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jueves, 23 de mayo de 2019

Europa necesaria

Es cierto que no termina de funcionar bien. Es una máquina complicada, pesada y, en muchos casos, poco eficaz, para lo que podría ser. Y, sin embargo, es necesaria porque, en estos tiempos que corren, sin ella los viejos Estados que una vez gobernaron el mundo, hoy no serían nada más que pequeñas marionetas en manos de los nuevos amos del mundo. 

No termina de funcionar bien como democracia, pues hay aún muchas reminiscencias estatales e instituciones poco electivas. Pero, al mismo tiempo, es la garantía de que un conjunto básico de derechos políticos, el otro pilar de la democracia, no puede ser vulnerado sin costes importantes. Europa no es una democracia, ni puede serlo, porque no es un Estado, pero es un espacio político en el que los derechos democráticos elementales, aquellos que configuran la base de cualquier democracia (opinión, reunión, elección, etc.), están garantizados. Europa no es una democracia, pero es más que eso, pues es la garantía de que todos los Estados que pertenezcan a ella sean democracias. Y, aunque solo fuera por eso, Europa es necesaria en los tiempos de populismos y nacionalismos totalitarios que corren. 

Tampoco termina de funcionar bien como potencia, pues su política exterior es débil. Demasiado condicionada por los complejos del pasado colonial, por la estrategia comercial de Alemania y por la dependencia militar de los Estados Unidos. Pero no deja de ser un actor clave en la diplomacia económica mundial y la primera potencia comercial del mundo. Como no deja de ser el primer donante mundial de ayuda y tiene un papel moderador en la mayoría de los conflictos. Europa no tiene una política exterior unificada, pero a los Estados europeos les iría mucho peor en sus relaciones con Rusia, Turquía y otras potencias, así como en los conflictos al otro lado de sus fronteras, sin esa imperfecta política exterior común. Y, aunque sólo fuera por los acuerdos comerciales y porque el mercado europeo es mucho más que la suma de los mercados de los 27 (+1), Europa es necesaria en los tiempos de superpotencias económicas que andan a la gresca y quieren modificar según sus intereses las reglas del juego. 

Realmente no termina de funcionar como mercado único de bienes y servicios, ni como mercado laboral, ni como espacio de conocimiento e innovación. Pero, ni los países ricos como Alemania o Francia, ni los más pobres como España o Portugal, hubieran alcanzado el nivel de renta que tienen sin el Mercado Único: los ricos porque no hubieran tenido mercado para sus bienes y sus inversiones; los pobres porque no hubieran recibido las transferencias de inversión, rentas y tecnología que han recibido. No es perfecto, pero Alemania no sería lo rica que es, ni España tendría la renta que genera, sin el modelo de crecimiento de integración con ayudas. Europa, el mercado europeo, así como los fondos europeos, son necesarios para cada una de las economías europeas en estos tiempos de economías de escala y de hiperglobalización. Como es necesario el euro y sus reglas porque es la clave de bóveda de este modelo. Y, aunque sólo fuera porque nos hace más competitivos, Europa es necesaria. 

Desde luego, no termina de funcionar como mecanismo de cohesión social y de distribución de renta, como no termina de ser tierra de acogida para los que huyen del conflicto y la pobreza, pero esto, lejos de ser culpa suya, lo es de los Estados que no son capaces de transferir competencias impositivas y sociales a Europa, y no piensan en términos de una ciudadanía europea, ni de derechos humanos. Europa no es más social, ni reequilibra las deficiencias de la distribución de las distintas economías, porque, lejos de querer construirla más potente, los Estados andan a la caza de ventajas de corto plazo. 

No, ciertamente, no termina de funcionar como a los viejos europeístas nos gustaría. Pero no perdemos la esperanza, porque Europa es, para nuestra democracia, nuestro papel en el mundo, nuestra economía y nuestro futuro, sencillamente, necesaria. 

