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lunes, 29 de noviembre de 2010

No somos Grecia, ni Irlanda, pero...

El rescate de Irlanda ha vuelto a poner nerviosos a los inversores internacionales (mal llamados "mercados"), a los Gobiernos y políticos de toda Europa y a la opinión pública. Y hay razones para este nerviosismo que es necesario explicar. 

España se parece a Grecia en su falta de credibilidad de la política fiscal. El gobierno griego mintió a la opinión pública y a sus socios en sus cuentas. Arrastrando una deuda pública gigantesca (más del 110% del PIB), los griegos se permitieron el lujo de hacer obras de infraestructuras poco rentables (casi todas las de las Olimpiadas), darse derechos como reducción de la edad de jubilación, mantener servicios públicos deficitarios o ampliar sus fuerzas armadas. Todo ello con un sistema fiscal insuficiente, con un alto fraude y un sistema administrativo corrupto. Esta situación producía un permanente déficit público que alimentaba más deuda que, a su vez, generaba más deuda. Con la crisis, esta política se hizo insostenible y los inversores desconfiaron de que los griegos pudieran seguir pagando, lo que desató la crisis griega de mayo. 

También España se ha comportado, en parte, como Grecia. Hemos hecho obras de infraestructuras poco rentables ("olimpiadas" de Madrid, etc.) y con duplicidades; hemos permitido reducción real de la edad de jubilación e incrementando las pensiones; hemos mantenido servicios públicos ineficientes a precios irrisorios y, nosotros, en vez de ejército, hemos multiplicado por 17 los costes en las autonomías, de cuyas cuentas desconfiamos porque hay deuda oculta en la administración paralela. Como tampoco tenemos un sistema fiscal suficiente, estábamos entrando en una espiral de deuda. Lo que nos diferenciaba y diferencia de Grecia en positivo es que nuestro nivel previo de deuda era la mitad que el griego. Lo que ponía nerviosos, sin embargo, a los inversores y a Alemania era el tamaño de nuestra economía: salvar a España (de ser necesario) no era una cuestión de 70.000 millones, sino de 700.000. Por eso se dimensionó el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) en esa cantidad y se obligó al Gobierno de España al viraje de política económica. 

El caso irlandés es diferente. La economía irlandesa, también más pequeña, es mucho más productiva que la española. Su sistema público estaba razonablemente dimensionado. El problema irlandés ha sido su banca. Mal regulada y administrada había alimentado una burbuja inmobiliaria gigantesca, captando ahorro exterior (igual que España). Ante la crisis inmobiliaria, su banca ha quebrado y ha necesitado un fondo de rescate público de 100.000 millones. El problema bancario se ha convertido así en un problema fiscal, en un déficit público del ¡30%! del PIB. Un problema que necesita del FEEF, pero que supone un ajuste durísimo con despidos de funcionarios y subida de impuestos. Lo irritante del caso es que los bancos irlandeses en ruina ¡pasaron los exámenes de mayo de la banca europea! 

Las similitudes con España son, en principio, pocas, si no fuera porque en España también hemos tenido una burbuja inmobiliaria, que aún no hemos aflorado en los balances de nuestras instituciones financieras. Una burbuja inmobiliaria que, de reconocerse, quebraría muchas entidades, costando más de 150.000 millones al sector público. O sea, un déficit público extra de casi el ¡15! de nuestro PIB. Y también nuestras instituciones pasaron los exámenes. Por eso son necesarias las fusiones calientes de cajas con despidos y ajuste. 

Por estas similitudes con Grecia e Irlanda es por lo que los inversores y Europa (Alemania especialmente) están preocupados por España. Una preocupación que se agranda por la falta de credibilidad de Zapatero (que no comprende la situación), porque tenemos una tasa de paro del 20% (una particularidad grave) que lastra las cuentas públicas y porque hay una inmensa desconfianza en las cuentas de las Autonomías y de nuestras Cajas. Y la preocupación se agranda por el tamaño de España y la calidad de nuestra clase política. 

