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lunes, 13 de febrero de 2006

Caricaturas

Para una convivencia pacífica en cualquier comunidad son necesarias unas dosis de sentido común y otras de moderación. O lo que es lo mismo, un poco de respeto y, desde luego, una completa ausencia de radicalismo. Y ambas cosas son las que han faltado en la malhadada "crisis de las caricaturas". 

Faltó sentido común y respeto en el diario noruego que hace unos meses publicó las caricaturas de Mahoma. Como ha faltado en el sensacionalista periódico danés o en el semanario francés que las han vuelto a publicar. Y ha faltado el más elemental sentido común y cultura política porque la libertad de expresión, como casi todas las libertades, la tenemos regulada, y ha faltado el más elemental respeto porque las caricaturas se refieren a símbolos de otra cultura. Y es que la libertad de expresión, en todas las sociedades democráticas, termina donde empieza la derecho de considerar sagrado, en un sentido no exclusivamente religioso, un conjunto de bienes morales tales como el honor o el buen nombre, la verdad, la religión o la misma convivencia. Por esos derechos que reconocemos no permitimos que se publiquen fotos de caras de niños, la publicación de mentiras, la mofa de nuestros propios símbolos religiosos o la apología del terrorismo. Y, por eso, los directores de los medios debieron tener en cuenta que, aplicada y aceptada esta norma en nuestra sociedad, tanto más cuidado debieran haber tenido con caricaturas referidas a otra cultura, no a nuestros propios valores que la misma ley protege. Los medios han sido, pues, sencillamente estúpidos. 

Pero dicho esto, también está faltando en la crisis cultura política, sentido común y mesura en la reacción en muchos países islámicos. Una reacción que es inaceptable porque los medios en cuestión se han disculpado (no haciéndolo, en mi opinión con buen criterio, el Gobierno danés en una demostración de exquisito respeto a la autonomía y responsabilidad de los medios de comunicación); porque la primera publicación se produjo hace casi tres meses y el tiempo transcurrido hace dudar de la sinceridad de la reacción; y, finalmente, porque la reacción ha sido anormalmente violenta y más en países que tienen suficientes mecanismos de control de su propia población como para que no hubiera ocurrido así. Y es precisamente esta conversión de un error, todo lo importante que se quiera, en un conflicto político lo que convierte a la reacción por parte de Irán (para justificar su armamento nuclear como necesario para la defensa de la fe) o Siria (para negociar su implicación en el asesinato de Hariri) en una reacción bastarda. 

La crisis de las caricaturas retrata, además, dos preocupantes problemas de fondo. El primer problema es constatar que algunos gobiernos son una caricatura política trazada por el fundamentalismo. Porque si tuvieran sentido de la civilización hubieran protestado diplomáticamente a los embajadores, hubieran aceptado las disculpas y hubieran buscado una solución al problema, aprovechando el arrepentimiento, mediante compensaciones políticas (en forma de permisos y visibilidad de los inmigrantes y de las minorías musulmanas en los países involucrados) y económicas. En vez de esto han preferido la confrontación. 

El segundo problema es la caricatura de Europa unida que hemos percibido. Porque una Europa fuerte y unida hubiera reaccionado deplorando los hechos, ofreciendo una mayor colaboración multicultural, pero rechazando la utilización política de las publicaciones, exigiendo el cese de toda violencia y manifestando la voluntad de defender la libertad de expresión en unos términos justos. En vez de esto, los gobiernos europeos han preferido el silencio, las palabras tibias y la desunión. Muchos conflictos en la historia se iniciaron por hechos nimios o torpes. O por el fundamentalismo de unos y la debilidad blanda de otros. Por caricaturas de gobiernos.