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lunes, 21 de abril de 2014

Tres problemas europeos

No nos damos cuenta, pero la economía europea, la de los 28 países que integran la Unión Europea, es la segunda economía más grande del mundo. Es algo menos del 20% del PIB mundial, algo más pequeña que la norteamericana y mucho más grande que la economía china. Más aún, la economía europea tiene intercambios exteriores que suponen casi un 30% del total de comercio mundial. Y por estas dos variables, cuando la economía europea tiene problemas, la economía mundial tiene problemas, porque su crecimiento pesa mucho en el crecimiento mundial y porque de su crecimiento dependen economías productoras de materias primas como Rusia, Oriente Próximo, África o, en parte, Latinoamérica. De ahí que las principales instituciones económicas mundiales reclamen, cada vez con mayor intensidad, no sólo más Europa, sino mejor Europa, es decir, no sólo que se refuerce la Unión, sino que las políticas sean cada vez más europeas. 

Europa tiene varios problemas económicos graves de los que su lento crecimiento en los últimos años y el lento crecimiento previsible en los próximos años es sólo una manifestación. Creo que hay tres problemas económicos de fondo de los que los europeos debiéramos ser conscientes: la debilidad institucional, que impide tomar decisiones de dimensión europea y se agrava por la ausencia de liderazgos europeístas; el modelo de crecimiento, que está agotado; y los graves desequilibrios. 

Europa no puede hacer buenas políticas económicas mientras no superemos el diseño intergubernamental y lo sustituyamos por una verdadera unión política federal (¡qué oportunidad perdimos con la Constitución europea!) en la que un gobierno europeo tenga opciones de hacer políticas económicas para el conjunto de la Unión. Mientras creamos que Europa es un juego de suma cero en el que cada uno va a defender sus intereses y nadie defiende los intereses del conjunto no construiremos realmente Europa porque no haremos políticas europeas. Como no las hacemos, y en esto se equivoca Alemania, fijando reglas rígidas iguales para todos, pues nuestras economías no son iguales y es bueno que no lo sean. 

Europa no puede hacer buenas políticas económicas porque su modelo de crecimiento, basado en un permanente proceso de ampliación ha llegado a su límite. Una parte importante del crecimiento europeo de los últimos años se ha basado en los procesos de ampliación porque una ampliación suponía un crecimiento del consumo y de la inversión para los países que se adherían (normalmente, más pobres), al tiempo que suponía un crecimiento de las exportaciones de los países más ricos, con lo que todos crecían por el crecimiento del mercado y las economías de escala. Europa, tras la ampliación hacia el Este, ya no tiene economías interesantes a las que ampliarse, máxime cuando realmente no quiere la integración de Turquía y está claro que no puede ir más allá en Ucrania por la violenta oposición de Rusia. Europa ha de ir a un modelo de crecimiento integrado en el que realmente se construya una economía europea y unos mercados europeos o estará condenada a bajo crecimiento durante décadas. Se trata de superar el concepto de mercado único, por el que se consideró que dos mercados sin aranceles ya constituían un mercado único, para sustituirlo por un concepto más moderno por el que cualquier empresa europea es también "nuestra". 

Finalmente, Europa no hará buenas políticas económicas mientras no sea capaz de enfrentar los graves desequilibrios de fundamentos económicos y financieros que la crisis ha agravado. Pero, curiosamente, para eso se necesitaría resolver los dos problemas anteriores. 

A poco más de un mes de las elecciones europeas, creo que sería bueno que empezáramos a hablar de Europa, porque esta vez, de las personas que escojamos, va a depender el que se aborden o no los problemas reales de Europa, de los que depende, no sólo nuestra salida de la crisis, sino una parte importante de la economía mundial. Por eso, no ir a votar en las europeas no debiera de ser una opción. 

lunes, 7 de abril de 2014

¿Deflación? No, gracias

Dentro del conjunto de variables que describen el funcionamiento de una economía hay unas un tanto especiales que llamamos equilibrios. Estas variables son, fundamentalmente, cuatro: las variaciones de los indicadores de precios, la tasa de paro, el saldo presupuestario y la posición financiera de las administraciones públicas. La particularidad de estas variables, frente a las de actividad (PIB, saldo exterior, etc.), es que decimos que van bien cuando sus valores están cercanos a cero. 

Así, lo ideal es que las variaciones de los precios estén entre el -1 y el +2, porque eso supondría que son estables en el tiempo; como lo ideal sería que la tasa de paro fuera cero, porque supondría que todo el mundo trabaja; como lo ideal es que el saldo presupuestario y la posición financiera fueran cercanas al cero, porque eso supondría que los impuestos son suficientes para cubrir los gastos públicos. Una economía tiene problemas cuando estas variables se alejan mucho del cero. 

En el frente de los precios, lo ideal es que los precios no suban más de un 1,5 o 2% anualmente y, desde luego, que no bajen de un 1%. Si los precios suben más del 2% decimos que tenemos inflación, y eso es malo porque la inflación distribuye renta entre aquellos sectores que pueden repercutirla (monopolios, sectores protegidos) y aquellos que no (trabajadores, pensionistas, etc.), y porque, en comparación internacional, todo diferencial de inflación lleva a pérdida de competitividad y a paro. Las grandes inflaciones latinoamericanas de los ochenta son una de las causas de las desigualdades en estos países, como parte de nuestro paro actual se debe al diferencial de inflación que tuvimos frente a nuestros competidores en el periodo del boom económico. La inflación es una enfermedad relativamente corriente, pero hoy, con los niveles de globalización y los instrumentos monetarios de los que dispone cualquier banco central, no es difícil de mantenerla controlada. En este siglo XXI, por ejemplo, ningún país desarrollado ha vivido inflaciones superiores al 6%, como no ha habido, en todo el mundo y en este siglo, nada más que siete economías que hayan tenido inflaciones superiores al 15%, entre ellas Venezuela y Argentina actualmente. 

La deflación, por el contrario, o sea, la caída generalizada de los precios de los bienes y servicios, es, frente a lo que pudiera parecer, una enfermedad grave, rara y peligrosa: grave, porque una caída de los precios lleva a una pérdida de ingresos de las empresas, lo que supondría una caída de su actividad y pérdida de puestos de trabajo; rara, porque en todo el siglo XX solo la vivieron las economías desarrolladas al inicio de la década de los treinta y fue lo que provocó la Gran Depresión; y Japón en los primeros noventa y le llevó a su largo estancamiento; y, finalmente, peligrosa, porque en economías abiertas no es posible atajarla con medidas estándar y lleva a una pérdida de confianza que suele tardar en curarse. 

Una inflación se cura con tipos de interés altos, que reducen el flujo monetario, y control de costes mediante flexibilidad en el mercado de trabajo, competencia en los de bienes y servicios, apertura exterior y desregulaciones. Una deflación, aunque es el fenómeno contrario, no se cura con las medidas inversas porque los tipos de interés no pueden ser negativos (¿alguien prestaría para recibir menos dinero en el futuro?), es absurdo solidificar los mercados e imposible cerrar las economías. Una deflación solo tiene una cura y es una "inyección directa" de dinero en la economía. 

Por eso, hace bien el Banco Central Europeo es estar "unánimemente preparado" (es decir, Alemania no se opone) para tomar medidas "no convencionales" (o sea, a darle a la máquina del dinero) si la economía europea entrara en peligro de deflación. Y hace bien porque una deflación sí que haría de esta crisis una crisis europea y no solo de los países del Sur. 

7 de abril de 2014