23 de mayo de 2019

miércoles, 8 de mayo de 2019

Algo debemos estar haciendo mal...

El pasado 29 de abril el Instituto Nacional de Estadística, una de las pocas instituciones (todavía) fiables de este país, publicó la estadística regional de España desde el año 2000 hasta el 2018. Entre las cifras más relevantes, la de la renta per cápita española y de las distintas comunidades autónomas. El resultado no podía ser más desalentador para la economía andaluza. Y bastan unos datos y unos simples cálculos para que nos hagamos una idea cabal. 

Para empezar, la renta per cápita española en el año 2000 fue de 15.935 euros, mientras que en el año 2018 fue de 25.854 euros, es decir, un crecimiento del 62% en términos nominales. La renta per cápita andaluza fue, en el año 2000, de 11.823 euros, siendo en 2018 de 19.132 euros, lo que supone un crecimiento del 61,8%. O lo que es lo mismo, la renta per cápita andaluza creció en los últimos 18 años al mismo ritmo que la media española. Lo que significa, en términos relativos, que los andaluces tenemos una renta per cápita que era del 74,2% de la media nacional y es hoy del ¡74%! de la media nacional. Es decir, que en 18 años no hemos convergido nada, o sea, que estamos en términos relativos donde estábamos. 

El problema es que cuando se hace una comparación de un todo con una parte se pierde perspectiva, pues la media española es más baja precisamente porque incluye a Andalucía, que, además, es una región relativamente grande en el conjunto nacional. Veamos qué pasa si hacemos la comparación con la comunidad autónoma con mayor nivel de renta, Madrid, y con otra de similar tamaño poblacional que Andalucía, Cataluña. Pues que el resultado es más descorazonador. Madrid tenía en el año 2000 un nivel de renta per cápita de 21.333 euros o lo que es lo mismo una renta per cápita un ¡80%! mayor que la andaluza. O si se quiere de otra forma, Andalucía tenía en el año 2000 solo el 55,4% de la renta per cápita madrileña. El problema es que 18 años después no solo no nos hemos acercado a la renta madrileña, sino que seguimos lentamente alejándonos: hoy ellos tienen el ¡82,5%! más de renta que nosotros, o lo que es lo mismo, nosotros no llegamos ni siquiera al 55% de la renta per cápita madrileña. Y la comparación con Cataluña no es mucho mejor: si en el año 2000 los catalanes tenían un 64% más de renta que nosotros, hoy solo tienen un 61%. Es decir, que nuestra renta per cápita era el 61% de la catalana del año 2000 y hoy es del 64%, lo que supone la extraordinaria mejoría de ¡tres puntos en 18 años! 

El simple análisis de los datos anteriores nos indica que la economía andaluza no converge. Es decir, que, si sigue como va, no alcanzará nunca la media española, que tampoco alcanzará a la madrileña, y que, a este ritmo, tardará solo 216 años en converger con Cataluña. Realmente todo un logro. 

Y la constatación del hecho de que la economía andaluza no converge nos debería llevar a una también simple reflexión. Si el entorno macroeconómico en el que se desenvuelven las economías andaluzas, madrileña y catalana es, desde hace más de cuarenta años, el mismo, y el institucional (Constitución, autogobierno, regulaciones básicas, etc.) es también el mismo, algo debemos estar haciendo mal dentro de nuestra Comunidad para que no converjamos. Más aún, algo debemos llevar haciendo mal desde hace mucho tiempo, desde hace casi 40 años, para que ni con los Fondos de Compensación Interterritorial (que inyectan dinero para las Comunidades con menores niveles de renta), ni con los Fondos Europeos (Feder, Fondo Social Europeo) que llevan otros tantos, y que hemos recibido los andaluces y no los madrileños y catalanes, no hayamos podido reducir la diferencia. Algo debemos estar haciendo mal, seguramente muy mal, y haríamos bien en analizarlo. 

8 de mayo de 2019