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lunes, 23 de mayo de 2005

Problemas educativos

Ahora que termina el curso, que hace ya meses del famoso informe PISA sobre la educación (en el que no salen nada de bien parados los adolescentes españoles) y que la universidad española está soliviantada por la adaptación al Espacio Universitario Europeo, es un buen momento para preguntarnos qué estamos haciendo con la educación en España. Porque algo pasa en nuestro sistema educativo. Y mucho me temo que lo que pasa es que en esto de la educación, de todos los niveles, hemos cometido todos, padres, profesores y políticos de todos los partidos, algunos errores de bulto en los últimos veinte años. En primer lugar, no hemos establecido un marco legal educativo estable, sino que hemos hecho de los fundamentos de la educación un campo de batalla político. Por eso tenemos una legislación educativa en reforma permanente en casi todos los niveles, que se ha ido, además, enmarañando con legislación autonómica. Hemos sido torpes con la educación porque no hemos tenido una política de Estado educativa. La educación española, en todos los niveles, no tiene, así, ni fundamentos, ni objetivos, ni planificación. 

El segundo error ha sido la cesión, sin coordinación, de las competencias educativas a las Comunidades Autónomas. Porque hemos usado las escuelas para el adoctrinamiento político y la construcción nacional de tal forma que sorprenden leer algunos contenidos autonómicos de geografía, lengua o ciencias sociales. Tan natural parece esta orientación de la educación que, en una entrevista, Maragall soltó que soñaba con que los niños de las escuelas catalanas recitaran el Estatut, pero no dijo que soñara con una buena escuela. La educación española, en todos los niveles, es localista, cateta, cerrada. 

Un tercer error es que hemos olvidado que el aprendizaje, esencia de la educación, ha de ser exigente. Todos estamos olvidando el valor del propio esfuerzo y la responsabilidad de educarnos y educar. En el sistema educativo español la calidad es un mito retórico, pero nadie exige una educación de calidad. Y es que hay muchos pactos tácitos entre los distintos agentes para cargar la responsabilidad en el otro: los alumnos no estudian, según ellos, porque los profesores no los motivan; los profesores no están motivados, según ellos, porque la sociedad, padres y alumnos, no valoran su trabajo; los padres delegan la educación en los profesores porque, según ellos, para eso les pagan; los gestores no pueden hacer más, según ellos, porque no tienen recursos suficientes; y, los políticos ven frustradas sus reformas porque, según ellos, los profesores se resisten. O sea, que hay un juego a varias bandas en el que nadie asume la responsabilidad de exigir que se hagan las cosas bien. La educación española es, en todos sus niveles, de baja calidad, porque no exigimos, ni asumimos, responsabilidades. 

Un cuarto error ha sido el diseño curricular y la coherencia entre los contenidos y los métodos. Y es que hemos sumado contenidos en las enseñanzas básicas, sin sustituir ninguno y, además, manteniendo los viejos métodos pedagógicos. Y, encima, hemos empezado con nuevos métodos para contenidos en los que no son adecuados. Seguimos memorizando cosas absurdas, pero ponemos ordenadores para enseñar a sumar. Los niños no hablan inglés (y mal escriben castellano), pero metemos un segundo idioma extranjero. O pretendemos tener colegios bilingües como si lo mejor para aprender inglés fuera dar clases de matemáticas. La educación española no tiene ni coherencia de contenidos, ni lógica de métodos pedagógicos. La educación española es incompleta e incoherente porque no aplicamos los estudios que los pedagogos han elaborado, sino que tenemos ocurrencias y seguimos modas, copiando métodos sin sentido. 

Teniendo esto en cuenta, y algunas otras cosas que no caben en una página, mucho me temo que si las generaciones futuras nos examinaran de la educación que les estamos dando, todos los que ahora tenemos alguna responsabilidad sobre el tema recibiríamos un suspenso profundo. Y lo malo es que éste no es recuperable en septiembre. 

lunes, 9 de mayo de 2005

Una política económica para Europa

Que la economía europea no va bien desde hace años es un hecho que no se termina de aceptar. Y basta el simple dato de crecimiento y su comparación con la de las principales economías del planeta para corroborar lo que nadie parece quiere reconocer y, mucho menos, de lo que nadie quiere responsabilizarse. En el decenio que va de 1996 hasta el presente, la economía norteamericana ha crecido en tasa media interanual al 3,4%, mientras que la economía europea lo ha hecho sólo al 2%, y Japón, esa economía de la que decimos que está en crisis desde hace más de una década, lo ha hecho al 1,6%. No, la economía europea no va bien. 

Y posiblemente no va bien porque la economía europea no tiene un sujeto decisor responsable, un verdadero gobierno federal europeo, que vele por el funcionamiento del conjunto y que responda de él ante el electorado, sino un sujeto decisor difuso, las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno o los Consejos de Ministros de Economía, que no es responsable del conjunto, sino de cada una de las partes, y responde sólo a los intereses nacionales. El primer problema de la economía europea es que no tiene instituciones que piensen en los intereses del conjunto y sepan que éste es más que la suma de las partes. Una lección que, valga el símil, igual debiéramos de pensar mejor para el proceso de descentralización que vivimos en España. 

Pero, además, Europa no va bien, porque nadie ha definido su objetivo, empezando por reconocer sus carencias. La primera idea que tendrían que tener nuestros políticos sobre la economía europea es que ha de funcionar como una economía competitiva e integrada. Competitiva porque Europa no puede ser una economía cerrada. Esto la obliga a ser una economía mundialmente competitiva. Y puesto que la competitividad de una economía se consigue, a igualdad de calidad, con costes unitarios de los bienes y servicios establemente bajos, la economía europea, si no quiere reducir sus salarios medios, ha de invertir en tecnología para que sus productos sean cada vez de más calidad y sus trabajadores más productivos por hora. Y para que sea posible esta inversión en tecnología, las empresas han de tener un mercado interior amplio, con competencia leal entre las empresas y regulaciones estables y claras. Por eso necesitamos instituciones comunes y políticas económicas comunes y no sólo coordinadas. 

Desde esta perspectiva, las líneas de política económica que habría que seguir son relativamente sencillas. En primer lugar todas las monedas europeas, empezando por la libra, deberían desaparecer para integrarse en el Euro. Porque no es posible tener un mercado único integrado y con competencia si hay empresas que pueden estar protegidas por el tipo de cambio de su país. Un mercado único europeo exige que las empresas y los consumidores puedan tomar sus decisiones sin distorsiones de tipo de cambio o diferencias de tipos de interés. En segundo lugar, ha de producir la armonización fiscal europea. El primer paso sería que, al igual que el IVA, se definan impuestos sobre las personas físicas y sobre las personas jurídicas (sociedades) de contenido europeo y tipos máximos y mínimos. 

El segundo paso debería ser que los ingresos de la Unión se definan sobre un porcentaje de esta cesta de impuestos. Se reequilibra la carga de los ciudadanos, puesto que aportarían según su nivel de renta y gasto y no según su nacionalidad como ahora. En tercer lugar, hay que redefinir las políticas de gasto y su territorialización. Y, finalmente, habría que armonizar las condiciones laborales europeas y definir salarios mínimos en el conjunto de una forma gradual para evitar artificiales competencias entre países. 

Con este programa, igual echamos a andar la economía europea y evitamos las perennes crisis políticas de cada discusión presupuestaria como la que se avecina en el próximo año. Y podríamos aprender mucho en esto de los americanos. 

Pero dudo que este programa ni siquiera se esté discutiendo en Europa, cuando en algunos países como el nuestro de lo que se trata ahora es de destruir las instituciones comunes que tenemos.