No, no somos Grecia, ni Irlanda, pero... tampoco somos, por ejemplo, Alemania. 

lunes, 15 de noviembre de 2010

Tres dilemas de política económica

En esta crisis la mayoría de los gobiernos se están enfrentando a tres dilemas de política macroeconómica coyuntural de cuya solución está dependiendo la evolución de la crisis. 

Estos tres dilemas son, en primer lugar, el dilema de apoyar o no a la banca y cómo; en segundo lugar, el de qué política fiscal hacer a medio plazo; y, en tercer lugar, el de qué política monetaria implementar y por cuánto tiempo. Tres dilemas cuyas soluciones óptimas dependen de la estructura de cada economía, pero cuyas soluciones reales han dependido de circunstancias políticas. 

Dado el origen financiero de la crisis, el primer dilema que se planteó fue el del salvamento del sistema financiero. Tras la quiebra de Lehman Brothers en el 2008, la mayoría de los gobiernos se decantó por apoyar su sistema financiero, porque la alternativa de una quiebra sistémica cortaba toda posibilidad de reactivación. La cuestión, entonces, fue la forma de esta ayuda. La mayoría de los países con sistemas bancarios abiertos apoyó directamente a sus entidades, reconociendo el daño en el activo y capitalizando el pasivo. 

El resultado, dependiente de la fortaleza del sistema financiero y de la intensidad del daño, ha sido variable, pues mientras el sistema norteamericano se está recuperando, el sistema irlandés está prácticamente quebrado. En España, con un sistema más saneado, pero con una economía con peores fundamentos, se optó, sin embargo, por ganar tiempo, interviniendo lo justo y favoreciendo las "fusiones frías", para no generar una crisis de confianza y no tener que reconocer los errores de gestión de las cajas. 

La decisión, en su momento, no fue mala, pero solo aplazó lo inevitable, pues a lo largo de los próximos meses tendremos ya las "fusiones calientes" y el ajuste del sistema (unos 20.000 puestos de trabajo), al tiempo que seguirá conteniéndose el crédito y la inversión. 

El segundo dilema al que se están enfrentando los gobiernos es el de la política fiscal. Es decir, cuánto déficit público hay que tener, cómo tenerlo y por cuánto tiempo. En muchos países, empezando por Estados Unidos, se pensó, siguiendo al viejo Keynes, que había que tener el déficit público que hubiera que tener hasta que se activara la economía. 

Se esperaba que unos fuertes estímulos fiscales (bajada de impuestos y aumento del gasto) reactivarían el crecimiento. El problema es que ha pasado el tiempo y, como es el caso de España, la economía no solo no se ha reactivado, sino que el déficit está generando una deuda insostenible y una expectativa de subida de impuestos y un efecto "crowding out" que desanima la inversión. 

Una situación que se agrava cuando el ahorro interno no es suficiente para hacer frente a las necesidades de financiación y hay que acudir a los mercados internacionales. Ahora ya no se trata, pues, de si hay que tener déficit y por cuanto tiempo, sino de cómo se puede disminuir en poco tiempo. El problema es que reducirlo por la vía del gasto corriente genera un problema político (y en parte social), mientras que si se opta, como se ha hecho en España, por la reducción de la inversión se compromete del crecimiento a medio plazo. 

El tercer dilema está siendo el de cuánto estímulo monetario y por cuánto tiempo. Y también en esto se tiró de manual keynesiano decidiéndose una expansión monetaria ilimitada. El problema es que esta expansión está embalsando una inmensa cantidad de disponible, por lo que se está cociendo una inflación en el medio plazo. 

