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lunes, 26 de octubre de 2015

Elecciones norteamericanas

Si hay unas elecciones que marcan la política mundial son las elecciones norteamericanas. Máxime si, como ocurre con las del año que viene, son elecciones en las que tiene que haber necesariamente un cambio en la Casa Blanca. 

La campaña electoral norteamericana empieza realmente con la nominación de los candidatos de los dos principales partidos, el demócrata y el republicano. Sin embargo, desde mucho antes, la política norteamericana es un hervidero electoral. El ciclo electoral norteamericano se inicia con una larga precampaña que culmina con la celebración de primarias (en distintos sistemas según los Estados), para luego pasar a la campaña electoral propiamente dicha. Y es que, aunque ahora nos parezca una novedad en España, fueron los norteamericanos los que inventaron el sistema de primarias, básicamente como una forma de aglutinar los liderazgos de los candidatos dentro de su propio partido, y darlos a conocer a la dispersa e inmensa opinión pública que son los Estados Unidos. 

En el lado demócrata, la campaña de las primarias está dominada por una figura política de primera magnitud como es la señora Clinton. Ya hizo un primer intento en las elecciones de hace ocho años frente a Obama y, tras desempeñar el cargo de Secretaria de Estado en el primer mandato Obama, pasó a una situación de menos desgaste en la política nacional norteamericana. El anuncio, la semana pasada, del vicepresidente Biden de que no va a luchar por la nominación demócrata parece allanar el camino la señora Clinton como candidata del Partido Demócrata. Máxime cuando, también la semana pasada, salió políticamente indemne de la agotadora sesión de investigación en el Congreso sobre algunas de sus actuaciones como Secretaria de Estado. Si Hillary Clinton fuera la candidata demócrata, sería la primera vez que los norteamericanos tienen la posibilidad real de escoger una mujer como presidenta, al tiempo que sería la primera vez que el candidato ha sido pareja de un presidente anterior. En la política americana son clásicas las sagas familiares (las "dinastías presidenciales") como los Monroe, los Rooselvert, los Kennedy o los Bush. La señora Clinton será, salvo sorpresa, la candidata demócrata porque, además de ser mujer, lleva preparándose para ello casi dos décadas, tiene experiencia de gobierno, cuenta con el apoyo de los principales medios de comunicación "liberales", tiene un inmenso presupuesto y, su marido, el expresidente Clinton, es hombre de peso en el Partido Demócrata. 

El lado republicano tiene el panorama menos claro. En la actualidad, la gran atracción, especialmente por sus radicales propuestas, es el multimillonario Donald Trump. A pesar de las absurdas maneras de enemistarse con la minoría hispana (decisiva, por ejemplo, en la crucial elección del año 2000 que ganó George Bush hijo), y de sus populistas propuestas sobre impuestos, gasto público o política exterior (o precisamente por eso) es, de momento, el líder en las encuestas. Sin embargo, su estrella empieza a enfriarse a medida que suben otros políticos republicanos con más experiencia, mejor currículum y propuestas más moderadas. Hay dos que proceden de Florida, el senador Marco Rubio y el gobernador Jeff Bush, ambos haciendo una buena precampaña, experiencia política diferente, y cuentan, además, con el apoyo de una parte importante de las grandes empresas y de los medios conservadores. Por otro lado, desde California, se empieza a postular la exejecutiva Carly Fiorina, y en la costa Este se habla del congresista Boehmer. Aún es pronto para ver qué deparan las primarias republicanas, pero es probable que, a pesar de su dinero, Trump no llegue ser el candidato republicano, lo que no significa que algunas de sus más radicales propuestas no vayan a ir en el programa republicano. 

En España, las elecciones las dirimiremos en un par de meses y de ellas dependen una parte importante de nuestro bienestar. Para las norteamericanas aún queda un año, y de ellas depende el bienestar no solo de los norteamericanos, sino una parte del bienestar del resto del mundo. Estemos atentos a ellas. 

