La economía española se mueve hoy entre dos urgencias que condicionan su evolución, la política económica y su futuro. Estas dos urgencias son el alto nivel de endeudamiento del conjunto de la economía (un 297% del PIB, un 72,6% de ella pública), con la agravante de la dependencia exterior (un 92,1% del PIB), y, en segundo lugar, la insoportable cifra de 5.639.000 parados, que llegará a rozar los 6 millones a finales de año, con las agravantes de que tenemos más de 1,7 millones de hogares con todos sus miembros en paro, un paro juvenil superior al 50% y un paro de larga duración de 2,4 millones de personas.
Ante estas urgencias, la respuesta evidente es el crecimiento. Es de libro de texto. Porque si la economía volviera a crecer (digamos al 3%), la tasa total de endeudamiento de la economía caería, tendríamos más consumo y más inversión, con lo que aumentaría el empleo y caería la tasa de paro. Entraríamos así en un círculo virtuoso que rompería la situación actual de crisis.
El problema de esta solución tan evidente (que es posible articular en algunos países) es que no es posible en la España de hoy, porque no tenemos ningún mecanismo keynesiano de corto plazo que nos permita una vuelta rápida al crecimiento. La muy expansiva política monetaria del Banco Central Europeo (tipos de interés al 1%, con inflación del 1,3%) no llega a nuestras familias y empresas porque tenemos un sistema financiero aún dañado, por los abusos de nuestro crecimiento anterior y la ausencia de reformas de calado en los últimos años, y porque tenemos unas malas expectativas de crecimiento por el nivel de endeudamiento y la alta tasa de paro. Una política fiscal expansiva de gasto no es posible porque tenemos unos gastos fijos del sector público muy altos, precisamente porque lo sobredimensionamos en la época de bonanza (tenemos una ratio de empleo público sobre empleo total excesiva), nos dimos un amplio sistema de pensiones (con jubilaciones medias a los 62,3 años) y tenemos un altísimo paro que proteger. Más aún, no podemos expandir más el gasto porque si miramos el déficit público en relación con los ingresos tenemos que el sector público español gasta casi un ¡20%! más de lo que ingresa. Una política fiscal expansiva de ingresos no es tampoco posible porque las familias, en vez de gastar más (como predicen los modelos keynesianos), lo que harían, en el contexto de deudas que tienen y con la incertidumbre en la que viven, sería ahorrar y reducir deuda, con lo que cambiaríamos deuda pública por deuda privada sin activar el crecimiento (como Japón en los noventa). No podemos devaluar, como se hacía en el pasado, para activar la demanda exterior porque pertenecemos a la zona euro y nuestros principales competidores tienen la misma moneda. Como no podemos provocarnos una ligera inflación (del 4 o 5%), para aligerar la carga de la deuda, subiendo los salarios porque hemos perdido todo margen de competitividad (salarios/productividad) y tenemos una tasa de paro de casi el 25%. Finalmente, no podemos esperar ayuda de la Unión Europea en forma de fondos para el crecimiento porque ya no nos corresponden.
El dilema para España no es pues, como algunos creen, entre crecimiento y deuda. Es que si no baja el volumen de endeudamiento no volveremos a crecer. Sencillamente, porque debemos demasiado. Piénsese que mientras España tiene un 297,3% de deuda sobre PIB (225,3% privada y 72,6% pública) y un 92,1% de ella exterior, Alemania sólo tiene un 209,4 (¡128,2! privada y 81,2% pública) y un ahorro exterior del 36,3% de su gigantesco PIB. Compárense las cifras para ver quién tiene que ajustar y por qué, quién presta a quién y- por qué unos mandan más que otros.
Tenemos que ajustar y reformar profundamente la economía española ya. Porque 5.639.000 parados tienen urgencia en encontrar empleo.