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martes, 21 de junio de 2016

Segunda vuelta

Estamos a una semana de las elecciones y las encuestas dibujan unos resultados muy interesantes, muy parecidos a los de las elecciones de diciembre, pero con perfiles más nítidos. Es como si estuviéramos celebrando la segunda vuelta de las anteriores. 

El primero es que la sociedad española sigue igual de polarizada en el eje derecha-izquierda (con toda la simplicidad que esto implica) que antes de la aparición de los nuevos partidos. Si, como dicen las encuestas, el PP tiene un apoyo del entorno del 30%, Unidos-Podemos de un 25%, el PSOE del 21% y Ciudadanos de alrededor del 15%, esto implica, suponiendo que el PNV es conservador y que Esquerra Republicana de izquierdas, que los españoles estamos divididos como siempre, la mitad es de derechas (PP, Ciudadanos, PNV, UPN, etc.) y la otra mitad de izquierdas (PSOE, Unidos-Podemos, ERC, etc.). Y la prueba de que estamos polarizados es que el 30% que apoya al PP nunca votaría a Unidos-Podemos, de la misma forma que el 25% de éstos y una parte importante de los que votan al PSOE nunca votarían al PP. Eso supone que, para alrededor del 70% de los votantes, tan importante es que gane su partido, como que otro no gane. O sea, que sigue habiendo dos Españas (como hay dos Francias, dos Estados Unidos, dos Italias, etc). 

El segundo resultado es que, por la incapacidad manifiesta de los grandes partidos para regenerarse, se consolida un cuatripartidismo imperfecto. Al PP se le ha escapado un electorado de centro importante para la formación de gobierno por su incapacidad para cambiar a sus dirigentes, mientras que el PSOE ha perdido su capacidad de influencia en la izquierda por su volatilidad ideológica. Lo que ha cambiado en la política española en los últimos años no es la orientación ideológica de la población, sino la estructura de partidos, la estructura de los «intermediarios políticos». La novedad no es solo que hay un partido, Ciudadanos, que limita el crecimiento de los dos grandes partidos por el centro, sino que los comunistas se han actualizado en las formas (han pasado de los largos discursos a los tuits y de los bares a la televisión) y están ganando la batalla de la izquierda al PSOE. En las elecciones del domingo, la gran novedad (salvo milagro) será el tercer puesto del PSOE. 

El tercer resultado es que, dada nuestra estructura de partidos y el sistema electoral, inevitablemente se van a necesitar dos partidos y la abstención de otro para conformar gobierno. A partir de las encuestas no es posible saber cómo va a quedar realmente constituido el Congreso, pero aun en las mejores hipótesis para los dos bloques, la suma de PP más Ciudadanos no llegaría a la mayoría absoluta, como tampoco la de PSOE más Unidos Podemos. La clave, como ya ocurrió en diciembre, la va a volver a tener el PSOE. Pero esta vez en una posición más clara, por ser más débil. Ahora no va a poder liderar el gobierno, por lo que sus opciones son tres: la primera es permitir, con su abstención, un Gobierno del PP que cuente con el apoyo de Ciudadanos; la segunda es un Gobierno de coalición con Podemos, siendo estos mayoritarios; y, tres, nuevas elecciones con más desgaste. Cualquiera de las tres es mala para las expectativas del PSOE a medio plazo, pero las dos últimas serían, en mi opinión, un suicidio. 

Sinceramente no creo que en lo que queda de campaña se vaya a producir ningún cambio significativo sobre lo que hoy vemos. El PP está intentando movilizar a su electorado (especialmente el aznarista) con el miedo a Podemos, Ciudadanos está queriendo pescar en el votante que ha cambiado de partido últimamente, el PSOE ha llamado a rebato a toda su estructura y se bate barrio a barrio (especialmente en Andalucía) y Podemos confía en el voto de los viejos comunistas. Lo dicho. Una típica segunda vuelta. 

20 de junio de 2016 

martes, 7 de junio de 2016

Otra mirada sobre el Brexit

El próximo día 23, los británicos están llamados a las urnas para decidir si continúan siendo miembros de la Unión Europea, de una forma especial, o se van. Un referéndum en el que los europeos nos jugamos mucho más de lo que creemos. 

El mero hecho de que el referéndum se celebre en los términos en los que se ha planteado (véanse el Anexo I de las Conclusiones del Consejo Europeo del 18 y 19 de febrero pasado), y no en los de dentro («in») o fuera («out»), es un fracaso estrepitoso para el mismo concepto de Europa como cuerpo político. Los británicos están votando cómo quieren ser parte de Europa, mientras que el resto de los europeos no podemos votar si estamos de acuerdo con esa forma que van a tener ellos de estar. Con este referéndum los europeos estamos renunciando al principio democrático elemental de la igualdad, pues, si de lo que se trata es de decidir sobre el futuro de todos, y lo es porque la pertenencia del Reino Unido nos afecta a todos, todos tendríamos que poder participar. Si sale el sí, los británicos, una vez más, habrán modelado Europa según sus intereses y no según el interés común de todos. 

Si saliera el sí, y los británicos siguieran en Europa, lo que los británicos habrán conseguido es sacralizar la excepción británica en dos temas de mucho calado: las finanzas y la emigración. Es decir, excluir de las reglas económicas comunes al sistema financiero británico, y hacer una excepción en las reglas de movilidad de personas dentro de la Unión. Y lo primero es lo que realmente les importa. 

Hace años que el Reino Unido dejó de ser líder en cualquier sector de la economía real y vive de la intermediación en los flujos financieros mundiales. Los británicos dependen de las finanzas como nosotros dependemos del turismo. Más aún, perdido su peso político por su debilidad poblacional y económica real, el poder político británico se basa en la información que generan las finanzas. Por eso, la política británica tiene tres ejes esenciales que coinciden con la visión del mundo y los intereses de los banqueros afincados en Londres: el libre comercio, la autonomía de la política monetaria y la autorregulación financiera. Como, por otra parte, necesitan a Europa como mercado primario interior, buscan permanentemente la excepción dentro de ella. En definitiva, con este referéndum, y si gana el sí, los británicos protegen el poder que tienen sobre los flujos financieros europeos, tanto interiores como exteriores, pues Londres es la segunda plaza financiera del mundo. Por eso, el Gobierno de Su Majestad Británica no quiere perder soberanía, porque su sistema financiero necesita la flexibilidad de su sistema jurídico, mucho más liberal que el continental, al tiempo que no quiere tener la supervisión de Frankfurt. 

La contrapartida para el resto de los europeos de la excepción británica es que estamos aceptando que, siendo los banqueros de Europa, pueden tener un gobierno autónomo para ellos, con sus propias reglas. Sólo la debilidad de las estructuras políticas europeas (dentro de su propia burbuja de irrealidad), la nacionalista y pragmática concepción de Europa que tienen los partidos y las opiniones públicas europeas, la ausencia de visión de los líderes europeos, empezando por Juncker y Tusk, y la superficialidad del cálculo político con la que se tratan temas como este, pueden explicar los términos del referéndum británico. 

Por eso, en mi opinión, si saliera el sí, el referéndum británico, lejos de ser la salvación de Europa como nos han vendido nuestros políticos, es un paso más hacia la muerte de Europa. Creo que el mejor resultado para Europa sería que saliera el no, que los británicos se equivocaran votando la salida. Nos harían un favor a todos porque podríamos empezar otra vez a pensar en una Europa unida, y alejarnos del complejo mundo de nadas burocráticas en el que la hemos convertido. 

6 de junio de 2016