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martes, 25 de abril de 2017

Dieta informativa

La realidad, lo que creemos que pasa, es una cuestión de percepción. La realidad que percibimos es función de la información que nos llega y de la digestión que hagamos de esa información. Igual que la salud de nuestro cuerpo depende, además de la genética, del ejercicio y de la dieta, la salud en la opinión, y con ella las expectativas que tenemos del futuro, depende, además de la formación de base, del ejercicio intelectual y de la dieta informativa que consumimos. De la misma forma que una dieta sin carbohidratos o sin grasas produce desequilibrios, una dieta informativa a base de sólo titulares catastrofistas produce malestar general, ansiedad social y pérdida de expectativas. Y no digamos si, además le añadimos una alta dosis de estimulantes del miedo político. 

Fruto de una mala dieta informativa es la percepción que aún tenemos de la situación de la economía española. Si le preguntamos a cualquiera de nuestros conocidos sobre cómo está la economía española, la mayoría de ellos dirá que la economía española que aún no ha salido de la crisis. Y, si dice lo contrario, lo más seguro sea tachado de ser alguien próximo al Gobierno o votante del PP. 

Pues bien, la economía española, con los datos en la mano ya no está en crisis, al menos de crecimiento. Según los últimos cálculos, que espero que se ratifiquen esta semana con los datos del INE, la economía española tuvo una renta per cápita en el año 2016, en euros constantes, de 23.830 euros. Si tenemos en cuenta que estamos creciendo al 2,6%, este año tendremos una renta per cápita de 24.450 euros, prácticamente la misma que tuvimos en el 2007, cuando conseguimos la renta per cápita histórica más alta, de 24.503 euros (en euros constantes). Puesto que la renta per cápita es una media, esto significa que, si distribuyéramos la renta que vamos a producir este año de la misma forma en la que lo hacíamos en 2007, estaríamos, en un viaje en el tiempo, en los mismos niveles de bienestar que entonces. El problema, pues, no es de nivel de renta (que estamos llegando a los niveles precrisis) o de crecimiento (que está cercano al nivel potencial), sino de cómo y quiénes producen estos niveles de renta. La economía española no está en crisis, lo que pasa es que tiene, como todas, problemas. 

Y es este la segunda parte del análisis que hay que hacer. Pues los problemas de la economía española hoy son radicalmente diferentes a los que enfrentaba en el año 2007. En el año 2007 teníamos un problema de inflación del 4,22%, lo que nos llevaba a una inflación diferencial que nos hacía perder competitividad. Teníamos un problema de Balanza de Pagos que se reflejaba en un déficit por cuenta corriente del 9,6% del PIB, lo que hacía que nos endeudáramos con el exterior a unos niveles excesivos (más del 100%). Más aún, en 2007 alcanzamos un nivel de endeudamiento privado bruto del casi el 240% del PIB. Frente a estos datos, los problemas con los que nos enfrentamos hoy son otros: no tenemos un problema de inflación, sino de paro (aún en el 18,63%, aunque baja al ritmo del 2,2% anual); no tenemos un problema de balanza de pagos, sino de déficit público (que aún está en el 4,5% y ajustándose); se ha reducido la deuda privada en más de 50 puntos, mientras la deuda pública es superior al 101% del PIB, etc. 

La economía española no está ya en crisis, digan lo que digan los catastrofistas, sino que se enfrenta a una situación nueva fruto de esa misma crisis. Estamos, pues, en otra fase de nuestra evolución económica. Es cierto que tenemos graves problemas económicos con un fuerte componente social (y político). Pero esos problemas no se arreglan vociferando catástrofes, sino analizando realidades. Es decir, pensando y con datos. O sea, haciendo ejercicio y comiendo sano. 

