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miércoles, 18 de diciembre de 2019

Posicionamiento

En estos tiempos líquidos en los que las declaraciones se mudan con tanta facilidad, la ciudadanía ha de estar atenta para interpretar las señales de los políticos so pena de no entender adónde vamos. Si fuera por sus palabras y por sus actos, del señor Sánchez podríamos decir pocas cosas ciertas: que quiere seguir en la Moncloa, que le gustan los eventos internacionales, que no tiene proyecto definido para España como conjunto, que argumenta sosteniendo una cosa y su contraria y, finalmente, que le afea a otros, en un rasgo de absoluta incoherencia, lo que él mismo hizo. De donde se deduce que lo único claro es que quiere ser investido presidente a cualquier precio. 
 
El problema es que, para serlo, está posicionando al PSOE en un lugar difícilmente compatible con su trayectoria y, creo, con sus votantes. Es decir, el presidente Sánchez está llevando a su partido a un lugar ideológico condicionado por las negociaciones para que él sea presidente, no a donde los principios del PSOE y sus militantes han decidido ir. 
 
Los nuevos ejes programáticos del PSOE, definidos por las declaraciones y actos del presidente en funciones, esos que no afloraron en campaña electoral y que se van configurando por las necesidades de ser investido, son dos: un giro a la izquierda en temas económicos y sociales, y un discurso nacionalista. Es decir, el PSOE de Sánchez se está posicionando como un partido de izquierdas clásico por el contagio de Unidas Podemos, y, al mismo tiempo, como un partido nacionalista en aquellas comunidades en las que este eje político existe o se puede explotar, o sea, en Cataluña, País Vasco, Navarra, Comunidad Valenciana, Baleares y Galicia, por la necesidad de los apoyos de Esquerra Republicana de Cataluña. 
 
Para ver que el PSOE está entrando en los postulados de Unidas Podemos basta con leer algunas declaraciones de la señora Celaá. Y, aunque de momento no está trascendiendo mucho de las negociaciones con Podemos, mucho me temo que el reparto de carteras ya es toda una señal para la política económica que nos espera. El PSOE está alejándose de sus posiciones de una socialdemocracia moderna de corte alemán (en el que lo instaló Felipe González), para entrar en las de un socialismo estatista de origen francés (Piketty será el autor de cabecera). Lo que augura una política económica más intervencionista y rígida, a pesar de la vicepresidencia de Nadia Calviño, que no es lo que, en principio, necesitamos en estos tiempos, pues es posible hacer una política económica social, pero flexible, y, desde luego, mucho más moderna. 
 
Por otra parte, el PSOE ha aceptado ya los postulados del PSC, de que Cataluña es una «nación» (de donde se deduce, por generalización, que otras comunidades lo son, y que España no es nada, pues una «nación de naciones» no es nada), que lo que se vive allí es un «conflicto político» (supongo que tendrá esa misma calificación la situación en el País Vasco, aunque ahora esté larvado), que la inmersión lingüística en catalán es esencial y que hay que hacer una mesa bilateral entre el Gobierno Central y la Generalitat para reconducir el tema «políticamente», es decir, aceptando de hecho la igualdad entre los Gobiernos (lo mismo que reclamará el Gobierno Vasco). El PSOE está aceptando, nos cuenten lo que nos cuenten, un proceso de negociación para la asociación de Cataluña (y el País Vasco), lo que tendrá consecuencias políticas y económicas para toda España. 
 
No sé si es este posicionamiento coincide con lo que realmente quiere la militancia del PSOE pues no se manifiesta, ni si es realmente el que quiere para su partido el señor Sánchez porque de sus palabras se puede deducir cualquier cosa. Pero es lo que infiere de lo que va trascendiendo. O sea, que el PSOE está dejando de ser un partido de sólidos principios. Y todo por una presidencia precaria para el líquido señor Sánchez. 
 
