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lunes, 11 de mayo de 2009

Distribución personal de la renta

Desde hace años vengo proponiendo que, entre las variables económicas que deben definir la situación de una economía, debiera figurar algunos índices que reflejen la distribución de la renta y su evolución. Más aún, propongo que cada vez que se tome alguna medida de política económica, macro o micro, se explicite también a quién afecta y en qué medida mejora o empeora la distribución de la renta. Y cuando hablo de distribución de la renta no me refiero a esa idea de la distribución territorial de la renta (que da lugar, por ejemplo, a engendros intelectuales como las "balanzas fiscales"), sino a la distribución personal o familiar de la renta que es la base para explicar la pobreza y la estructura social. 

La propuesta tiene un fundamento casi evidente: la renta la producen y se distribuye entre las personas. Es decir, los pobres o ricos son personas. Por otra parte, hay un principio en buena estadística según el cual, después de calculada la media, el segundo parámetro que describe un conjunto de datos es alguna medida de dispersión. Más aún, en la moderna economía, y esto se está ya reconociendo con modelos de agentes heterogéneos, se sabe que el comportamiento de dos economías, con la misma renta per capita, pero diferente distribución, es también diferente. La distribución influye en el crecimiento a largo plazo, y los mecanismos de redistribución determinan el desempeño de una economía. Sabemos, incluso, por la conjetura de Kuznets, que distribuciones muy desiguales de la renta son una rémora para el crecimiento. 

Hay mecanismos "naturales" de distribución del crecimiento. Así, una disminución de la tasa de paro supone, normalmente, una mejora de la distribución, como también una transformación sectorial (pasar de la agricultura a la industria, por ejemplo). Hay veces que una política, sin saberlo, tiene mejoras en la igualdad a largo plazo; como las políticas educativas de mejora de la educación básica. Pero también hay veces que políticas, pensadas en principio para redistribución de la renta, suponen, a la larga, un empeoramiento de la distribución (como las políticas indiscriminadas de subvenciones). Este ámbito de la evaluación de las políticas públicas desde los aspectos distributivos está aún verde en la literatura económica, pero, cuando se plantea a nivel político y de debate público, el tema está tan contaminado de ideologías y mitos que es un trabajo de Hércules intentar hacerse oír. Y, en España, nuestra prensa y la contaminación nacionalista lo hacen más difícil. Peor aún, ni siquiera queremos saber. Por eso no llega a la opinión pública que, en los últimos diez años, hemos empeorado nuestra distribución de la renta porque se ha deteriorado mucho la distribución de los salarios; o que, tras las tres últimas reformas fiscales, nuestro sistema fiscal ha perdido mucha progresividad. 

Estas ideas, quizás demasiado teóricas, son relevantes en la situación en la que nos encontramos. Demandamos más políticas públicas porque suponemos sus beneficiosos efectos y, sin embargo, los que las proponen no saben sus efectos distributivos. 

Es curioso que uno de los aspectos menos resaltados de la economía keynesiana sea su aspecto distributivo. Las propuestas de Keynes, ahora tan recordadas y mal interpretadas, tenían un fuerte componente distribuidor, aunque Keynes no lo supiera. 

En mi opinión, y sería objeto de muchas más palabras, la economía del siglo XXI será la economía de la distribución o, sencillamente, no será. Posiblemente la solución de la crisis de la economía mundial será ayudar a los pobres a salir de la pobreza. Algo que se consigue no tanto creciendo como distribuyendo. Me temo que esta crisis encierra muchas paradojas y no es la menor que la avaricia de los ricos nos ha metido en ella, pero solo saldremos con ayuda de los pobres. 

11 de mayo de 2009 

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