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lunes, 21 de octubre de 2013

Estados ¿Unidos?

La situación de las finanzas públicas norteamericanas es tan compleja que, por segunda vez en el año y no por última vez, la economía norteamericana ha vivido en la últimas semanas al borde del colapso. Para explicar el problema no basta con hacer un análisis político de las posiciones de los dos partidos norteamericanos, sino que es necesario analizar los problemas de fondo de la muy financiera economía norteamericana. 

A pesar de toda la retórica con la que podríamos envolverlo, el hecho es que el modelo de crecimiento de la economía norteamericana es, desde hace más de sesenta años, típicamente keynesiano. Es decir, es un modelo orientado al crecimiento económico en el que tanto la política monetaria como la política fiscal se articulan para mantener una alta tasa de crecimiento económico que permite tener una baja tasa de paro. En general, los norteamericanos no tienen entre sus objetivos de política macroeconómica ni la estabilidad de precios (aunque tienen una cierta vigilancia sobre su inflación), ni el equilibrio de la balanza de pagos (deficitaria desde hace décadas), sino el crecimiento y el empleo. Es típico, pues, que en épocas de bajo crecimiento los gobiernos norteamericanos utilicen una expansión fiscal, bien mediante bajadas de impuestos (como las que hizo el presidente Reagan en los 80 o el presidente Bush junior en este siglo); bien mediante expansión del gasto (como las que hizo el presidente Carter en los setenta o el presidente Obama ante la crisis actual); bien mediante una combinación de las dos. Como es típico que la Reserva Federal siga aproximadamente la regla de Taylor de tal forma que, cuando se produce una situación de bajo crecimiento, lo esperado es una fuerte bajada de tipos de interés y, si es necesario, la inyección directa de financiación en el sistema financiero (tal y como ocurrió en 2001 o en los últimos años). Los norteamericanos, gobierne quien gobierne, son, en política macroeconómica, predecibles y pragmáticos. 

El problema latente del modelo de crecimiento norteamericano es un problema financiero. Y es que la economía norteamericana, casi desde la Segunda Guerra Mundial, ha crecido arrastrando dos déficits importantes: el déficit público y el déficit exterior. Dos déficits, que durante un tiempo se llamaron "gemelos", que han ido acumulando una ingente deuda pública y una importante deuda exterior. Los norteamericanos acumulan una deuda pública neta de casi el 100% de su PIB (unos 17 billones de dólares, unos 13 billones de euros), mayor que la deuda pública europea y, en términos absolutos, la más grande del mundo (casi un 20% del PIB mundial). Una deuda pública que los norteamericanos colocan fácilmente en los mercados internacionales, fundamentalmente en China, Alemania y las economías petroleras, convirtiéndola, así, en exterior (el 50% de toda la deuda exterior mundial). La situación es, de momento, sostenida por el papel de moneda internacional del dólar y la dependencia de todas las economías del planeta de la economía norteamericana, pero está alcanzando unas cotas que la hacen peligrosa. 

La raíz del problema es el déficit público norteamericano. Un déficit que, este año, estará en el entorno del 6% y sobre el que tanto demócratas como republicanos coinciden en que es necesario controlar. En lo que no coinciden es en el ritmo de reducción y en el camino para lograrlo. Los demócratas, con el presidente Obama a la cabeza, quieren subir impuestos y reordenar las partidas de gasto orientándolo hacia más bienestar (gasto sanitario y educativo, por ejemplo), mientras que los republicanos, guiados por los extremistas del Tea Party, quieren reducir aún más el escaso Estado del Bienestar norteamericano. Y para ganar este debate estos últimos utilizan todos los resortes legales y políticos que la maquinaria política americana permite. Viviremos, pues, más momentos financieros críticos en los próximos años. No solo porque el problema del modelo de crecimiento americano no se resuelve en unos meses, sino porque la política norteamericana se ha polarizado y banalizado... casi como la nuestra. 

