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lunes, 19 de julio de 2004

Des-Igualdad

La igualdad es, conceptualmente, algo simple. Dos cosas, dos consideraciones, dos colores, dos lo que sea, son iguales si son absolutamente indistinguibles, si, para un elector racional, es absolutamente indiferente uno u otro. Si su elección la determina el puro azar. Así de simple y así de absoluto. Y así se entiende en matemáticas y en economía, en lógica y en política. 

La igualdad ha sido, y es, una de las grandes utopías de la humanidad: Utopía de la que nació una de las más importantes tendencias políticas de la historia de la civilización occidental, el igualitarismo. Un igualitarismo que lo han encarnado, dentro de los límites de cada época, el partido demócrata en la Atenas clásica, el populista republicano en Roma, los movimientos campesinos en la Edad Media, los parlamentaristas de la Inglaterra del XVII, los revolucionarios e ilustrados franceses y americanos de finales del XVIII, los socialistas utópicos, los social-liberales de Mill y los marxistas socialdemócratas y comunistas de distintas escuelas. Incluso los conservadores modernos, no siendo su ideología igualitarista en origen, han aceptado esa igualdad básica entre los sujetos políticos. El resultado de esta tendencia es que, en las democracias occidentales, siendo todos nosotros diferentes hacemos el supuesto de que somos, en términos políticos y jurídicos y ante la ley, radicalmente iguales. 

Soy radicalmente igualitarista en política y, por eso, no puedo compartir las iniciativas de discriminación (mal llamada) positiva, ni para las minorías, ni para los géneros. Estoy en contra de todas las discriminaciones positivas, porque estoy en contra de todas las discriminaciones negativas. Toda discriminación, per se, es una desigualdad, por eso hacer una discriminación positiva es hacer, al mismo tiempo, una discriminación negativa. Una discriminación positiva implica una discriminación negativa para el que no tiene esa característica: favorecer a unos implica, necesariamente, perjudicar a otros. Y si no entiendo que a alguien se le pueda negar la igualdad de condiciones para acceder a un puesto de trabajo, educativo o en el ejercicio de un derecho, tampoco puedo entender que a nadie se le pueda favorecer para acceder a un puesto de trabajo, educativo o en el ejercicio de un derecho, por la simple razón de tener una determinada raza, una determinada religión, un determinado género o una determinada orientación sexual. Porque ni el color de la piel, las creencias, ni el género, ni la orientación sexual son relevantes para determinar las capacidades o cualificación de las personas. Lo siento, pero las políticas de discriminación positiva, me resultan anti progresistas, porque me parecen venganzas infantiles contra la historia, que responden al criterio de que, puesto que se ejerció la desigualdad durante mucho tiempo en un sentido, hay que seguir ejerciéndola, pero en el contrario. Y de igual forma estoy en contra de esos cupos de las paridades de género o de los equilibrios territoriales. No creo que el género de una persona determine la cualificación para ejercer una determinada responsabilidad política, como no me parece que el lugar de nacimiento tenga tampoco nada que ver con ella. A mí me parecería denigrante el ocupar un determinado puesto político o de trabajo por ser hombre o andaluz y no por mi capacidades y experiencia. Y, a la inversa, me parecería una injusticia que estas circunstancias me perjudicaran. Y creo que lo mismo puede ocurrirle a las mujeres o a los naturales de determinadas zonas (aunque no a todos). Lo siento, pero estoy en absoluto desacuerdo con la manera de formar gobierno del presidente Zapatero o del presidente Chaves, y con la discriminación que se introduce en la ley contra la violencia de género. Y lo que más me sorprende es que no se den cuenta de que protegiendo una discriminación rompen con la idea esencial que le dio sentido a su opción política, pues la igualdad fue la bandera de la identidad socialista. Con razón dicen que la izquierda tiene una crisis ideológica. Ahora ya ni siquiera sabe lo que significa una palabra tan simple como la palabra igualdad. 

lunes, 5 de julio de 2004

Balanzas fiscales

Hay, en la vida política española, algunas simplezas que, a fuerza de repetirse, se ponen de moda, y se aceptan como si fueran conceptos bien cimentados. Una de las últimas, aportada por el Tripartito catalán hace unos meses, es el de las balanzas fiscales. 

