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miércoles, 31 de julio de 2019

Cálculo electoral

Después de lo visto en la sesión de investidura, mucho me temo que vamos a elecciones en el otoño. Por simple cálculo electoral. Un cálculo que es muy simple.

Para ser investido presidente y poder gobernar, lo importante no son los millones de votos que respalden a un partido, sino el número de escaños en el Congreso de los Diputados. Un número de escaños que depende del porcentaje de votos válidos que se obtengan y, cosa importante, si el partido fue de los dos primeros, porque el sistema electoral D’Hont recompensa a los primeros en cada circunscripción. Si el sistema fuera proporcional puro un 1% de los votos equivaldría a 3,5 escaños en el Congreso. Sin embargo, en las tres últimas elecciones (2019, 2016 y 2015), un 1% de los votos de los dos primeros partidos (PSOE y PP) se transformaron en 3,9-4,2 escaños. Es decir, los primeros partidos en las elecciones consiguen por cada punto un escaño más, que, lógicamente, pierden los otros partidos, nacionalistas aparte. Así, el 28,7% de los votos del PSOE en las últimas elecciones le han dado 123 escaños (multiplica por 4,3), mientras que el 16,7% del PP le ha dado 66 (multiplica por 3,95), mientras que, por ejemplo, el 14,3% de Podemos solo le ha dado 42 (multiplica por 2,9), mientras que Vox con un 10,3% solo tiene 24 escaños (multiplica por 2,3). Y esto se repite en las anteriores elecciones con bastante aproximación.

Desde esta perspectiva, y sabiendo que el PSOE está en condiciones de volver a ser la fuerza más votada y el PP la segunda, a ambos les interesa ir a elecciones en el otoño. Al PSOE porque sabe que, al margen de la abstención por hartazgo, que afectaría a todos los partidos, puede mejorar su porcentaje por el desgaste de Podemos y de Ciudadanos. Solo con una mejora del 2-3% se iría a 135-138 escaños, a 40 de la mayoría absoluta, que son con los que gobernó Rajoy. Con lo que tendría más fácil una coalición en otoño, pues Podemos no tendría tantas exigencias e incluso Ciudadanos podría entender su papel de partido bisagra si bajara de los 50 diputados. Y podría no depender de los independentistas. Por otra parte, sabe que la distancia de 12 puntos que tiene con el PP hace que este no pueda ser el partido más votado, ni formar gobierno.

Al PP también le interesan las elecciones en otoño. La corrupción y el cambio de liderazgo ya se pagaron en las elecciones anteriores, y Casado y el nuevo aparato han madurado para unas elecciones con más garantías. Mejoría su porcentaje por la bajada de Ciudadanos y, sobre todo, de Vox, con lo que podría ganar un 3% que serían unos 10-12 escaños hasta llegar a los 78 escaños.

Curiosamente los dos partidos que más podrían perder con una nueva convocatoria, Ciudadanos y Podemos (Vox aparte), aquellos cuyos factores de multiplicación electoral es inferior al 3,5 por su posición relativa en las últimas elecciones, son los que más han hecho por ir a ella. A Ciudadanos una pérdida de un 3%, algo posible por la estrategia de Rivera, le llevaría a perder 8-10 escaños. Tendría menos de 50 escaños, lo que permitiría una rectificación y aceptar una coalición con el PSOE (con ministerios) o apoyo externo, como hizo con Rajoy. Podemos, por su parte, también perdería con nuevas elecciones, ya que una caída de 2-3 puntos le haría perder entre 6-8 escaños. Máxime si Errejón lanza su plataforma. Por eso, si la estrategia de Rivera es incomprensible, la de Iglesias es irracional.

A Pedro Sánchez, además, no le interesa ahora una coalición con Podemos, por la desconfianza generada, por la incertidumbre de la sentencia del procés y porque el verano mejora las variables económicas. Así pues, para Pedro Sánchez lo mejor es paciencia y elecciones, salvo que Rivera rectifique (que lo dudo). Y conste que no me llamo Iván Redondo.

