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martes, 20 de enero de 2009

Certificado de crisis

Por fin, la semana pasada el Gobierno se enteró de que estamos en crisis. Somos un país tan formalista que parece que la realidad no existe hasta que está impresa en el BOE. Ahora, con una caída del PIB prevista por el Gobierno del 1,6% y un déficit público del 5,8% (Solbes no hizo ninguna referencia al paro, aunque sí a la de inflación), estamos definitivamente en crisis. 

Una crisis que es mucho más profunda y grave de lo que las cifras pueden dar a entender, pues si con una expansión fiscal del 5,8% del PIB y unos tipos de interés del Banco Central del 2% se prevé una caída del PIB superior al 1,6%, ¿qué caída tendríamos sin estas medidas? Seguramente de entre un 3,5 y un 4%, ya que una parte del déficit se debe a un menor ingreso por la caída del consumo y del empleo, pero otra se debe a un mayor gasto por las medidas de expansión de las administraciones públicas. Dicho de otra forma, si el crecimiento de un componente del PIB, el consumo público, crece como para generar una parte importante de ese déficit del 5,8% y, aun así, el crecimiento del conjunto del PIB cae, eso solo puede significar que los demás componentes del PIB (consumo privado e inversión) están cayendo mucho más que ese 1,6%. Luego la crisis en el sector privado de la economía es mucho más profunda de lo que las cifras reflejan. Esto, además, es grave, porque del nivel de daño de nuestro tejido productivo privado, de la situación real de nuestras empresas, depende el nivel de empleo y, con él, el nivel de actividad económica en los años sucesivos. 

Para hacer frente a esta situación, el Gobierno ha decidido, en el campo de la política macroeconómica que depende de él, la política fiscal, hacer una política muy expansiva como lo manda la ortodoxia keynesiana. El problema es que, mezclado con la expansiva política monetaria que está haciendo el Banco Central Europeo, esta política fiscal solo se puede mantener unos pocos años porque, con el tiempo, se produce una incompatibilidad entre las dos políticas. Una economía que mantiene un alto déficit público y una caída de la actividad ve crecer su deuda pública en la misma cuantía que la suma de ambas tasas. En el caso español, nuestra deuda pública crecerá este año un 7,4% del PIB, con lo que llegaremos al 50% del PIB (después de haber estado por debajo del 40% hace solo un par de años). Esta situación hace que el sector público absorba una parte creciente del ahorro de la economía, detrayéndolo de la financiación para el sector privado y encareciendo los tipos de interés para los proyectos de inversión, lo que hace más difícil la vuelta a una senda de crecimiento. Más aún, y es un peligro que ahora no nos preocupa pero sobre el que siempre hay que estar vigilantes, las políticas expansivas de corte keynesiano llevan normalmente aparejadas inflación en el medio plazo. Por ambas razones, por la relación entre deuda y tipos de interés (al que los economistas llamamos "efecto crowding out") y por las posibles tensiones inflacionistas, altos déficits públicos y bajos tipos de interés son incompatibles en el largo plazo, por lo que haríamos bien en empezar a pensar en otras alternativas de política económica que nos lleven a menos déficit. 

El Gobierno ha certificado, por fin, que estamos en crisis y ha tomado, macroeconómicamente, las medidas que había que tomar. Ahora solo falta que haga una política microeconómica que empiece a atajar, de verdad, la crisis, porque mucho me temo que si solo hace lo que está haciendo la situación se prolongue otro par de años como mínimo. Aunque, sinceramente, dudo que sea capaz de reaccionar antes de final de año, sobre todo si tengo en cuenta que para reconocer la evidencia ha necesitado casi año y medio. 

19 de enero de 2009 


lunes, 5 de enero de 2009

2009, un año de crisis

Que el año 2009 va a ser un año muy complicado para la economía española es algo ya sabido. Según todos los modelos econométricos, la tasa de crecimiento del año que ya hemos empezado será negativa entre uno y dos puntos, aunque algunos vaticinan una caída mayor, y el Gobierno, siempre optimista, solo prevé unas décimas de caída. Por componentes del PIB, el consumo privado, la inversión y el saldo exterior tendrán comportamientos negativos, mientras que el consumo público será el único que crezca significativamente. Por el lado de la oferta, la inmensa mayoría de los sectores vivirán caídas muy importantes, siendo la construcción, como ya es conocido, el sector que vivirá el peor ajuste, seguido por la industria. Solo algunos sectores de servicios, como los públicos (educación, sanidad, etc.) o personales, mantendrán moderadas tasas de crecimiento positivo, mientras que los demás subsectores tendrán graves dificultades. 

Desde la perspectiva de los equilibrios, la economía española tendrá una inflación muy moderada (por debajo del 3), por la caída de la demanda y mientras sigan los problemas en la economía mundial que mantengan barato el petróleo. Pero será el único equilibrio que tendremos relativamente controlado, pues los demás irán a peor: el déficit público para el conjunto de las administraciones, ya en el entorno del 2,5 por ciento para el año 2008, llegará a más del 5 por ciento este año, tanto por la caída de ingresos como por el aumento del gasto; el saldo exterior, siempre desequilibrado, mantendrá su aportación negativa a nuestro crecimiento; finalmente, y es el desequilibrio más grave por sus implicaciones económicas y sociales, en el año 2009 veremos volver tasas de paro superiores al 15 por ciento (otra vez casi el doble de la media de las economías más desarrolladas), o lo que es lo mismo en cifras absolutas, más de tres millones de parados. 

No, no va a ser el año 2009 un buen año para la economía española. Y casi nada de lo que se haga en los próximos meses puede ya resolverlo, porque los problemas de la economía española son tan profundos que ni una política monetaria muy expansiva (como previsiblemente será) ni una política fiscal tan laxa como la que se vislumbra en los presupuestos de nuestras administraciones públicas harán que vuelvan las altas tasas de crecimiento de los últimos años. Para volver a crecer, habría que empezar por pensar como adultos y reconocer que nuestro problema económico es un problema de productividad y competitividad exterior, de tamaño y organización de nuestras empresas, de inversión en I+D+i, de reforma educativa en serio y sin demagogias, de flexibilidad en el mercado de trabajo y de mejores (y no más) regulaciones en nuestros mercados de bienes, de eficacia en el gasto público (y no de clientelismo) y de progresividad en la recaudación de impuestos. Problemas que no se resuelven en tres meses, ni en un año. 

No es solo que el año 2009 vaya a ser malo. Lo malo es que no tenemos una política económica coherente, por lo que es posible, incluso, que sea peor. Este Gobierno, más preocupado por los equilibrios políticos estatutarios con los socio-nacionalistas catalanes que por la crisis, no tiene más política económica que un conjunto inconexo de medidas a corto plazo. Más aún, sigue pensando, como los niños del eterno Peter Pan, que basta con desear una cosa fuertemente para que ocurra. O sea, que cree que gobierna el País de Nunca Jamás. Un país en el que la oposición es, además, Wendy. 

5 de enero de 2009