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lunes, 29 de diciembre de 2014

Tiempos políticos inciertos

El año 2015 se presenta, en el plano económico, como una continuación lógica de 2014. La economía española crecerá entre el 1,5 y el 2%, los precios serán estables ("la inflación estará el entorno del 0%"), el déficit público se moverá entre el -4,5-5% (con una deuda pública superior al 100% del PIB), y estaremos (gracias a la caída el precio del petróleo) cerca del equilibrio comercial exterior. En lo que no mejoraremos significativamente es en el paro, no porque no se creen empleos (que habrá unos 250-350 mil netos nuevos), sino porque no serán suficientes para absorber la escandalosa tasa de paro que tenemos. La economía española está saliendo de la crisis, más por el inmenso ajuste que han hecho tanto las familias y las empresas, y, en parte, el sector público, que por el impulso de la política económica. Un ajuste que empieza a dar sus frutos y una política económica que ha ido en la dirección correcta, pero a la que le ha faltado valentía en las orientaciones reformistas (la política monetaria llega tarde, la reforma laboral ha sido tímida, y la fiscal, casi inexistente) y, sobre todo, objetivos claros, más allá de controlar la prima de riesgo, sanear el sistema financiero y cumplir compromisos con Europa. 

Mucho más inciertos son los tiempos políticos, aunque no afectarán demasiado a la evolución económica del año, porque las elecciones generales serán a finales de año y las primeras medidas del nuevo gobierno no tendrían efectos hasta el verano de 2016. Este próximo año tendremos casi completo el ciclo electoral, con sólo dos incógnitas: las elecciones catalanas ("plebiscitarias") que podrían adelantarse a primeros de marzo, y las andaluzas que podrían hacerse coincidir con las generales de noviembre de 2015. 

La incertidumbre en el terreno político viene, en mi opinión, determinada por tres hechos que condicionarán los resultados electorales: el enfado de la ciudadanía por los casos de corrupción, la percepción de que la mejoría económica no está llegando a la mayoría, y, finalmente, los posicionamientos electorales relativos. 

Estos tres ejes afectarán a los partidos de distinta forma. Así, el tradicional votante del PP enfadado se moverá entre el castigo de la abstención y el miedo a las opciones de izquierda, y puede que se conforme con abstenerse en las municipales y autonómicas y volver a votar a su partido en las generales. El votante tradicional del PSOE sigue enfadado con su partido, ya le fue infiel en las elecciones de 2011 (esencialmente absteniéndose) y ahora tiene más opciones que entonces. Esta vez no se quedará en casa y se dividirá entre UPyD (unos pocos), el mismo PSOE (los más moderados y tradicionales) y Podemos (una parte importante). El votante de IU se dividirá entre la fidelidad a sus siglas y la fuerza emergente de Podemos. Los abstencionistas de 2011 votarán, en mi opinión, a fuerzas de izquierda, mientras que los abstencionistas del 2015 serán los desencantados del PP. 

El resultado, incierto hasta que no se celebren cada una de las elecciones, será, en mi opinión, que en las municipales y autonómicas se puede producir un voto de castigo a los partidos tradicionales que estén gobernando, que no será de vuelco electoral porque Podemos no se presenta con su marca a estas elecciones, y porque las municipales son elecciones de voto a las personas y no a tanto a las siglas. Creo, pues que el crecimiento de Podemos se estabilizará a medida que vaya aclarando sus propuestas y porque el PSOE, que es con quien compite, es aún fuerte, especialmente en Andalucía. El PP podría, pues, gobernar una nueva legislatura, aunque en minoría y con apoyos puntuales. 

De cualquier forma, siendo sincero, estoy más seguro de las previsiones económicas del primer párrafo que de las políticas del último. No sólo porque los tiempos políticos sean inciertos, sino porque soy economista. Aunque, precisamente por eso, igual acierto en las segundas y fallo en las primeras. 

29 de diciembre de 2014 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Politica exterior china

Al mismo tiempo que los españoles vivimos enfadados por la corrupción y crispados por el separatismo, y como europeos nos alejamos del sueño colectivo de los Estados Unidos de Europea y ganan terreno los euroescépticos, hay países en el mundo con claridad de ideas que avanzan afirmando sus valores y cuidando de sus intereses. Valores e intereses que no son iguales que los nuestros y compiten con ellos, pero que no sabemos enfrentar, porque los europeos seguimos siendo localistas y hemos perdido la perspectiva del mundo. Quizás el caso más llamativo de claridad de ideas hoy sea China y la expresión más precisa de esta claridad sea su política exterior. 

El gobierno chino es consciente de que el primer problema que tiene es agrario, que la superficie de tierra de cultivo dentro de sus fronteras es insuficiente para alimentar a una población creciente. Este problema ha sido endémico en China y se agrava por el crecimiento lento de su población, pero rápido de su renta. Para resolverlo, China no sólo compra alimentos en los mercados internacionales, sino que, a través de sus gigantescas empresas públicas, está explotando tierra en África y América Latina, y se calcula que en el primer continente controla ya una superficie equivalente a una vez y media España, lo que lo convierte en el nuevo colonizador de África. 

Un problema similar al anterior es la creciente dependencia energética y de minerales estratégicos de la economía china. Una dependencia cada vez mayor que está resolviendo de una forma pragmática usando, en primer lugar, los mercados internacionales, y, en segundo lugar, los acuerdos comerciales con Rusia , Brasil, Perú y los Estados Unidos. Incluso llega más allá, al tener intercambios estatales con Irán y a intervenir directamente en África, como es el caso de Sudán, Congo, Tanzania, etcétera. 

