La política económica del Gobierno Rajoy tiene ya un número de decisiones suficiente (del que se vanagloria el mismo Gobierno) y ya ha pasado el suficiente tiempo como para poder hacer un juicio de conjunto de su desempeño.
Lo primero, y más loable, de la política económica del Gobierno Rajoy es el ritmo en el que se están tomando las decisiones. Tras una legislatura en la que las decisiones se aplazaron por dos años y, luego, desde mayo de 2010, se tomaron de forma incompleta y espasmódica, era importante que hubiera un Gobierno capaz de tomar decisiones rápidamente para recuperar credibilidad. Es evidente que la mayoría absoluta y la presión europea han favorecido el ritmo, pero también es evidente que Rajoy ha querido marcar diferencias con Zapatero. Sin embargo, siendo loable el ritmo, incluso las cuestiones que está abordando, el Gobierno no está consiguiendo ganar la credibilidad perdida por dos razones, en mi opinión, claves: una pésima política de comunicación y la superficialidad e inoportunidad de alguna de las medidas.
La política de comunicación del Gobierno está siendo francamente mala. No puede ser que Rajoy, que en teoría gobierna la política económica y por eso no nombró un vicepresidente económico, no sea capaz de explicar coherentemente qué se está haciendo y por qué. En su lugar, él y la vicepresidenta recurren a mantras que ya no tienen sentido para los analistas y la opinión pública. Apelar a la situación recibida está bien para debatir con la oposición, pero es información inútil por conocida. Sostener la inamovilidad de los objetivos de déficit está bien para trasmitirlo a la opinión pública, pero carece de sentido para los analistas si no se anuncian todas las medidas de una forma coherente. Como no puede ser que los ministros Guindos y Montoro no den una explicación ordenada de un plan de política económica. Peor aún, incluso cuando el Gobierno acierta en las medidas (como con la Reforma Laboral), deja a la oposición que focalice el debate. Lo siento, pero la política de comunicación de este Gobierno es un desastre que está afectando a la eficacia de la misma política económica.
El segundo problema es la superficialidad y la inoportunidad de algunas de las líneas de política económica, especialmente en política fiscal. Puedo comprender que el Gobierno no haya tenido a punto los Presupuestos Generales del Estado en tres meses, y que necesitara, antes de terminarlos, determinar las necesidades de los ayuntamientos y las comunidades autónomas. Como puedo comprender que subiera las retenciones del IRPF. Pero no puedo comprender que improvise una inmoral amnistía fiscal (¡qué error!) cuando lo que tiene que hacer es perseguir el fraude, no se tocan los fundamentos legales por los que algunos pagan menos (módulos y tratamiento de las rentas de capital en el IRPF, etcétera), se tienen ocurrencias como la del copago progresivo de medicamentos y no se atisba la reforma fiscal (subida de IVA, bajada de cotizaciones, reforma del IRPF, etcétera) que debieran de haber tenido a punto. Como tampoco puedo comprender que no tengan un discurso sobre qué partidas de gasto eliminar o recortar y se tengan ocurrencias como las de Esperanza Aguirre sobre el modelo de Estado, se anuncien recortes en sanidad y educación en dos fases y se considere un tabú las prestaciones por desempleo. Creo que la política fiscal se sigue diseñando en este país a base de ocurrencias y da la sensación de que el Gobierno no tiene aún unas líneas de actuación creíbles para reducir el déficit.
Gestionando mal la comunicación, no explicando sus decisiones, consintiendo que algunas de sus bases más carcas cuelen sus intereses (amnistía fiscal) y haciendo de los presupuestos un bazar de ocurrencias, me temo que el Gobierno tiene muy difícil ganar la credibilidad que perdimos con Zapatero.
Y lo digo ahora, que aún es tiempo, porque, luego, con la desesperación, las ocurrencias se multiplican.
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