La idea de las balanzas fiscales ya surgió en la época de Pujol, y la apoyaron economistas importantes como Mas-Colell o Sala-i-Martín. Su esencia es comparar los impuestos recaudados en un territorio y los gastos públicos realizados en él. La diferencia será el déficit o superávit de ese territorio con el resto. Calculando estos saldos para todas las comunidades españolas, las habrá que tienen crónico superávit fiscal, las generosas y solidarias (como Madrid o Cataluña), y comunidades que tienen déficit crónico, las necesitadas (huelga decir cuáles). Incluso se puede calcular el saldo fiscal per cápita, para ver lo solidaria que es la gente, y en porcentaje de su Producto Regional Bruto, para ver lo que transfiere a otras comunidades. El problema es que estos números, aparentemente objetivos, no significan nada por un par de pequeñeces contables que les afectan. 

La primera pequeñez contable es que los impuestos en cada territorio, al igual que el valor de su producción, están afectados por el efecto Sede Social. Este efecto se produce porque en el valor de la producción de un territorio se imputa la totalidad de la producción de las empresas que tienen en él su sede. Lo que implica que todo lo que producen las empresas con sede en Madrid o Cataluña, pero que operan en el resto de España, se imputa a Madrid o a Cataluña. Y, como derivación de este criterio, también se imputan a ese territorio, los impuestos que pagan esas empresas: el Impuesto de Sociedades, el IVA e, incluso, si las nóminas se hacen centralizadamente, las cotizaciones a la Seguridad Social. 

Dicho de otra forma, todo lo que generan Caja Madrid o la Caixa, Renault o Nestlé, Carrefour o Axa se imputa en Madrid y en Barcelona. Esto explica una parte de las diferencias entre la renta producida y la consumida en cada comunidad y del porqué en unas se pagan, per cápita, más impuestos que en otras. 

La segunda pequeñez influye sobre la asignación de los gastos públicos, que se realiza de la siguiente forma: los gastos transferidos (Sanidad o Educación) se imputan directamente a cada comunidad; los gastos generales indivisibles (Defensa, Interior, etc.) se asignan según criterios de población; y, finalmente, los gastos territorializados indivisibles (Infraestructuras, etc.) se suman en cada territorio. Estos criterios dan lugar a algunas distorsiones curiosas. Por ejemplo, del AVE Madrid-Barcelona hay una parte que se imputa a Castilla-León porque atraviesa esa comunidad. Pero, a pesar de que se le imputa, esta infraestructura no le producirá nada, porque no habrá parada de ese AVE en su territorio. No, tampoco son buenos los criterios para imputar los gastos. Máxime si la comparación se hace con otros ratios de gasto. 

Así, cuando se analiza el gasto por habitante (por ejemplo, en sanidad o en educación), o el coste por servicio (coste medio de la cama hospitalaria o del alumno universitario) o, por último, la dotación de infraestructura pública por unidad de PIB resulta que las comunidades solidarias gastan más por habitante, tienen mayores costes por servicio y tienen más infraestructuras por unidad de PIB. 

No, me temo que las balanzas fiscales de las comunidades autónomas no son útiles para formarse opinión sobre las finanzas autonómicas. Sin embargo, esta simpleza puede llevarnos a tomar, sin querer queriendo, decisiones equivocadas sobre la financiación autonómica, porque está calando en los catalanes la errónea idea de que ellos pagan, injustamente, muchos impuestos, de que son excesivamente solidarios. Alguien del Gobierno o del PSOE debiera decirle a Maragall que sus maragallerías y las de sus socios no hacen gracia en otros territorios, en los que, para humor catalán, preferimos el de Tricicle que, además, es mudo.