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lunes, 25 de mayo de 2009

Política económica superficial

La política española es asombrosamente superficial, casi infantil. Nuestros políticos mantienen debates de adolescentes, y se dirigen a la opinión pública como si fuéramos una multitud de niños ignorantes e inmaduros. Y el debate sobre política económica, del que el del Estado de la Nación ha sido solo un hito, es un perfecto ejemplo de esta superficialidad. 

El conjunto de medidas que viene proponiendo el Gobierno, y que concretó en el Debate sobre el Estado de la Nación, tiene tres graves problemas: parte de un diagnóstico superficial, es incompleto y es ineficaz. 

Es un diagnóstico superficial porque el Gobierno aún no sabe que lo que ha fallado en nuestra economía es la manera en la que hemos ahorrado, nos hemos endeudado y hemos invertido. Y para hacer eso lo primero es reconocer que nos hemos estado financiando con ahorro externo (tenemos una deuda externa del 80% del PIB), y que ese ahorro externo que hemos captado lo hemos invertido mal. Además, arrastramos un viejo problema de productividad sectorial y de capital humano. Tan superficial es el análisis del presidente Zapatero que las dos medidas que propuso que afectan al capital humano pasman por su simpleza. ¿Realmente cree que el problema de nuestra educación básica se resuelve con ordenadores para niños de 9 años? ¿Qué sesudo asesor cree que el problema de formación de nuestros parados, la mayoría no universitarios, se resuelve con másters universitarios a los que solo pueden acceder los universitarios? Dos botones de simple ignorancia y demagogia electoral. 

El paquete es incompleto porque nada se dijo de reforma fiscal profunda, pues, aunque van en la dirección correcta las propuestas sobre el impuesto de sociedades y la deducción por vivienda, no tocan el problema de fondo de nuestro sistema fiscal: los impuestos sobre el trabajo y progresividad del sistema. También es incompleto porque, bajo el mantra de "diálogo social", nada se dijo de importancia sobre las reformas que necesita nuestro mercado de trabajo. Como es incompleto en sus medidas de recorte del gasto al no exigir recortes serios en las autonomías. Desde el punto de vista sectorial debería haber dicho mucho sobre la importante reestructuración que se avecina en nuestro sistema financiero, y haber planteado un paquete de incentivos temporales a sectores emergentes. Demasiadas lagunas, demasiados olvidos. 

De los dos problemas anteriores se puede deducir fácilmente que el paquete de medidas, como las anteriores, será sencillamente ineficaz. La economía española se estabilizará en tasas de crecimiento en el entorno del cero, a finales de año o principios del que viene, pero no será gracias a las medidas del Gobierno, sino a pesar de él. Empezar a crecer será ya otra cosa. 

La oposición, por desgracia para España, tampoco está mucho mejor. Rajoy presentó un diagnóstico correcto, pero también superficial. Y, después, ni siquiera se atrevió a enunciar un plan coherente, seguramente porque no lo tiene o por razones electorales. El hecho es que la "hoja de ruta" del PP tampoco es un plan de política económica. En mi opinión, mal enfocan la reforma fiscal (con rebajas de IVA, cuando el problema son las cotizaciones sociales), poco dicen de la reforma del mercado de trabajo y no se atreven a sugerir medidas sectoriales. Miedo me dan si toda la economía que saben es la que nos quiere vender Aznar en su libro, porque es una simple reactualización de ideas norteamericanas de los cincuenta. Mal anda también el PP de análisis y de ideas, tanto como de liderazgo. 

Superficial, terriblemente superficial, es esta clase política que tenemos. Tan superficial me parece que propongo que las noticias sobre sus actuaciones y declaraciones las den las revistas y programas del corazón, y dejen de ocupar espacios en los medios serios. Así al menos su superficialidad estaría donde corresponde y, ¿quién sabe?, igual ganan en glamur. 

25 de mayo de 2009 

lunes, 11 de mayo de 2009

Distribución personal de la renta

Desde hace años vengo proponiendo que, entre las variables económicas que deben definir la situación de una economía, debiera figurar algunos índices que reflejen la distribución de la renta y su evolución. Más aún, propongo que cada vez que se tome alguna medida de política económica, macro o micro, se explicite también a quién afecta y en qué medida mejora o empeora la distribución de la renta. Y cuando hablo de distribución de la renta no me refiero a esa idea de la distribución territorial de la renta (que da lugar, por ejemplo, a engendros intelectuales como las "balanzas fiscales"), sino a la distribución personal o familiar de la renta que es la base para explicar la pobreza y la estructura social. 

La propuesta tiene un fundamento casi evidente: la renta la producen y se distribuye entre las personas. Es decir, los pobres o ricos son personas. Por otra parte, hay un principio en buena estadística según el cual, después de calculada la media, el segundo parámetro que describe un conjunto de datos es alguna medida de dispersión. Más aún, en la moderna economía, y esto se está ya reconociendo con modelos de agentes heterogéneos, se sabe que el comportamiento de dos economías, con la misma renta per capita, pero diferente distribución, es también diferente. La distribución influye en el crecimiento a largo plazo, y los mecanismos de redistribución determinan el desempeño de una economía. Sabemos, incluso, por la conjetura de Kuznets, que distribuciones muy desiguales de la renta son una rémora para el crecimiento. 

Hay mecanismos "naturales" de distribución del crecimiento. Así, una disminución de la tasa de paro supone, normalmente, una mejora de la distribución, como también una transformación sectorial (pasar de la agricultura a la industria, por ejemplo). Hay veces que una política, sin saberlo, tiene mejoras en la igualdad a largo plazo; como las políticas educativas de mejora de la educación básica. Pero también hay veces que políticas, pensadas en principio para redistribución de la renta, suponen, a la larga, un empeoramiento de la distribución (como las políticas indiscriminadas de subvenciones). Este ámbito de la evaluación de las políticas públicas desde los aspectos distributivos está aún verde en la literatura económica, pero, cuando se plantea a nivel político y de debate público, el tema está tan contaminado de ideologías y mitos que es un trabajo de Hércules intentar hacerse oír. Y, en España, nuestra prensa y la contaminación nacionalista lo hacen más difícil. Peor aún, ni siquiera queremos saber. Por eso no llega a la opinión pública que, en los últimos diez años, hemos empeorado nuestra distribución de la renta porque se ha deteriorado mucho la distribución de los salarios; o que, tras las tres últimas reformas fiscales, nuestro sistema fiscal ha perdido mucha progresividad. 

Estas ideas, quizás demasiado teóricas, son relevantes en la situación en la que nos encontramos. Demandamos más políticas públicas porque suponemos sus beneficiosos efectos y, sin embargo, los que las proponen no saben sus efectos distributivos. 

Es curioso que uno de los aspectos menos resaltados de la economía keynesiana sea su aspecto distributivo. Las propuestas de Keynes, ahora tan recordadas y mal interpretadas, tenían un fuerte componente distribuidor, aunque Keynes no lo supiera. 

En mi opinión, y sería objeto de muchas más palabras, la economía del siglo XXI será la economía de la distribución o, sencillamente, no será. Posiblemente la solución de la crisis de la economía mundial será ayudar a los pobres a salir de la pobreza. Algo que se consigue no tanto creciendo como distribuyendo. Me temo que esta crisis encierra muchas paradojas y no es la menor que la avaricia de los ricos nos ha metido en ella, pero solo saldremos con ayuda de los pobres. 

11 de mayo de 2009