31 de julio de 2019

jueves, 18 de julio de 2019

La próxima crisis

Entre las muchas noticias que nos asedian todos los días, una de las más recurrentes en la prensa económica es el anuncio de una inminente nueva crisis. Una crisis más profunda que la anterior y que nos llevaría al borde del colapso económico. Parece que vista la fortuna que hizo Roubini con sus predicciones hay toda una multitud de discípulos regalando análisis sobre el futuro.

Que en algún momento del futuro puede haber una crisis de crecimiento en cualquier economía del planeta es un hecho seguro, pues no existe la economía perfecta de crecimiento infinito sin desequilibrios, como no existe la máquina del movimiento perpetuo. Como es seguro que se producirá una crisis de la economía global a poco que la sufra cualquiera de las grandes economías, pues la economía global es la suma de economías y mercados imperfectos. Las crisis, las disminuciones de crecimiento, incluso las profundas que cursan con una recesión y desequilibrios profundos como aumento del paro, los déficits o la inflación, son inevitables en todos los sistemas económicos, estén más o menos regulados. Y no, como erróneamente se cree, porque ocurrieron en el pasado, sino por la lógica del comportamiento humano: en las economías de mercado por los «fallos del mercado» (por el comportamiento «manada» de agentes racionales), y, en las reguladas, por los «fallos de sobreinversión» que son incluso más graves (pregúntesele a los rusos). Más aún, que vamos a tener una crisis de crecimiento global en el futuro es seguro, aunque solo fuera por la maldición malthusiana de que el crecimiento de la población mundial llevará al agotamiento de algunos recursos naturales básicos, dada la tecnología actual, si no es que llega antes el colapso medioambiental, que también tiene graves consecuencias económicas. Así pues, no tiene ningún mérito predecir genéricamente una crisis económica para el futuro, pues es lo mismo que predecir que todos los seres humanos que hoy estamos vivos en algún momento del futuro moriremos. La clave, entonces, no está en predecir una crisis, pues los altibajos en el crecimiento, como las enfermedades, son inevitables, sino en sortearla el mayor tiempo posible interpretando correctamente las señales de debilidad y los peligros, y actuando contra ellos, y, en el caso de que llegue, ejecutando políticas para que dure lo menos posible y sea lo menos maligna socialmente.

Precisamente porque es algo inevitable que tarde o temprano pasa, la economía española va a vivir una disminución de su tasa de crecimiento que, de conjurarse con algunos peligros que están en el horizonte, sí la podrían llevar a una nueva crisis, de menor intensidad que la anterior, sin que esto signifique que vaya a ocurrir el año que viene. Una disminución del crecimiento cuyo origen estará en la saturación del sector turístico, pues se están batiendo récords y se empieza a activar la competencia en otros destinos; en la incertidumbre que rodea al sector automovilístico por las nuevas regulaciones medioambientales y el alto coste de cambiar sus plantas; en el estancamiento de las exportaciones por las guerras comerciales y la ralentización china; en la saturación de la construcción de viviendas, pues aún hay un stock de casi 460.000 sin vender y el número de hogares crece lentamente; y, finalmente, en la ralentización del crecimiento del sector público, porque se está alcanzando el límite de lo sostenible de deuda pública. Así, pues en cuanto la mitad de los motores de nuestro actual crecimiento (turismo, automóvil y exportaciones, construcción y sector público) empiecen a alcanzar el punto de saturación, la disminución de la tasa de crecimiento (lo que algunos llamarían la crisis sin serlo), será un hecho. Que podría agravarse si amenazas como la crisis italiana o la crisis bancaria alemana (más que el Brexit) se materializan.

Una crisis que podríamos mitigar, incluso evitar, con una política de reforma estructural que empieza a ser inaplazable. Algo que no creo que sepa, ni pueda hacer, el hipotético Gobierno del señor Sánchez.

