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lunes, 31 de octubre de 2011

Salvar al sistema bancario

En la semana pasada se han producido dos noticias muy relevantes para la economía española que son casi repetición de lo que viene ocurriendo desde el inicio de la crisis: la celebración de la enésima Cumbre Europea, con su carga de precipitación y esterilidad, y la publicación de las cifras de paro, que, al alcanzar los 5 millones de parados, sólo refleja la profunda crisis económica y social que vive España y la ausencia de una adecuada política económica. 

La Cumbre Europea, la "enésima cumbre de solución definitiva", se saldó con lo que era evidente: con el reconocimiento de que el sistema financiero europeo tiene problemas, que es necesario sanearlo y que, para ello, hay que abordar el problema de la deuda soberana y los de regulación bancaria. 

La necesidad de sanear el sistema bancario europeo, y hacerlo ya, radica en el hecho de que la economía europea no puede volver a crecer sin él, ya que de él depende toda la financiación de las familias y una parte de la financiación de las empresas. Sanear el sistema bancario, equilibrar sus balances y que tenga cuentas de resultados positivas, es condición necesaria para volver a crecer, porque así será efectiva la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo. Sanear los bancos (y cajas) es, pues, condición necesaria, aunque no suficiente, para salir de la crisis. 

Para sanear el sistema bancario europeo hemos de tener una política fiscal de ajuste por dos razones: porque así la deuda pública que tienen los bancos no se deprecia, por lo que tienen que buscar menos capital para equilibrar sus balances y recuperar sus cuentas de resultados; y porque, al emitirse menos deuda pública, hay más financiación disponible para las empresas, motores de la inversión, con menores tipos de interés. 

Hasta aquí, y con matices, se podría estar de acuerdo con lo tratado en la cumbre del miércoles. Sin embargo, sus resultados son, además de tardíos por la permanente duda alemana y la incapacidad francesa, muy discutibles porque, en mi opinión, lo acordado no reestructurará correctamente el sistema bancario europeo, al tiempo que lo acordado no está pensado como parte de un marco general de política económica para Europa que la saque de la crisis. 

Lo acordado no reestructurará correctamente el sistema bancario europeo porque, siendo grave, no es la deuda soberana el único problema que tiene la banca europea (tiene aún una inmensa cantidad de activos tóxicos inmobiliarios americanos y españoles), ni las reglas contables que se han fijado son las mismas para todos (¿qué pasa con las provisiones genéricas españolas?), ni son estables (¿qué fue de Basilea III?), ni de esta forma se construye un auténtico sistema bancario europeo más allá de la suma de los sistemas de cada país. Las autoridades de supervisión y regulación nacionales (en España, el Banco de España) y europeas (la Autoridad Bancaria Europea) están haciendo un pésimo trabajo del que deberían dar cuentas con muchas dimisiones. El permanente parcheo en este tema, los sesgos regulatorios según nacionalidades, la ausencia de un ambicioso plan de reordenación europeo, harán que la crisis se alargue y que veamos más cumbres en las que se vuelvan a abordar estos temas. 

Y, siendo esto grave, lo peor de esta política es que es una política de permanentes improvisaciones, no parte de un plan de política económica claro y creíble para Europa a medio plazo. 

Me temo que los políticos europeos a fuerza de defender solo sus intereses nacionales, de pensar en el corto plazo y de no ver más allá que lo evidente abordan tan mal los problemas que la crisis será más amplia, profunda y larga de lo que podría ser si tuvieran, por una vez, una idea de cómo controlar los acontecimientos, si supieran cómo liderar su parte del mundo. 

Lo descorazonador, sin embargo, de la Cumbre es que es la enésima ratificación de la ausencia de liderazgo en Europa y, lo malo, es que 5 millones de parados españoles solo pueden cambiar a uno de ellos, no a todos. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Políticas de ajuste

La política económica que estamos sufriendo, y la que vamos a sufrir en los próximos años gane quien gane las próximas elecciones, tiene dos líneas esenciales que, en expresión de Fuentes Quintana, se podrían llamar "de ajuste" y "de reforma". 

