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martes, 7 de septiembre de 2010

Electores

El comportamiento electoral, el voto, es, como todas las acciones humanas, relativamente complejo. No hay una única causa que lo explique, aunque es, desde luego, racional. Votamos, en general, según lo que nos interesa y condicionados por una información siempre incompleta. Cada uno de nosotros vota lo que le parece más beneficioso para sí o para el conjunto, sin que esto garantice que el resultado agregado sea lo mejor para todos. Pero de los mecanismos democráticos escribiré otro día. 

Supuesta la racionalidad, se pueden distinguir dos tipos puros de conducta electoral: el votante "ideologizado" y el votante "circunstancial". 

El votante ideologizado tiene, por origen familiar y entorno social, una preferencia hacia la "derecha" o la "izquierda", que se suele concretar electoralmente en un partido con el que se siente más identificado. Esta preferencia le lleva, también, a darle credibilidad a la información publicada sólo en unos medios, con lo que este apoyo genérico se va reforzando continuamente. Así, una persona de origen familiar humilde y/o rural, con antepasados represaliados por el franquismo, educado en colegios públicos, que lea Público, oiga la Ser y vea La Sexta, votará con más probabilidad al PSOE que al PP. Si es una persona de clase media-alta, educada en ambiente católico, lector de La Razón, oyente de la Cope y televidente de Intereconomía, hará lo contrario. Este voto "ideologizado" vota, normalmente, por dos razones: porque le convence la propuesta (electoral y de liderazgo) de "su" partido (por ejemplo, los del PSOE en el 82, 86 y 89; PP en el 93 y 96) o por miedo al contrario, aunque los "suyos" no le convenzan (PSOE en el 2004; PP en el 2008 y próximas). Cuando los "suyos" les defraudan y los "otros" no les "amenazan" se abstienen (PP en el 86 y 89; PSOE en el 2000 y en las próximas si el PP se entera). Ante esto, los partidos movilizan este electorado con estrategias muy burdas: se agita el fantasma del miedo al otro y se procura el enfrentamiento. Por eso, unos y otros, exageran, demonizan, hacen comparaciones absurdas y entran en temas menores. En España, este electorado más "ideologizado", incluyendo el "nacionalista", supone más del 75% de total. Este porcentaje, repartido entre los partidos políticos, es su "suelo electoral", es decir, el porcentaje mínimo que obtendrán, hagan lo que hagan. 

El votante "circunstancial" es más complejo. Tiene, desde luego, ideología (o sea, un conjunto de creencias que dan significado a la realidad), pero no la ve reflejada en un partido, ni en un medio. En España, suelen ser urbanitas, con estudios medios o universitarios, con relaciones personales menos tradicionales y vínculos familiares menos estrechos. Leen uno o varios periódicos de forma crítica, oyen tertulias radiofónicas plurales y hacen zapping de televisión. Una parte de ellos normalmente no vota y solo se moviliza contra el Gobierno por tema grave (contra Aznar en el 2004 o en las próximas contra Zapatero) o, rara vez, por entusiasmo contagiado (con Felipe en el 82). La otra parte vota normalmente, compara al Gobierno y a la oposición, y vota a uno u otra, aunque se desmoviliza si el Gobierno tiene un mal desempeño y, al mismo tiempo, la oposición es incoherente o sin liderazgo (lo que puede castigar a Rajoy en las próximas). No los moviliza una campaña agresiva y suponen algo más del 20% del electorado español (creciendo lentamente). 

La existencia de estos tipos de electores, con grados intermedios, y sus porcentajes relativos en el cuerpo electoral, determina el funcionamiento de nuestra democracia. 

Solo cuando el porcentaje de voto ideológico sea menor o igual que el circunstancial, empezará a cambiar nuestra democracia porque los partidos tendrán que escoger mejor sus candidatos y propuestas, los medios serán más plurales y tendremos una sociedad menos etiquetada. En fin, tendremos una democracia y una sociedad más modernas. Pero eso, por desgracia, nos llevará años, y, por lo que veo, no creo que lo consigamos. 

7 de septiembre de 2010