18 de julio de 2019

miércoles, 3 de julio de 2019

Economía sin gobierno

Los datos de la economía española de los dos últimos años no son malos. Seguimos creciendo por encima del 2% (2,4% para ser exactos en el último dato intertrimestral), se crean puestos de trabajo a razón de casi medio millón al año (en términos equivalentes, es decir, como si todos los contratos fueran por tiempo indefinido y 37 horas/semana), los precios están en el entorno del cero (por debajo del 2%) y la balanza de pagos por cuenta corriente y capital está en equilibrio (los ingresos son prácticamente iguales a los pagos).

Unas cifras para felicitarse si no fuera porque tienen sus sombras en cinco grandes debilidades de la economía española: la primera, y es una enfermedad crónica de nuestra economía, es una tasa de paro del 14,7%, casi el doble que la media de la Unión Europea y más de cuatro veces la de Alemania, y fuente de nuestras desigualdades de renta y entre territorios; en segundo lugar, seguimos siendo uno de los países más endeudados del mundo desarrollado, con una deuda global de más del 360% del PIB, de los cuales 260 puntos son de deuda privada (empresas y familias) y 100 puntos de deuda pública; en tercer lugar, tenemos una presión fiscal cercana al 40%, con un sistema fiscal poco progresivo, y un gasto público por encima del 40% con muchas ineficiencias; en cuarto lugar, tenemos una economía sectorialmente desequilibrada, pues el peso de la construcción y del turismo son excesivos, y son muy débiles los sectores y las empresas de tecnología y servicios avanzados; y, finalmente, fruto del crecimiento del empleo en el sector público y en sectores no industriales, la productividad media española, que había crecido en los últimos años, está disminuyendo en 0,4%, mientras crecen los costes laborales unitarios un 2,1% interanual.

Además, estas cifras se producen en un contexto de políticas instrumentales muy favorable, pues tenemos una política fiscal expansiva (un déficit público del 3% es expansivo, máxime cuando no hemos logrado contener el déficit estructural) y una política monetaria de tipos de interés en el entorno del cero, pues el bono a diez años tiene una rentabilidad por debajo del 1% y los tipos de interés interbancarios son negativos, algo nunca visto. Y en medio de dos olas de tendencia que hay que tener siempre en cuenta: el declive demográfico y los retos medioambientales.

Este es el panorama económico al que tiene que hacer frente el próximo gobierno del señor Sánchez. Un panorama que no es fácil de gestionar, pues la debilidad de su apoyo parlamentario, unida a la atrasada visión de la economía de sus socios preferentes (salvo cambio de opinión de Ciudadanos) y a sus urgencias políticas hacen muy improbable una sólida política económica que afronte de verdad los retos que tenemos planteados. Una sólida política económica que habría que articular en distintos ejes y al mismo tiempo: para abordar el problema del paro y del declive demográfico y, consecuentemente, los problemas de desigualdad, de productividad y de sostenibilidad de las pensiones es necesaria una profunda reforma del mercado laboral en un tono mucho más liberal y, al mismo tiempo, social, del que el PSOE y Podemos están dispuestos a pensar (pues piensan en categorías laborales decimonónicas); para ir desinflando la burbuja de deuda pública, enfocar el tema medioambiental y garantizar un sistema público de pensiones es necesaria una reforma fiscal en profundidad, como es necesaria una reestructuración de nuestro sector público para cerrar las brechas de desigualdad, dos reformas que no hay partido en España que esté dispuesto a abordar; para cambiar la dinámica sectorial es necesaria una reforma educativa que necesita de un consenso imposible...

La economía española, pues, anda bien. Pero está andando con problemas de fondo para los que se necesita un gobierno. La mala noticia es que el Gobierno que se vislumbra no parece el más adecuado para abordarlos. Máxime si toda la economía que sabe es la que cabe en una pésima tesis doctoral.

3 de julio de 2019