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lunes, 22 de septiembre de 2014

Crear un estado

Los Estados, esos "monopolios de violencia" que definía Max Weber, han tenido, a lo largo de la historia, dos orígenes principales. La mayoría ha sido fruto de la fuerza de un grupo que llegaba a dominar a la población de un territorio. Otros, los menos, han nacido del acuerdo, más o menos conflictivo, de los ciudadanos en un pacto social al estilo del descrito por Locke. En cualquier caso, y Hobbes es cita obligada, el Estado es un invento humano que sustituye el caos por el orden y, en el caso de las democracias, lejos de coartar la libertad, la garantiza y la favorece. 

El Estado, como demostraría el Nobel Douglas North, es un invento eficiente para el crecimiento económico y el bienestar. Vivir en el seno de un Estado estable beneficia a la ciudadanía. Y le beneficia más cuando más democrático sea, entendiendo por democracia no solo poder ejercer el derecho de voto y los derechos liberales clásicos (opinión, reunión, etc.), sino los sociales más modernos y, por supuesto, el imperio de la ley y la igualdad ante ella. La evidencia empírica de lo que digo es abrumadora: una parte importante de los países pobres tienen graves problemas de configuración del Estado. 

Crear o no un Estado no debiera ser, pues, un tema de sentimientos, sino de utilidad, de pura racionalidad. Como no debiera ser un tema de sentimientos el tamaño de un Estado. ¿Cuál es el tamaño ideal del Estado? La respuesta no es fácil ni evidente, como argumentaron Alesina y Spolaore en el 2003. Desde un punto de vista estrictamente político, es decir, de configuración de un espacio de monopolio de violencia, el tamaño óptimo sería el Estado Mundial, aquel en el que no hubiera fronteras, porque no habría necesidad de ejércitos, sería exigible una legislación básica de derechos generales, libertad de movilidad absoluta de personas, bienes y servicios, una moneda única, coordinación fiscal (no paraísos fiscales), etc. La mera posibilidad de abordar problemas globales (como el cambio climático o los paraísos fiscales) y el ahorro de costes reales y de transacción serían las principales ventajas. Los inconvenientes vendrían dados por la dificultad de formular una política universal y por los peligros de concentración de poder. De cualquier forma, el argumento básico es que si el tamaño óptimo es el Mundial un estado, cuanto más grande, será más eficiente. Por otra parte, en el mundo globalizado, un estado pequeño corre muchos más riesgos de inestabilidad que un estado grande, por meras razones de tamaño relativo, frente a las grandes multinacionales, frente a los movimientos terroristas internacionales o frente a otros estados. Como es más eficiente un estado grande que uno pequeño a la hora de abordar crisis como las que estamos viviendo. De hecho, si Europa hubiera sido un Estado, y no un protoestado como es, seguramente hubiera salido ya de la crisis, como lo ha hecho Estados Unidos. 

Por las razones anteriores, constituir miniestados en pleno siglo XXI y a partir de Estados ya integrados y democráticos me parece una "boutade" irracional. Máxime si la razón de fondo es una "identidad" porque con ello lo que se está diciendo, además, que no se cree en la democracia, ya que en una democracia debieran poder coexistir distintas tantas identidades como personas componen la ciudadanía. Por eso, el nacionalismo identitario es, per se, antidemocrático, como argumentó, por ejemplo, Habermas. 

Y si me parece una boutade romántica la razón identitaria para crear un Estado, me parece un ejercicio de seudo-democracia el que esa creación se haga a partir de un referéndum en una de las partes. Creo que el de Escocia, lejos de ser un ejemplo democrático, ha sido un ejemplo de estupidez oportunista del señor Cameron, porque, en democracia, en un asunto que atañe al conjunto, y la separación afecta a todos, lo democrático hubiera sido votar todos. Por cierto, ¿alguien sabe la opinión de los ingleses? Igual nos hubieran sorprendido. 

