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lunes, 9 de mayo de 2005

Una política económica para Europa

Que la economía europea no va bien desde hace años es un hecho que no se termina de aceptar. Y basta el simple dato de crecimiento y su comparación con la de las principales economías del planeta para corroborar lo que nadie parece quiere reconocer y, mucho menos, de lo que nadie quiere responsabilizarse. En el decenio que va de 1996 hasta el presente, la economía norteamericana ha crecido en tasa media interanual al 3,4%, mientras que la economía europea lo ha hecho sólo al 2%, y Japón, esa economía de la que decimos que está en crisis desde hace más de una década, lo ha hecho al 1,6%. No, la economía europea no va bien. 

Y posiblemente no va bien porque la economía europea no tiene un sujeto decisor responsable, un verdadero gobierno federal europeo, que vele por el funcionamiento del conjunto y que responda de él ante el electorado, sino un sujeto decisor difuso, las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno o los Consejos de Ministros de Economía, que no es responsable del conjunto, sino de cada una de las partes, y responde sólo a los intereses nacionales. El primer problema de la economía europea es que no tiene instituciones que piensen en los intereses del conjunto y sepan que éste es más que la suma de las partes. Una lección que, valga el símil, igual debiéramos de pensar mejor para el proceso de descentralización que vivimos en España. 

Pero, además, Europa no va bien, porque nadie ha definido su objetivo, empezando por reconocer sus carencias. La primera idea que tendrían que tener nuestros políticos sobre la economía europea es que ha de funcionar como una economía competitiva e integrada. Competitiva porque Europa no puede ser una economía cerrada. Esto la obliga a ser una economía mundialmente competitiva. Y puesto que la competitividad de una economía se consigue, a igualdad de calidad, con costes unitarios de los bienes y servicios establemente bajos, la economía europea, si no quiere reducir sus salarios medios, ha de invertir en tecnología para que sus productos sean cada vez de más calidad y sus trabajadores más productivos por hora. Y para que sea posible esta inversión en tecnología, las empresas han de tener un mercado interior amplio, con competencia leal entre las empresas y regulaciones estables y claras. Por eso necesitamos instituciones comunes y políticas económicas comunes y no sólo coordinadas. 

Desde esta perspectiva, las líneas de política económica que habría que seguir son relativamente sencillas. En primer lugar todas las monedas europeas, empezando por la libra, deberían desaparecer para integrarse en el Euro. Porque no es posible tener un mercado único integrado y con competencia si hay empresas que pueden estar protegidas por el tipo de cambio de su país. Un mercado único europeo exige que las empresas y los consumidores puedan tomar sus decisiones sin distorsiones de tipo de cambio o diferencias de tipos de interés. En segundo lugar, ha de producir la armonización fiscal europea. El primer paso sería que, al igual que el IVA, se definan impuestos sobre las personas físicas y sobre las personas jurídicas (sociedades) de contenido europeo y tipos máximos y mínimos. 

El segundo paso debería ser que los ingresos de la Unión se definan sobre un porcentaje de esta cesta de impuestos. Se reequilibra la carga de los ciudadanos, puesto que aportarían según su nivel de renta y gasto y no según su nacionalidad como ahora. En tercer lugar, hay que redefinir las políticas de gasto y su territorialización. Y, finalmente, habría que armonizar las condiciones laborales europeas y definir salarios mínimos en el conjunto de una forma gradual para evitar artificiales competencias entre países. 

Con este programa, igual echamos a andar la economía europea y evitamos las perennes crisis políticas de cada discusión presupuestaria como la que se avecina en el próximo año. Y podríamos aprender mucho en esto de los americanos. 

Pero dudo que este programa ni siquiera se esté discutiendo en Europa, cuando en algunos países como el nuestro de lo que se trata ahora es de destruir las instituciones comunes que tenemos. 

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