos principios culturales e ideológicos que no son igualitarios. Proclamamos la igualdad y establecemos el principio en las leyes, pero esto solo es efectivo si cambia al mismo tiempo la cultura que sostiene esa arquitectura legal. No sólo es que falten leyes (de horarios, de conciliación, de igualdad en los permisos, etc.), es que, además, faltan políticas y recursos que hagan efectivas las que tenemos (de dependencia, de violencia de género, de educación infantil, etc.). Pero, sobre todo, falta educación en igualdad. Educación en casa, en la sociedad, en la escuela. Porque la cultura social evoluciona realmente con las ideas y se interioriza en eso que llamamos educación. 
 
La desigualdad radical de las mujeres en nuestras sociedades es una de las más evidentes, y al mismo tiempo silenciadas y extendidas, injusticias. Una injusticia que nos atañe a todos, a las mujeres y a los hombres. Una injusticia que no puede ser solo una preocupación del movimiento feminista, ni siquiera sólo de las mujeres, sino de toda la ciudadanía, de todas las instituciones. 
 
Harían bien los partidos de todo el espectro, ahora que ya estamos en ciclo electoral, en pensar en propuestas que actualicen en femenino las leyes y las políticas, como harían también bien las instituciones (empresas, instituciones sociales, la Iglesia, etc.) en empezar a pensar en cómo integrar este movimiento, porque la revolución de las mujeres está en marcha, aunque algunos no lo quieran ver, otros no lo sepan, otros la quieran manipular y algunos se opongan. Es imparable y está recién iniciada. Y será tanto más eficaz cuanto menos erre tenga. 
 
2 de enero de 2019