22 de septiembre de 2014 

lunes, 8 de septiembre de 2014

La exhausta economía europea

El pasado jueves, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), anunció la bajada de los tipos de interés al que le presta a la banca al 0,05% y la disminución del tipo de interés de los depósitos al -0,2%. Al mismo tiempo, anunció que para la reunión del próximo día 17 se activaría el fondo de 400.000 millones aprobado en junio para el crédito al sector privado, y que, en la del 2 de octubre, se empezarían las compras de activos referenciados a acciones y bonos europeos. Las consecuencias a corto plazo de estas medidas no se hicieron esperar y, el mismo jueves, las bolsas europeas alcanzaron máximos, las primas de riesgo de los países cayeron (la de España a 111) y euro se depreció respecto al dólar un 1,6%. 

Con estas medidas el BCE está diciendo que no hay en el horizonte tensiones inflacionistas y que lo que realmente le preocupa es que la política monetaria no termina de funcionar, porque los bancos no dan créditos, lo que es una causa más del estancamiento de nuestras economías y de la persistencia de la tasa de paro. Y es que la bajísima tasa de crecimiento de la economía europea es el problema más grave que tenemos planteado, con su correlativa alta tasa de paro. 

¿Por qué no crece la economía europea? ¿Por qué no crece si tenemos una política monetaria muy expansiva en tipos de interés? ¿Por qué no crece la economía europea si tenemos políticas fiscales, a pesar de la retórica de recortes, con déficits públicos del -7%, como es el caso de España, o del -4,3% como es el caso de Francia? La respuesta a estas preguntas es sencilla: porque la economía europea está agotada. Dicho de otro modo, en una economía normal, sana, estas políticas monetarias y fiscales no serían necesarias, porque se le mete una expansión fiscal y monetaria, como la que estamos metiendo, se generarían burbujas y se tendrían problemas de inflación y competitividad. Cuando son necesarias estas medidas tan extraordinarias es porque la economía europea está, sencillamente, exhausta. 

La economía europea está exhausta, o lo que es lo mismo, tiene una tasa de crecimiento natural muy baja porque el viejo modelo de crecimiento europeo de rentas de integración está en cuestión. En las décadas pasadas, el conjunto de las economías europeas ha tenido unas tasas razonables de crecimiento, sin tener el dinamismo de la norteamericana, por efecto de la misma construcción europea. Cada ampliación (hacia el Mediterráneo en los 80, hacia el norte en los 90 y hacia el este en los 2000) suponía un impulso de crecimiento para las economías centrales, por aumento de sus exportaciones, y, para las economías que se integraban, por aumento de su consumo y su inversión. Paralelamente, los procesos de integración de mercados (mercado único, euro, etcétera) supusieron una mejora en algunos mercados y un aumento de la competitividad de las rígidas economías europeas. Finalmente, los fondos europeos fomentaron la expansión de la inversión pública y de los estados del bienestar en los países más pobres. Este modelo de crecimiento tuvo el efecto de hacer crecer a las economías europeas por encima de lo que sus estructuras nacionales les hubieran permitido crecer. 

Pero es un modelo hoy en cuestión porque no es posible ninguna ampliación (Turquía está descartada, Serbia e Islandia son pequeñas y Suiza y Noruega no quieren) y, porque, frente al otro pilar que debería activarse, el de la mayor integración de los mercados, se alzan voces de países antieuropeos (Reino Unido, Hungría) y movimientos antieuropeos en Francia, Grecia, Holanda, etcétera, que lo limitan. 

El problema de la política económica europea necesaria no es, pues, más o menos expansión de la política fiscal, sino más políticas de integración. Es decir, más reformas estructurales que desfragmenten los mercados europeos y faciliten la movilidad de los factores de producción. Sólo así volveremos a tener crecimientos sanos. Lo demás es respiración asistida. 

8 de septiembre de 2014