26 de octubre de 2015 

martes, 13 de octubre de 2015

Elecciones en diciembre

Las elecciones generales se acercan y empezamos a hacer conjeturas sobre su resultado. Los partidos políticos ya han hecho sus estudios para fijar la estrategia electoral, y pronto se publicarán encuestas. Todavía es temprano para afinar, porque queda toda la campaña electoral y no se conocen todos los candidatos, pero me voy a atrever a describir el panorama que vislumbro. 

En mi opinión, el PP será el partido más votado en las elecciones del 20-D, pero estará lejos de los 10,8 millones (44,2% de los votos) del 2011 y de la mayoría absoluta de 185 diputados. No solo perderá votos por el normal desgaste del Gobierno, sino porque ha tenido incumplimientos de programa, comunica mal y ha mirado hacia otro lado con la corrupción. No ganará votos con ese mensaje trasnochado "nosotros o el caos" frente a los "radicales" del PSOE, ni con el del "voto útil" frente a Ciudadanos. Y puede perder más por esa ausencia de proyecto y de entusiasmo que es intrínseco del liderazgo de Rajoy. Puede, incluso, hundirse si radicaliza sus propuestas (como sugiere Aznar) o si llenan las listas de gente con sombras de corrupción. 

Es decir, en las próximas elecciones, y en mi opinión, el PP perderá alrededor de 2,5-3,5 millones de votos (un 20-28% menos de los que tuvo en el 2011), lo que, por el sistema D'Hont, le puede llevar a perder alrededor de 35-45 escaños y la mayoría absoluta. 2,5-3,5 millones de votos que irán, seguramente, a la abstención y, en las provincias más pobladas, a Ciudadanos. 

El PSOE no aprovechará la caída del PP. Será, en mi opinión, segunda y recuperará votos respecto del 2011 (7-7,5 millones de votos), pero no los que perdió entonces, ni los que pierda el PP. Su campaña electoral será, posiblemente, estilo ZP, es decir, ligera e insustancial. El PSOE perdió el discurso territorial hace mucho tiempo (lo que le hace no tener apoyos en Madrid, ni en las Castillas, ni en Murcia), no tiene un discurso social potente y sigue sin proyecto de país y de economía. También tiene el estigma de la corrupción de los EREs y no tiene un liderazgo fuerte, pues Pedro Sánchez no controla su partido. 

Ciudadanos será, en mi opinión, la estrella de las generales. Sobre la base del millón de votos de UPyD, se puede llevar otro millón del PP en Andalucía, Madrid y Valencia y otro medio millón o más en Cataluña. Siendo tercera fuerza en Andalucía, en Cataluña, segunda o tercera en Madrid y primera o segunda en Valencia, Ciudadanos podría alcanzar 2,5-3,5 millones de votos que, por el sistema electoral, no se traduciría en muchos escaños, pero que la convertirá en el partido bisagra de la próxima legislatura. Su campaña está siendo inteligente, a pesar de la debilidad de su escasa estructura organizativa y el desconocimiento de sus candidatos. Su ventaja: un discurso centrado, un líder con ideas claras y un partido casi sin pasado. 

Podemos será, salvo que logre un acuerdo con IU, un proyecto fallido. Ya nadie se cree eso de la "transversalidad" (Podemos es un partido a la izquierda del PSOE), como nadie se cree su "nueva forma de hacer política", como se han equivocado en su discurso de "cambio radical" del sistema y de la política, etcétera pues esto ya solo cala en los que estaban previamente convencidos. Incluso han perdido su hilo argumental en los temas territoriales y no le ayuda a centrar su mensaje las ocurrencias simbólicas de sus alcaldes. En mi opinión, la pelea de Iglesias y Garzón no solo le restará votos a ambos, sino que les penalizará en el número de escaños. 

Por lo demás, asistiremos a la descomposición de CiU porque una parte importante de su millón de votos irá a Esquerra Republicana y otra a Ciudadanos. 

Esto es lo que ahora vislumbro en la niebla electoral de estos días. Veremos si esto es lo que se conforma en la realidad. 

