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lunes, 21 de enero de 2013

Comparaciones

He de reconocer que no me gustan las comparaciones históricas. Comparar la actual crisis mundial con la de 1929 es, en mi opinión, de una utilidad muy limitada. El mundo de 2013 es tan diferente al de 1929 que cualquier comparación es poco significativa. Creo que las interacciones, que eso es la economía y la política, de 7.000 millones de personas (3 veces más que en 1930), con una edad media 5 años mayor, 10 veces más ricas, con un nivel tecnológico muy superior y en el mundo globalizado y postmoderno del siglo XXI no puede ser la misma que la de 1930. 

Más interesante, sin embargo, es analizar casos de un solo país y más cercanos en el tiempo porque hay menos variación en las condiciones. Así, si queremos hacer una comparación de la crisis que estamos viviendo en España con alguna, quizás la más interesante sea con la crisis de los setenta, aunque sólo sea porque muchos de nosotros la vivimos. 

De esa crisis hay varias cuestiones interesantes. En primer lugar, fue una crisis originada por una crisis sectorial, en este caso, el de la industria, que había sido motor de desarrollo en el periodo anterior (1961-74). Es decir, el origen de aquella crisis, como la actual, fue el exceso de inversión en un sector protegido de la competencia exterior que no pudo soportar el choque de costes del petróleo, ni la dinámica salarial de la economía española, lo que se había traducido en una inflación diferencial excesiva y en un déficit de balanza de pagos inmanejable. En segundo lugar, la dinámica de aquella crisis, como la de ahora, fue la trasmisión al sector bancario, lo que daría lugar a intervenciones públicas y fusiones, congeló el crédito a la actividad productiva y al consumo y condenó a la economía española al estancamiento. Finalmente, la política económica con la que se encaró aquella crisis se basó en una fuerte devaluación (monetaria entonces) que recompuso la competitividad exterior, una rigurosa política monetaria, una expansión del gasto público (creación del Estado del Bienestar) con subidas impositivas y un proceso de liberalización de mercados por la integración en la Unión Europea. Eso sí, todo ello al coste de perder el 10% del empleo, con tasas de paro cercanas al 20%, en un mercado laboral en el que sólo trabajaban 11,3 millones de personas. Y en medio de un complicado marco político de democracia recién estrenada, terrorismo etarra y golpismo. 

Frente a esta crisis de los setenta, la que ahora vivimos es más profunda, aunque las condiciones reales sean mejores. La crisis actual es más profunda porque mientras que, entre 1978 y 1984, la renta per cápita se estancó, entre 2007 y este año, la renta per cápita española ha caído un 8,8%. Más aún, mientras que en aquella crisis se perdieron el 10% de los puestos de trabajo, ahora llevamos una pérdida del 15% del empleo. Sin embargo las condiciones que tenemos ahora, aunque dramáticas, son mejores, pues tenemos una renta per cápita un 90% superior (en términos reales) a la de 1977, una tasa bruta de ocupación (ocupados/población total) del 37,2%, frente a1 29,8% de 1980, un estado del bienestar que, a pesar de los recortes, sigue funcionando y un marco de apertura exterior. 

Eso sí, ahora estamos mucho más endeudados, por lo que, esta vez, además de devaluar (ahora vía salarios), hemos de volver a recomponer nuestro sistema bancario para hacer que funcione la política monetaria, y reformar la fiscal porque no puede funcionar por las deudas acumuladas. 

No podemos, pues, aplicar las mismas políticas concretas que nos ayudaron a salir de la crisis de los ochenta. Pero sí podemos aprender de la actitud con la que se enfocó aquella crisis. Porque de la crisis de los setenta se salió con realismo, credibilidad, esfuerzo, generosidad, solidaridad, políticas coherentes y liderazgo. O sea, todo lo que ahora nos está faltando. 

lunes, 7 de enero de 2013

Abismo fiscal (aplazado)

Estas navidades, las noticias económicas que han acaparado más portadas han sido eso que los periodistas han bautizado con el sonoro y contradictorio nombre de "abismo fiscal" (fiscal cliff), y las negociaciones contrarreloj que culminaron el día de Año Nuevo con un acuerdo que parece, por la sensación de alivio que han producido, un puente sobre el abismo. Un puente que, por desgracia, sólo va durar dos meses, si otras negociaciones no lo remedian. 

Se está llamando "abismo fiscal", usando una imagen que no es intuitiva, aunque sí da sensación de peligro, a la posible situación en que se encontraría el crecimiento de la economía norteamericana si no se hubieran prorrogado, con algunas modificaciones, leyes de rebajas de impuestos y leyes de mantenimiento del gasto público que se habían aprobado como transitorias en años pasados. Y es que el presidente Bush (republicano), con la crisis ya en marcha el año 2008, en su último año de mandato y con elecciones a la vista, logró que el Congreso norteamericano aprobara una reducción de impuestos sobre la renta, que venía a sumarse a reducciones previas, como una medida transitoria para estimular el consumo de las familias norteamericanas y le puso fecha de caducidad el mandato siguiente, o sea, hasta finales del 2012. Por su parte, el presidente Obama (demócrata), que ha tenido que batallar en su primer mandato con la crisis, logró que el Congreso aprobara, también transitoriamente hasta 2012, una expansión del gasto para el salvamento de los bancos y las empresas, al tiempo que ampliaba la cobertura del desempleo, como una medida para estabilizar el crecimiento económico. 

El resultado de los dos paquetes de medidas ha sido que Estados Unidos ha podido capear la crisis con tasas de crecimiento positivas (2,4 en 2010, 1,8 en 2011, 2,1 en 2012) que le han permitido mantener su nivel de desempleo por debajo del 10%. Eso sí, al coste de déficits públicos superiores al 8%, lo que le ha llevado a una deuda pública bruta del 112% (90% en niveles netos) del PIB, la más alta en toda su historia. Una deuda que gravita sobre la economía norteamericana, de una forma diferente de como lo hace la nuestra sobre nosotros, y a la que tienen que hacer frente inmediatamente. Entre otras cosas porque también tienen una ley de limitación de esa deuda y ese límite, según los cálculos de la misma oficina presupuestaria norteamericana (que a diferencia de la nuestra, depende del Congreso y no del Gobierno), se alcanzará en el próximo trimestre. Los acuerdos de fin de año no han resuelto el problema, sólo lo han aplazado un par de meses. 

¿Por qué, si esto se sabía desde hace tiempo, no se ha resuelto el problema antes? La razón ha sido que 2012 ha sido año electoral completo. Eso significa que en las elecciones de noviembre pasado no sólo se renovó la presidencia, con segundo mandato para el presidente Obama, sino que se renovó la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, lo que implica que ninguno de los grandes partidos ha tenido interés este año pasado en llegar a ningún acuerdo, pues ambos son responsables de una parte del déficit público y los dos tienen visiones totalmente antagónicas de la solución. Los republicanos, que controlan la Cámara baja, sostienen que la estrategia adecuada es reducir el gasto público, mientras que para los demócratas, que controlan el Senado y la Presidencia, la solución es una subida de impuestos. 

En las próximas semanas es probable que los legisladores norteamericanos lleguen a un acuerdo para reducir su déficit público, porque las alternativas son o caer en un "abismo fiscal" o entrar en un "tornado de deuda" (una espiral insostenible de deuda pública). Instrumentos para evitar ambas alternativas tienen porque su nivel impositivo es bajo, para parámetros europeos, y gastos públicos para recortar, empezando por defensa, también. Lo que necesitan, ellos también, es voluntad para el acuerdo.