Si tenemos en cuenta que se ha salvado el sistema financiero mundial (pero no se está reformando en profundidad), que estamos entrando en una espiral de deuda pública (equivalente a la de deuda privada origen de esta crisis) y que estamos repitiendo los errores de una expansión monetaria para financiar esa deuda (como la del 2001-04), no es difícil deducir que de esta crisis saldremos... solo por un tiempo y para caer en la siguiente. 
 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Una crisis larga y profunda

La pregunta de la duración de la crisis es una constante en toda conversación con economistas. ¿Cuánto va a durar la crisis? La ciudadanía insiste como un niño pequeño con la cantinela del "cuánto falta", mientras que el Gobierno miente como un padre con un permanente "ya llegamos". La pregunta es lógica y relevante, como lo es la respuesta: los ciudadanos quieren formar expectativas sobre el futuro, el Gobierno quiere acelerar la salida de la crisis haciendo creer que ésta está más cerca. El problema es que ya nadie cree en la respuesta. ¿Cuándo vamos a "salir de la crisis"? "Salir de la crisis" es una expresión demasiado ambigua para un economista. Sensu estricto, "salir de la crisis" es volver a tasas de crecimiento superiores al 2,5%, que el paro baje a tasas menores del 15%, que el déficit público sea inferior al 3%, que los precios suban alrededor del 1% y que el déficit exterior tienda a cero. Pues bien, estas circunstancias no se darán, probablemente, en la economía española en, al menos, cuatro o cinco años. Dicho de otro modo: seguramente tendremos tasas de crecimiento positivo a finales del 2011, pero no reduciremos significativamente la tasa de paro hasta dentro de tres o cuatro años, y no reequilibraremos nuestro déficit hasta 2013 o 2014. Es decir, que, como mínimo, nuestra crisis será larga. Y lo será porque es profunda. Algo que no se arregla mágicamente, ni se conjura con unas simples elecciones. Las razones que me llevan a esta conclusión son muchas, variadas e interrelacionadas. 

En primer lugar, nuestra crisis será larga porque es parte de una crisis mundial en la que la posición de nuestra economía es comparativamente más débil por nuestra estructura productiva, nuestro menor tamaño, nuestro alto endeudamiento externo y por la falta de credibilidad de nuestro Gobierno. Es decir, que la crisis nos afecta más porque comparativamente tenemos una economía peor. 

La segunda razón, más importante, por la que nuestra crisis será más larga es por la debilidad de nuestro viejo modelo de crecimiento. Cambiar un modelo de crecimiento basado en la demanda interna, asentado en la construcción y el turismo, con creación de empleos de baja cualificación y baja productividad, financiado con altos niveles de deuda privada exterior y con fuerte expansión del empleo público no es tarea de un año. Es tarea de casi una década. Tardaremos años porque estamos destruyendo tejido productivo empresarial, tenemos una tasa de paro de larga duración muy elevada, hemos generado un déficit público estructural (gastos públicos rígidos e impuestos insuficientes), no hemos terminado de ajustar ningún sector productivo ("pseudofusiones" en la banca, incoherencias en el energético, etc.), tenemos exceso de viviendas y recogeremos los años de caos educativo y de baja inversión en I+D. 

En tercer lugar, la crisis será larga porque no hemos tomado, salvo alguna excepción (impuesta), ninguna medida de política económica coherente: no aprovechamos la política monetaria porque no hemos ajustado bien nuestro sistema financiero; no tenemos una política fiscal razonable porque reducimos inversión y mantenemos los gastos redundantes de los miniestados autonómicos; porque no estamos haciendo la reforma laboral que las circunstancias demandan. Sin ideas, sin objetivos, el Gobierno ha perdido dos años y, con su incoherencia, solo ha hecho más profunda la crisis. 

Finalmente, la crisis será larga porque tenemos un sistema político que no escoge bien a los líderes, que genera redes clientelares que distorsionan la competencia e incuba corrupción, que mantiene un debate político burdo desde posiciones identitarias preilustradas. Y un sistema político que no hace buenas leyes, trata a la ciudadanía como idiotas, que se deslegitima todos los días es más una rémora que una solución para una salida de la crisis. Más aún, es un peligro. 

Realmente siento el pesimismo que estas líneas trasmiten. En mi descargo quiero que conste que llevo años intentando equivocarme en mis previsiones. Algo que, por desgracia, consigo pocas veces.