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lunes, 28 de marzo de 2005

Se buscan líderes para Europa

La cumbre de Bruselas del Miércoles Santo ha sido de las más breves de la historia de la Unión. Y al mismo tiempo de las más reveladoras de los tristes tiempos que se viven en el proyecto europeo. Tristes porque Europa no tiene líderes, ni ideas nuevas sobre política económica. 

Europa no tiene líderes que tengan talla política o ideológica como para marcar la agenda de la Unión y fijar objetivos en ella. Nuestros políticos viven una crisis de ideología y de pensamiento que los incapacitan para ser algo más que pequeños alcaldes de sus propias naciones. Crisis de ideología y de pensamiento sobre el mundo y Europa, sobre las libertades y sobre la economía. Y para certificarlo basta una sencilla mirada a nuestro alrededor. 

Los líderes socialistas europeos, Blair, Schröeder y Zapatero a la cabeza, no son referentes ideológicos de la izquierda, ni del proyecto europeo, ni de casi nada. Tony Blair, en otro tiempo líder emergente de la izquierda más civilizada de Europa, ha perdido casi completamente su prestigio porque su política exterior de apoyo a Bush mal casa con aquella cacareada ideología de la Tercera Vía superadora de los dogmatismos de mercado, porque ha sido incapaz de gestionar las crecientes desigualdades en el Reino Unido y porque, como mal británico, no tiene ningún interés en que Europa funcione más allá de una zona de libre comercio con la libra fuera del euro. Por su parte, Schröeder es un político de impulsos, capaz de generar ilusión por unas semanas, pero es incapaz de ejercer el poder a lo largo del tiempo: tras más de cuatro años en la cancillería, teniendo claro las reformas que necesita su país, aún no ha encontrado la forma de convencer a los alemanes de su necesidad y no ha encontrado el coraje suficiente para llevarlas a cabo. Finalmente, nuestro presidente, Zapatero, no sólo es que carezca de ideas de qué hacer con Europa, es que no puede tener prestigio y liderazgo político un presidente del Gobierno que está destrozando su propia base de poder y que es incapaz, tras más de un año en el poder, de decir siquiera qué es lo que quiere hacer para poner orden institucional en su propio país. 

Y si los líderes de la izquierda causan tristeza por su incapacidad, peor parados salen los de la derecha. Porque los dos principales, Chirac y Berlusconi, suman a su desconcierto ideológico, su deriva autoritaria y conservadora y un cierto tufillo antieuropeo, el estigma de tener cuentas pendientes con la justicia, el primero por su corrupta gestión del Ayuntamiento de París y el segundo por la corrupta gestión de sus negocios no sólo en Italia, sino también en España. 

Con estos líderes, y con otros veinte como ellos, más el débil Durao Barroso como Presidente de la Comisión, es normal que una reunión en Bruselas sobre la política económica europea dure sólo cinco horas: es el tiempo que necesitan sólo para saludarse y acordar que en la rueda de prensa se repiten las ideas de hace diez años. Y esto por la sencilla razón de que la mayoría de ellos no sabe nada de política económica, porque ninguno de ellos tenía nada nuevo que decir, porque estaban todos deseando irse de vacaciones, porque están todos esperando la batalla de los fondos en los próximos meses,... porque son unos pobres hombres a los que les viene muy grande el cargo que tienen y, ni todos juntos, son capaces de cargar con la responsabilidad de tomar decisiones y gestionar la segunda, de momento, economía del planeta. 

Europa, como institución política, necesita nuevos líderes. Y la economía europea los demanda imperiosamente. Por eso, los ciudadanos europeos debiéramos poner algunos anuncios en los periódicos en los que sólo digamos: para cubrir diversos puestos de alto nivel en varias capitales europeas se buscan personas dinámicas, honradas, sociables y creativas. Conocedoras del mundo y con capacidad para la toma de decisiones. Sueldo y status remunerador. Los interesados deben contactar con los partidos políticos para que los escojamos en las próximas elecciones. En esta selección del personal nos jugamos mucho. 

lunes, 14 de marzo de 2005

Desordenada, injusta y fea

Una competencia clave en cualquier Ayuntamiento es la de urbanismo. Y lo es porque el entorno urbano en el que se desarrolla la vida de la comunidad condiciona, de una forma determinante, la vida y el bienestar de cada uno de los ciudadanos. Por eso la norma máxima que regula la actuación de los ciudadanos en este tema, el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), es una de las normas esenciales en la vida de una ciudad. Una norma esencial que tiene tres dimensiones que no debemos olvidar nunca. 