Las políticas de ajuste son aquellas que tienen como objetivo reducir la capacidad productiva o acompasar precios para adaptarlos a las nuevas condiciones económicas. Así, cuando decimos que una empresa o una administración pública se ajusta, lo que estamos diciendo, normalmente, es que reduce producción, cambia su estructura de precios, modifica condiciones laborales y/o reestructura plantilla. Del ajuste de las empresas en un sector depende el ajuste global del sector. Del ajuste de cada uno de los sectores depende la estructura sectorial de una economía, lo que condiciona sus posibilidades de crecimiento. 

La necesidad de realizar ajustes en la economía española era evidente desde antes de la crisis. Teníamos un sector de la construcción excesivo con una capacidad productiva de casi 800.000 viviendas anuales y baja productividad. Como teníamos un sector financiero también excesivo, pues éramos el país desarrollado grande con más oficinas bancarias por 1.000 habitantes. De igual forma, nos estábamos dando un sector público excesivo, no tanto en servicios básicos de sanidad, educación o atención social, como de estructura político-administrativa. Y, junto a esto, tenemos un débil sector industrial, un mal regulado sector energético y un decadente sector agrario. A todo esto, el tamaño relativo de las empresas e instituciones, así como el funcionamiento de los mercados en cada uno de estos sectores, determinaba un bajo crecimiento de la productividad, una formación de precios inflacionaria y, en no pocos casos, una concentración territorial poco adecuada. La carencia de políticas sectoriales, la cesión de competencias a las comunidades y una pésima gestión, como la del ministro Sebastián, han sido los causantes de este caos sectorial. 

Por su parte, la necesidad del ajuste de las administraciones públicas, que empezó con la bajada del sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones, es también evidente. Y el indicador clave es el déficit de todas ellas. Hoy todas las administraciones públicas están despidiendo interinos o reduciendo sus pagos. El Gobierno central ajusta los presupuestos de defensa y pensiones, mientras que las comunidades autónomas ajustan en sanidad y educación y los ayuntamientos en todas sus actividades. 

La necesidad de una política de ajustes general es, pues, indudable. Lo que no se está diciendo es cómo hacerla, pues una política de ajustes se puede hacer de una forma relativamente ordenada, pensando en el futuro, o, como se está haciendo ahora, desordenada y caóticamente, de lo que resultará una composición sectorial e institucional que lastrará nuestro crecimiento a largo plazo. Y dos botones de muestra son suficientes para sostener lo que digo. En el sector financiero se está produciendo una concentración de tal forma que dos o tres entidades tendrán el control del mercado: la suma del Santander más BBVA es casi tanto como el resto de entidades por activos. Esto, que puede parecer ahora lógico, tendrá para el futuro unas implicaciones que habría que pensar. ¿Sería bueno tener en España entidades financieras tan grandes que la quiebra de una de ellas suponga la quiebra del país? ¿Sería bueno tener tal concentración de poder económico que se derive en político? Si las dos respuestas son que no, el ajuste bancario que tendría que hacerse no es, desde luego, el que se está haciendo. De la misma forma, ¿es en educación donde han de hacerse los recortes en el gasto de las administraciones? ¿Queremos condicionar el crecimiento futuro reduciendo la inversión en capital humano? Si las dos respuestas son también que no, me temo que el ajuste que se está haciendo no es el adecuado. 

