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martes, 24 de mayo de 2016

Aburrimiento político

La política española, bajo esa apariencia de cambio y dinamismo, es increíblemente repetitiva. Hay poca novedad en nuestra política, pues la mayoría de las ideas que se proponen tienen décadas, cuando no algún siglo. Cambian algunas caras, cambian algunos mensajes, pero no cambian los actores, ni cambian las ideas. Tenemos una política aburrida. 

Es aburrida la monótona cantinela del Partido Popular. No es ya que Rajoy lleve más de 20 años en primera fila de la política (fue ministro en 1996), sino que los nuevos dicen lo mismo que decían sus mayores, solo que sin corbata. El PP lleva con el mismo mensaje desde que Aznar lo fijó hace 20 años: en política exterior, dos lugares comunes sobre Europa y el terrorismo internacional; en política interior, nacionalismo español; en política económica, bajar impuestos; en política educativa, clases de Religión; en el resto de los temas, mantener lo que hay; y, en cuanto a la corrupción, mirar hacia otro lado. Su debate con el PSOE se centra ahora en Zapatero, como antes en González, y moviliza a su electorado con el miedo, de raíz guerracivilista, a una “izquierda radical”. 

El PSOE es igual de repetitivo. Desde que se fue González, único líder real que ha tenido, sigue con sus luchas internas y sus contradicciones. Aún no sabemos si Pedro Sánchez es (como Almunia y Zapatero) un candidato provisional para unas elecciones o el verdadero líder del PSOE. Como no sabemos, porque ellos tampoco lo saben, si son constitucionalistas o nacionalistas de geometría variable, si creen en el Estado o en el mercado. Igual que el discurso del PP es una actualización del de Aznar, el del PSOE sigue siendo el ambiguo de Zapatero: blando en política exterior; federalista asimétrico (una contradicción) en temas territoriales; difuso en política económica; ocurrente en las demás cuestiones. Su estrategia electoral es también simple: ir contra Rajoy, sin que nos sepan decir por qué Pedro Sánchez podría ser mejor. 

Los partidos “nuevos” son, aunque parecen novedosos, “remakes” ideológicos de viejas estructuras. 

Ciudadanos recuerda mucho al Partido Reformista Democrático, el partido de Garrigues y Roca, del que fue secretario general Florentino Pérez. Un partido que intentó hace 30 años la “Operación Roca”, o sea, trasladar desde Cataluña al resto de España las ideas liberales y centradas que entonces tenía CiU. La estrategia de Ciudadanos es similar: ante el desgaste político del partido en el gobierno (entonces el PSOE y ahora el PP) y el estancamiento del otro, aparece un líder catalán, de discurso moderado y potente, que se propone como partido bisagra. Todo esto promovido por un medio de comunicación (entonces “Cambio 16” y Pedro J Ramírez) y apoyado por la CEOE. La diferencia es que Rivera no viene del nacionalismo catalán y es más fotogénico. 

Podemos es igualmente “retro” y cualquiera que viviera la Transición reconoce sus propuestas. Podemos es la coalición “vintage” de los movimientos de izquierda de los setenta, incluido ahora el Partido Comunista de España. Su asamblearismo es el mismo que se vivía en la CNT y en la ORT; sus votaciones a mano alzada siguen los manuales del PCE; el apoyo al régimen cubano y a los regímenes izquierdistas latinoamericanos es el mismo que movía a las manifestaciones anti--norteamericanas de hace 40 años, cartel del Che incluido; sus conexiones con regímenes dictatoriales son tortuosos como que los que había con la URSS o con la Rumanía de Ceaucescu; el anti--capitalismo está en cualquier pasquín del Partido de los Trabajadores. Que ahora parezcan como novedosas propuestas de Anguita, que ya eran rancias hace 30 años, sólo se puede explicar por el conservadurismo izquierdista y la moda de lo retro. 