martes, 8 de octubre de 2013

Otros presupuestos suspensos

El pasado 27 de septiembre el Gobierno aprobó los Presupuestos Generales del Estado para el 2014. Unos presupuestos que cada vez se presentan y explican peor. Este año con un powerpoint cutre de 6 transparencias inconexas, sin cuadro macroeconómico y sin homogeneidad entre ellas (ni con años anteriores), y con dos notas de prensa de tres páginas escritas en estilo twitter en las que el titular es tan escandalosamente propagandístico que se llama ¡recuperación! a un crecimiento del ¡0,7%! del PIB. Con estos documentos para presentar una ley de la importancia de los presupuestos, el Gobierno vuelve a decirnos a los ciudadanos que nos tiene por unos críos tontos. Una vez más, el Gobierno ignora la importancia de la comunicación en política económica. En cuanto al contenido del proyecto de ley, volvemos a tener, como en los años anteriores y en las previsiones de abril, un ejercicio de política fiscal que, en cualquier facultad de Económicas del mundo, merecería la calificación de suspenso.

Profundamente suspenso. En primer lugar, porque el cuadro macroeconómico vuelve a estar mal hecho. Me temo que es muy improbable que el PIB crezca el 0,7% el próximo año gracias a la aportación del saldo exterior en un ¡1,2! con crecimientos del 5,5 de las exportaciones y del 2,4 de las importaciones. Para que estos datos se den, el crecimiento de la Eurozona ha de ser más vigoroso y debe volver a haber una temporada turística récord. Más razonable me parece la previsión negativa de crecimiento de la demanda interior en el -0,4%, pues tendremos un consumo interior prácticamente estancado en el entorno del 0, por la alta tasa de paro, las bajadas reales de salarios, los altos niveles impositivos y el exceso de deuda. Como contribuirá negativamente la disminución del consumo público en el 0,9, por los ajustes fiscales, y una inversión raquítica por las bajas expectativas de consumo y el racionamiento de crédito que la banca está sometiendo a las empresas. Prever, con este cuadro de puro estancamiento interior, una mejora del déficit público en el 0,7 del PIB es excesivo, máxime si no se quieren subir los impuestos ni se quieren tocar realmente los gastos. Pero más allá del cuadro macroeconómico, los presupuestos están mal hechos porque vuelven a encerrar trampas en el solitario. En la vertiente de impuestos hay dos claras. La primera es que me temo que no es fácilmente explicable cómo es posible prever una subida de la recaudación de IRPF en 1,7%, con el nivel de paro, caída salarial y de rentas empresariales que estamos experimentado. Dicho de otro modo, si el empleo no va a mejorar y no van a subir las rentas, que son la base sobre la que se grava el impuesto, ¿cómo es que esperan recaudar más? ¿es que prevén una subida del tipo impositivo? El año pasado hicieron una previsión similar y han fallado en 2.233 millones. Y este año no se espera otra "regularización" fiscal. La segunda es similar, pero más llamativa, porque es sobre la recaudación de IVA. Si el consumo privado se espera que solo crezca en un 0,2% y las importaciones solo un 2,4 ¿de dónde sale una subida de recaudación del 2,7? Y en la vertiente del gasto, casi nada se puede decir, salvo que no hay buena información, porque los gastos no están bien desagregados, hay una absoluta falta de transparencia y solo se habla de tope de gasto.

En definitiva, el Gobierno, por enésima vez, ha presentado unos presupuestos mal elaborados, oscuros en sus cifras y farragosos en su comunicación. Unos presupuestos de los que solo se puede concluir que las administraciones públicas pretenden gastar un 11,3% más de lo que prevén recaudar y que a esto le llaman "austeridad". Unos presupuestos que hay que trabajar más porque hay que presentarlos en Bruselas dentro de un mes, y sería muy peligroso tomar a los socios comunitarios por tontos, como hacen con nosotros.