12 de octubre de 2015 

martes, 6 de octubre de 2015

Singularidad catalana

Reconozco que a veces no entiendo a los políticos, quizás por torpeza mía, ni algunos de los conceptos que hacen circular y que repiten hasta que se convierten en tópicos. Y uno de ellos es un concepto que está proponiendo el PSOE como solución al problema de Cataluña: el concepto de la "singularidad catalana". 

Este concepto se deriva de la doctrina oficial del PSOE respecto del tema territorial. En el documento Un nuevo pacto territorial: la España de todos (Declaración de Granada de 6 de julio de 2013), se escribe textualmente (página 7): "Necesitamos reformar la Constitución para incorporar los hechos diferenciales y las singularidades políticas, institucionales, territoriales y lingüísticas que son expresión de nuestra diversidad". Lo que, aplicado a Cataluña, supondría reformar la Constitución para reconocer la "singularidad" catalana. 

Pero, ¿eso qué significa? Realmente no sé el sentido político de la palabra, pues para mí, el concepto de singularidad solo tiene significado como concepto científico o tecnológico. Desde un punto de vista científico, "singularidad" es un concepto físico que se refiere a un momento temporal (por ejemplo, el Big-Bang) a partir del cual las leyes de la física serían otras. En el ámbito tecnológico, una singularidad es un momento histórico en el que una tecnología cambia completamente el curso de la historia (por ejemplo, la escritura, la imprenta o internet). Una singularidad es, pues, un punto en el tiempo. Pero no es esto lo que creo que quiere decir el PSOE. 

El Diccionario de la Real Academia nos dice, en la segunda acepción de la palabra, que "singularidad" es la "distinción o separación de lo común". O sea, que en castellano al menos (no sé en catalán) reconocer la "singularidad" de Cataluña sería hacer con esa comunidad autónoma una "distinción o separación" del resto. "Separación" que adjetivada, como lo hace el párrafo de la Declaración de Granada, con los calificativos de "política, institucional, territorial y lingüística" nos estaría diciendo que la Constitución debería reconocer que Cataluña es un sujeto político, institucional, territorial y lingüístico diferente del resto de España. De esto se deduce, en mi opinión, que con este cambio constitucional estaríamos aceptando la independencia de Cataluña, pues cada parte reconocería a la otra diferentes reglas políticas e institucionales, por lo que ya solo faltaría el reconocimiento internacional para que fueran dos Estados independientes. Es decir, reconocer la "singularidad de Cataluña" en la Constitución sería equivalente a reconocer implícitamente la separación de Cataluña, por lo que solo faltaría ponerle fecha a la independencia. 

Pero mis razones para no estar de acuerdo con ese reconocimiento de los "hechos diferenciales" y las "singularidades" es más profundo. Es que creo que es algo intrínsecamente antidemocrático porque es contrario al ideal ilustrado de la igualdad. Uno de los pilares de la democracia liberal es que, a efectos políticos, todos los ciudadanos somos iguales, sin que sea democrático hacer ninguna distinción política o institucional por razones de género, raza, religión, ideología, lengua, origen, lugar de residencia, etcétera. Son los individuos los sujetos de los derechos y no las colectividades con los que ellos que se puedan identificar y, por lo mismo, diferenciar, del resto. Según el principio de los "hechos diferenciales y singularidades", tendríamos que aceptar constitucionalmente leyes (¿electorales?) e instituciones (¿juzgados? ¿escuelas?) diferentes para personas que vivan en distintos territorios o que hablen otra lengua. ¿Por qué no, entonces, aceptar diferencias de raza, por ejemplo, la de los gitanos, o de religión, por ejemplo, los musulmanes? Llevado al extremo, la aceptación constitucional de "hechos diferenciales" y "singularidades" nos llevaría a un régimen parecido al apartheid sudafricano o a una democracia "a la israelí". Para mí, derivar diferencias políticas e institucionales entre la ciudadanía o parte de ella es aceptar una desigualdad que no concuerda con mis ideales democráticos. Quizás por eso no puedo ser nacionalista, porque todo nacionalismo lleva el virus de un totalitarismo. Lo siento, pero cada vez entiendo menos al PSOE y a Pedro Sánchez. 

6 de octubre de 2015