Que hay que ajustar está claro, el problema es que nuestros políticos no son conscientes de dónde, ni cómo hacerlo. Y ser inconscientes en este tema nos puede costar demasiado para nuestro futuro.

lunes, 3 de octubre de 2011

Nuestra crisis en perspectiva

La actualidad es tan rica en acontecimientos que se necesitaría un periódico casi infinito, borgiano, para hacer un breve comentario sobre lo que ocurre. La coyuntura es tan apasionante que hay cientos de temas a los que dedicarles un artículo. Sin embargo, en medio de la vorágine, creo necesario hacer un alto para mirar nuestra crisis serenamente y tratar de ordenar lo que sabemos de ella. Porque la crisis económica española tiene varias perspectivas desde las que analizarla que se reflejan en las conversaciones y en los periódicos. Varias perspectivas que se relacionan y se mezclan, por lo que los debates sobre la crisis son caóticos, carentes de conclusiones. 

La crisis española es, en primer lugar, una crisis económica, de actividad. La tasa de crecimiento es muy débil y lo seguirá siendo los próximos años. Por el lado de la oferta, tenemos dañados casi todos los sectores, lo que significa que la mayoría de nuestras empresas tienen problemas. Aquellas empresas cuya demanda depende del crédito al consumidor (construcción o automóviles) tienen dependencia de las administraciones públicas (obra civil o actividades subsidiadas) y su actividad no es comercializable exteriormente están sufriendo una profunda crisis que las aboca al ajuste de empleo y, a veces, al cierre. 

Por el lado de la demanda, la situación no es mejor porque una parte importante de las familias españolas, la mayoría de clase media, están altamente endeudadas, mientras que el paro se está cebando en las de clase media baja, por lo que la renta disponible familiar, tras el pago de impuestos y de deuda, está estancada o se ha reducido. Como tienen expectativas de empeoramiento aplazan decisiones y minimizan el consumo. Y sin crecimiento del consumo, se paraliza la inversión, y con ella, la creación de empleo, dando como resultado bajo crecimiento. Las malas expectativas lastran nuestro crecimiento. 

La crisis española es, en segundo lugar, una crisis financiera. La economía española es la tercera más endeudada en términos relativos del planeta: casi el 350% del PIB. Esta cifra implica un sobreendeudamiento de unos 50 puntos del PIB que hay que reducir. Esta reducción puede hacerse mediante al aumento del ahorro (lo que reduciría la tasa de crecimiento y alargaría este ajuste) y/o impulsando el crecimiento (lo que implica a corto plazo ¡más endeudamiento!). De momento, el ajuste financiero se está haciendo caóticamente, sin un plan. El problema es que, además, dependemos de la financiación exterior, lo que hace que nuestra situación esté, hoy, en manos de los mercados internacionales. Sin una política financiera creíble no es posible generar expectativas de crecimiento. 

La crisis española es, en tercer lugar, una crisis social. La tasa de paro española es superior al 20%, o sea, que casi 5 millones de personas quieren trabajar y no pueden. Además, muchas de ellas agotarán pronto su prestación pública, lo que generará pérdida de renta de las familias, especialmente las más desfavorecidas. Como, además, la Ley de Dependencia no se aplica, muchas familias se verán en situaciones límite. La situación social se deteriora también por falta de expectativas. Aumenta la marginalidad, la delincuencia, las drogodependencias, los malos tratos, etc. Vivimos un deterioro social y eso que no metemos, aún, la xenofobia en la ecuación. Hay que analizar seriamente el impacto social de las medidas contra la crisis. 

Finalmente, la crisis española, es una crisis política. La gobernanza difusa, en la que prima la territorialidad sobre la racionalidad, con demasiados intereses superpuestos y con debates superficiales e ideologizados "políticamente" correctos, ha dado como resultado unas instituciones redundantes e insostenibles que están llenas de políticos mediocres, cuando no corruptos, que toman decisiones erróneas. La crisis española es, a tres años de su inicio, también, fruto de nuestras instituciones y de la incompetencia de nuestra clase dirigente. 

Lo siento, pero la situación es grave y compleja. Necesitamos una reflexión seria y unas reformas profundas. Algo que, me temo, ni el ambiente ni las circunstancias permiten.