La primera dimensión del PGOU es la dimensión política. Y es que al ser un PGOU una norma que establece la forma de la ciudad, ésta determina un orden en el que se posibilitan las relaciones sociales: un orden en la edificación, en los espacios, en los servicios, en la forma en la que nos movemos. Un orden que facilita el que nos veamos como comunidad o como simple suma de barrios. De ahí que la incompletitud, la incoherencia o el incumplimiento del Plan generen desorden. Para que sea completo y coherente basta con que el PGOU sea lógico y factible. Pero para que, además, no se genere desorden es necesario que se cumpla. Por eso, cuando un Ayuntamiento permite el incumplimiento del PGOU, el resultado final es una ciudad caótica y desordenada, sin servicios esenciales e incómoda. 

Una segunda dimensión de un PGOU es la dimensión económica. Porque un PGOU es una norma que crea y distribuye rentas. Y es que el PGOU determina el valor de mercado de esos pequeños monopolios que son los solares. Un valor de mercado que depende de la situación y la calificación que el Plan confiere a cada solar. Un valor que genera, para el propietario, rentas de plusvalías que se producen por la mera voluntad de la comunidad representada en el Ayuntamiento. De ahí que el PGOU sea un instrumento de distribución de rentas. Pero, para que se puedan conjugar los intereses de la comunidad que crea el monopolio, con los de los propietarios, es necesario que el PGOU sea transparente en su tramitación, democrático en su promulgación y estable a lo largo del tiempo. Y que se complete con cesiones de espacios a la comunidad o con impuestos sobre las plusvalías. Porque si no se cumplen estos requisitos, se están distribuyendo, entre unos pocos, rentas que crea la comunidad por el hecho de determinar qué suelo es urbanizable o no y qué coeficiente de edificabilidad tiene cada metro cuadrado. Y si el desorden creado por el incumplimiento de un Plan es malo por antisocial, la injusticia económica creada por el oscurantismo en la gestión de un Plan o de los impuestos de plusvalías es peor porque se da a unos pocos lo que crean todos. 

La tercera dimensión de un PGOU es la dimensión estética. Porque si la arquitectura es el arte del espacio y de las formas visto desde el interior y el exterior de la obra de arte que es un edificio, el urbanismo es el arte de conjugar armoniosamente esas posibles obras de arte en el reducido espacio de una calle, una plaza, una ciudad. Por eso, un PGOU ha de tener, también, un criterio estético. Un criterio estético que sea coherente con el alma de la ciudad y de sus gentes y, desde luego, que permita enlazar armoniosamente su pasado con su futuro. Un criterio estético que al vulnerarse da como resultado una ciudad inhóspita, inhabitable, fea. 

Estas son las tres claves esenciales de cualquier decisión sobre urbanismo. Tres claves que han olvidado todos nuestros alcaldes, empezando por Julio Anguita y terminando por Rosa Aguilar, cuando han hecho dejación de sus funciones permitiendo las parcelaciones ilegales que coartan el crecimiento de la ciudad, que estropean la Sierra o que atentan contra Medina Azahara; cuando no han querido ver el impacto de los adosados en la Sierra o los fraudes en la edificabilidad en el Centro; cuando promueven algunas modificaciones al Plan, y la última es la del Meliá, que generan rentas para algunos sin que quede claro a quién benefician y a quién perjudican. Por eso, por este olvido y esta dejación de funciones estamos haciendo, y por mucho tiempo, una ciudad cada vez más desordenada, más injusta,... y, además, más fea.