La política española es repetitiva. En realidad, todas las elecciones generales desde hace 30 años son la misma. La política española es muy aburrida. La duda es si esto es el reflejo de una democracia madura, o de una sociedad sin imaginación que, a pesar de todo, funciona. 

23 de mayo de 2016 

lunes, 9 de mayo de 2016

Elecciones y paro

Es ya un lugar común el decir que el paro es el principal problema de la economía española. Desde la crisis del petróleo de los setenta tenemos enquistada una tasa de paro mayor que la media de los países industrializados. Nunca, en los últimos cuarenta años, la economía española se acercó a las tasas de paro del 4-5% que son las cifras de un buen mercado de trabajo. Y, precisamente porque hemos tenido estas cifras de paro durante tanto tiempo, y porque es un problema que han sufrido más del 85% de las familias españolas, el paro ha sido, desde la primera encuesta que hizo el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en 1979, la primera preocupación de la ciudadanía. Solo tras los atentados del 11-M (en 2004) y tras la ruptura de la tregua de ETA (en 2006), el terrorismo fue considerado más problemático que el paro. El paro ha sido catalogado como el principal problema de España en el 96,5% de las encuestas del CIS en los últimos 36 años. Es lógico, pues, que el paro sea uno de los ejes centrales de la campaña electoral. El problema es que las propuestas que hicieron los partidos en la anterior campaña electoral, y que ahora seguramente repetirán, no sirven para resolver el paro. De hecho, los problemas de nuestro mercado de trabajo, que van mucho más allá del paro, ni siquiera serán medianamente enfocados. 

Para empezar, el problema del paro en España no se puede ver como una mera cuestión aislada, parcial e interna, que se resuelve con un cambio de legislación, porque la economía española es una economía abierta, integrada en Europa y en el euro, tecnológica y financieramente dependiente del exterior. Más aún, el mercado de trabajo español, además del paro, tiene un conjunto muy importante de disfunciones que van desde la precariedad laboral y los bajos salarios hasta problemas de dualización, paro juvenil o de larga duración. Problemas que hay que abordar al mismo tiempo, pues la mejora en uno puede generar un empeoramiento en otro. 

Para luchar contra el paro y los demás problemas del mercado laboral español es necesario un cambio profundo de nuestro modelo productivo. Y esto implica que necesitamos más empresas, básicamente porque, en una economía moderna, más del 80% del empleo se genera en el sector privado (en España el 83,25%), siendo insostenibles ratios de empleo público superiores al 18-20%. Más empresas y empresas más grandes, más tecnológicas y volcadas a la innovación. Más empresas industriales, energéticas, de bio, de servicios avanzados... y no tanta empresa de "parque temático" orientadas hacia un turismo necesariamente estacional. Mercados de bienes y servicios mucho más flexibles y competitivos, con muchas menos regulaciones previas y fragmentadas que asfixian la iniciativa. Un sistema impositivo mucho más moderno, con un IRPF realmente progresivo, un impuesto de sociedades más competitivo y unas cotizaciones sociales mucho más bajas que no penalicen (como lo hacen) el empleo. Un mercado laboral más flexible, con un nuevo Estatuto de los Trabajadores y nuevos convenios colectivos, reformados sobre conceptos más modernos de las relaciones laborales (y no sobre viejos conceptos como "explotación" o "lucha de clases"). Una revisión profunda de la protección al desempleo (culpable en parte del paro de larga duración). Una pactada y estable reforma de nuestro sistema educativo... 

Como puede verse, para luchar contra el paro, y el resto de problemas de nuestro mercado laboral, se necesita mucho más que un mero cambio legislativo partidista o un conjunto de soluciones simples, ideológicamente sesgadas, articuladas en cinco tuits y un debate televisivo. Si alguien piensa que la solución a los problemas laborales de España es la vuelta a legislaciones antiguas, basadas en conceptos del siglo XIX, o que pasa por más empleo público sin más, sin matices, es que no sabe economía moderna o es un demagogo populista. Lo malo es que de ambos tipos tenemos muchos en la política y en los platós de televisión. 

9 de mayo de 2016