24 de abril de 2017 

lunes, 10 de abril de 2017

La compleja guerra siria

Analizar la guerra siria solo es posible si se tienen en cuenta a todos sus participantes, sus intereses, su fuerza y la lógica de sus conflictos. Si se tiene en cuenta qué gana (o pierde) cada uno de sus participantes y porqué participa en el conflicto. 

El conflicto sirio se inició en 2011 a partir de la represión por parte del régimen de Bashar Al-Asad de las manifestaciones estudiantiles. La dureza de la represión y la facilidad con la que los movimientos de protesta fueron infiltrados por distintas facciones, primero por los extremistas del ISIS y, a continuación, por distintas células de Al-Qaeda (Tahris el Sham, ahora), sumado a la cuestión territorial kurda, dio lugar a una complejísima situación, en la que no menos de cuatro grupos luchaban entre sí, haciendo que lo que había empezado como una guerra civil se convirtiera en una situación conflictual con no menos de seis conflictos cruzados. 

La participación de potencias regionales y países limítrofes, así como de potencias mundiales (Rusia y Estados Unidos), fue casi inmediata, lo que ha añadido planos de complejidad al conflicto, que aleja su solución, pues en Siria se dirimen, también, luchas regionales y globales. 

El plano regional viene determinado por la lucha entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía regional, así como por los intereses de Turquía, Jordania y Líbano. Irán apoya (con armas, combatientes y financiación) al Gobierno de Al-Asad porque éste mantiene una estrecha conexión en el Líbano con Hezbolá (sus milicias luchan en Siria), presiona a Israel y, a través de la relación Damasco-Beirut, mantiene relaciones financieras con Occidente. Por su parte, Arabia Saudí apoya (con financiación y armas occidentales) a los dos grupos más radicales (Tahsis el Sham e ISIS) con el objetivo de expandir hacia el norte su influencia (religiosa), mantener la casi perdida guerra en Irak, controlar la expansión de Irán y apoyar a la población suní en Siria. El interés de Turquía es más limitado. Turquía interviene en la guerra siria luchando contra los kurdos (y contra el gobierno sirio) porque quiere evitar el control kurdo del norte de Siria, pues, unido éste al que ya tienen sobre el norte de Irak (ganado contra el ISIS), los kurdos lograrían una amplia base territorial para sus viejas aspiraciones. Finalmente, Jordania y el Líbano mantienen una cierta presión sobre Siria porque quieren evitar el flujo de refugiados (y lo están logrando), pues, este flujo alteraría la composición étnico-religiosa de sus poblaciones. 

El plano global tiene mucho que ver con el interés de Rusia por reconquistar el papel que tuvo la antigua URSS. Rusia apoya al Gobierno sirio porque cuentan en Siria con la única base naval que tienen en el Mediterráneo (Tartus), así como con la única aérea que tienen en Oriente Próximo (Jmeini), bases necesarias en la lógica imperial de Putin porque están detrás de las fronteras OTAN y presionan sobre el Canal de Suez y sobre los yacimientos petroleros del Golfo. El apoyo ruso ha llegado hasta involucrar a su ejército (incluso su único grupo aeronaval) y a vetar cualquier resolución en las Naciones Unidas. Por su parte, el interés norteamericano fue, en su inicio, más la expresión de la política exterior de derechos humanos del presidente Obama que una cuestión geoestratégica. Sin embargo, la activación de los grupos de Al-Qaeda, el crecimiento del ISIS en Irak, la creciente presencia iraní y rusa, así como el escándalo en el uso de armas químicas movieron a los norteamericanos a involucrarse hasta llegar a apoyar a distintos grupos anti-Asad y anti-ISIS con armas, asesores y cuerpos de operaciones especiales, en una escalada que ha culminado la semana pasada con el lanzamiento de misiles ordenado por el presidente Trump. 

El conflicto sirio es, como puede observarse, de una terrible complejidad. Resolverlo implica un sudoku que va mucho más allá que unos cohetes retóricos, algo que no sé si la nueva administración norteamericana comprende. 

10 de abril de 2017