18 de diciembre de 2019 
 

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Palabras

Las palabras son importantes, muy importantes, pues configuran la realidad social y, especialmente, la política. Por eso, tras el comunicado de la negociación entre el PSOE y ERC de la semana pasada, ya sabemos por dónde van a ir los acontecimientos: habrá investidura de Sánchez con el apoyo de Podemos (a cambio de unos ministros), el PNV y los mininacionalistas (a cambio de dinero), y la abstención de Esquerra (a cambio de un «procès viable» de independencia de Cataluña). Es decir, tendremos un Gobierno para España que será, casi, una edición del Tripartito catalán de Maragall y Montilla, un «Govern d’Entesa», un «Gobierno del Pacto», cuyo objetivo, en temas territoriales, será la evolución de España hacia el Estado plurinacional, esa difusa confederación de la que hablan todos los que van a investir al señor Sánchez, con una Cataluña cuasi-independiente. 
 
Para llegar a esta conclusión basta con analizar la negociación PSOE-ERC. El PSOE ha mandado a negociar a Adriana Lastra, a la que no se le conoce ni formación ni trayectoria, al componedor ministro Ábalos, y a Salvador Illa, el segundo de Iceta en el PSC. Por parte de Esquerra, además de Gabriel Rufián, calculador hasta en sus provocaciones, han ido Marta Vilalta, adjunta a Junqueras, y Josep María Jové, cerebro del procés. Solo la composición nos dice mucho: cuatro catalanes que estuvieron de acuerdo en el fallido Estatuto de 2005 (que definía a Cataluña como «nación») y dos políticos cuya única misión es que su jefe sea investido a cualquier precio. Por si quedaba duda de la actitud del PSOE, el mismo Illa presentó hace poco un documento en el que los socialistas admiten que Cataluña «es una nación» y que España debe ser «un Estado plurinacional». El resultado de esta primera reunión ha sido una rotunda victoria para ERC, pues el PSOE ha aceptado, además, que la situación en Cataluña es un «conflicto político». 
 
Y es la clave, pues al aceptar el PSOE que «Cataluña es una nación» y que la situación de Cataluña es «un conflicto político», está aceptando que hay «dos naciones» que se enfrentan. Más aún, está aceptando el discurso independentista que de que hay un Estado, España, que representa a una nación, que se impone a otra, Cataluña. Es decir, lo que el PSOE aceptó la semana pasada no es solo que Cataluña está enfrentada con España, sino que está oprimida. Sentado esto, y teniendo en cuenta que, en un contexto de relaciones políticas civilizadas, los «conflictos políticos» se resuelven en mesas de negociación, solo hay dos salidas lógicas al «conflicto»: o la modificación del ordenamiento jurídico español que reconozca una situación especial a Cataluña, es decir, un nuevo Estatuto con nueva definición de Cataluña, concierto económico y competencias blindadas, con referéndum de ratificación; o un referéndum de autodeterminación pactado. El resultado de cualquiera de ellas es que Cataluña quedará asociada a España y, a través de ella, a la Unión Europea, pero con una situación privilegiada respecto al resto de autonomías. 
 
Lo demás es ya táctico. En una próxima reunión se hablará de financiación. ERC pedirá un concierto, pero se conformará, este año, con los 5.000 millones extra de los presupuestos fallidos, más otros 1,2 mil millones en inversiones, que para eso ha ido el ministro Ábalos, justificados con el Corredor ferroviario. Y, luego, tras la investidura, se abrirán distintas mesas, con el objetivo de una «solución política» del «conflicto». 
 
A cambio, las cesiones de ERC son pocas: una abstención ahora y ceder en lo del relator. Además, puede vender toda cesión como una victoria en Cataluña y, tras las próximas elecciones allí, presidirá la Generalitat. 
 
No sé si esto lo ha calculado el señor Sánchez, pero es lo que tiene mandar a negociar a alguien que no sabe lo que significan las palabras «nación» y «conflicto» con unos tipos que sí saben cómo rentabilizar un 3,6% de votos y 13 escaños. Y, como otras veces, rezo por estar equivocado. 
 
4 de diciembre de 2019