Al mismo tiempo que los chinos necesitan de los mercados exteriores para mantener su consumo y producción, necesitan, dado su modelo de crecimiento hacia afuera, mercados exteriores para poder comerciar. De ahí el impulso que le han dado a la creación de los espacios de libre comercio en Asia y el Pacífico, con los que consiguen unos grandes y crecientes mercados como son Filipinas, Vietnam o Indonesia, al tiempo que la participación en este espacio de Japón, Corea y Estados Unidos les garantizan un importante flujo de tecnología. 

En paralelo con estas relaciones comerciales y de inversión directa, China es un importante actor financiero mundial, pues mantiene el mayor volumen de reservas de dólares del mundo, fruto de su superávit comercial de las últimas décadas, lo que lo hace especialmente importante para la estabilidad monetaria mundial. 

La política exterior china está, pues y como todas las políticas exteriores, dictada por sus intereses económicos a largo plazo. China ha sido, desde siempre y por su demografía, un actor regional relevante en Asia y, por ello, un actor mundial, aunque secundario. Fue a partir de la primera oleada de globalización de finales de los noventa que se ha ido consolidando como un actor mundial relevante por el potencial de su economía y su estrategia de desarrollo. Hoy es ya, junto con los Estados Unidos, el gran actor de la política mundial, porque al peso de su economía está uniendo la dependencia de todas las restantes economías del planeta y una clara voluntad de poder. China ocupa ya el papel que antaño ocupaban las viejas potencias europeas y compite con ellas por lo mismo, porque las debilidades de la economía china son las de las economías europeas, aunque las fortalezas de unos y otros sean diferentes. 

En esta competencia la verdadera ventaja de China es que sabe que compite, mientras que en Europa no lo sabemos mientras nos dividimos políticamente hasta el infinito. Con lo que llegaremos a culminar el proceso que iniciamos hace un siglo con la gran guerra europea: de serlo todo en el siglo XIX a no ser muy poco en el siglo XXI. 

15 de diciembre de 2014 

lunes, 1 de diciembre de 2014

En los mundos de yupi

El viernes se publicó el programa económico de Podemos, titulado "Un proyecto económico para la gente" y elaborado por Juan Torres y Vicenç Navarro. He leído con atención las 68 páginas del texto (el meollo está en las 41 centrales) y tendría mucho que escribir sobre él, pero no creo que merezca más de las 600 palabras que siguen. 

El programa económico de Podemos es, en pocas palabras, un documento mal redactado (faltan muchas comas), orientado ideológicamente en una dirección (por lo que serviría lo mismo para casi cualquier país y en cualquier tiempo), falto de análisis económico y político y con propuestas fuera de la realidad. 

El documento está, desde el principio, claramente orientado a proponer una vieja idea marxista: la de la prioridad de la política, de la acción del Estado, sobre la vida de las personas, especialmente la económica, de tal forma que la realidad económica esté conformada por el Estado y las decisiones políticas emanadas de él, y no por las decisiones libremente tomadas por las personas en ese espacio que llamamos mercado. Un presupuesto respetable sobre el que no voy a entrar ni filosófica, ni políticamente, pero que ignora, por ejemplo, que, aunque imperfecto (y por eso hay que regularlo bien), el mercado es el mecanismo más eficiente de asignación de recursos y generación de renta que conocemos, como lo demuestra la experiencia histórica de los dos últimos siglos, el fracaso de las economías del Este o las de las economías excesivamente intervenidas. No creo que las economías de Rusia, Cuba o Venezuela sean los modelos a seguir, por mucho que las disfracemos de cambios "a la escandinava". 

Esta orientación ideológica nubla, desde el principio, el diagnóstico de los problemas de nuestra economía, como lo demuestra el que se fije como ¡única! "prioridad" de la política económica (páginas 10 y 35-36) el "frenar el deterioro del bienestar de la ciudadanía y mejorar su calidad de vida, poner fin al destrozo de las infraestructuras sociales y económicas que se vienen produciendo en los últimos años y lograr que cambie de tendencia la marcha de la economía". O sea, el problema de la economía española no es realmente el paro (que afecta a casi 6 millones de españoles), sino una cosa tan etérea como lo que se dice en la frase. Es curioso, pero el "paro", que es, en mi opinión y en la del 90% de los españoles, el gran problema de la economía española, solo se cita 11 veces y ni siquiera se considera un objetivo estratégico en la propuesta. 

De un diagnóstico erróneo, un pésimo tratamiento. Las soluciones que proponen desafían las más elementales leyes económicas, como cuando se escribe (págs. 12 y 46) "5.2.1. Aumentar el gasto privado y público en nuevas formas de consumo sin promover consumismo y abriendo nuevos yacimientos de inversión sostenible" (lo que no significa nada), o cuando se habla de "reestructurar y aliviar la deuda familiar" (págs. 16 y 58) sin decir las consecuencias. O las de organización empresarial, como cuando se promueve la cogestión (págs.16 y 54) como solución empresarial más eficiente. O las de la lógica económica, cuando se propone (pág. 42) el "principio (constitucional) que consagre el crédito y la financiación a la economía como un servicio público esencial". Incluso, las del Estado de Derecho y el Derecho Internacional porque, con lo propuesto, habría que hacer una Constitución nueva y renegociar tantos tratados, que, mientras tanto, ya nos habríamos hundido definitivamente. 

El programa económico de Podemos es poco más que una suma de tuits con ideas que ya decía Izquierda Unida hace 30 años. Lo que me lleva a que, puestos a elegir, prefiero a los comunistas ya que, al menos, no cambian de discurso cada seis meses. Me temo que, con casi 6 millones de parados, no estén los tiempos para becarios, aunque se disfracen de catedráticos, que viven en los mundos de Yupi. 

1 de diciembre de 2014