Páginas

miércoles, 26 de septiembre de 2018

La agenda del Gobierno

Si uno mira en qué ha estado ocupado el Gobierno en los algo más de 100 días que lleva en el cargo, si se mira su agenda, se diría que los problemas de la ciudadanía, esos que le quitan el sueño y afectan a su bienestar diario, son más o menos los siguientes: la insolidaridad italiana ante los inmigrantes; el que Franco esté aún enterrado en el Valle de los Caídos; la validez del máster de Pablo Casado; el que el presidente tenga el título de doctor; que Pablo Iglesias se entretenga con Radiotelevisión Española; que un juez haya decidido mantener en prisión a los que el año pasado se saltaron la Constitución en Cataluña; buscar nuevas formas de impuestos; vender barcos a Arabia Saudí y modificar la Constitución para quitar los aforamientos (¡con 84 diputados!). Todo lo demás parece que lo tienen resuelto, y, si no, está en vías de solución, pues basta con aumentar el gasto público en 6.000 millones y subir los impuestos, aunque no se sepa cuáles ni cómo, ya que dudan si a las grandes empresas, a los que usan gasoil o a los que tienen cuentas en los bancos. Puesto que realmente no tenemos nada más que los problemas anteriores, y ya los tienen enfocados, nuestro presidente, poniendo en valor su doctorado sobre diplomacia comercial, se dio una vuelta por Latinoamérica y ha tratado los problemas bilaterales que tenemos con Colombia (la disputa un pecio que está quitando el sueño a los historiadores navales), Chile, Costa Rica y Bolivia, países que todos juntos no llegan a ser el 4% de nuestras exportaciones. Y como ya tiene resueltos los problemas de España, y ha dejado su impronta tanto en Europa como en Latinoamérica, va a hacer una gira por Canadá y Estados Unidos, para ayudar con su negociación comercial, y parada en la ONU, para enfocar los problemas del mundo. 
 
Con el programa de Gobierno que se está desarrollando, del que las acciones anteriores son la muestra, está claro que ya está casi resuelta la incipiente desaceleración de la economía española (creciendo ya por debajo del 3%) y, desde luego, el paro de 3,5 millones de personas. Como resuelve, si no inmediatamente, en unos meses, los problemas seculares de la educación, el futuro de las pensiones, la desigualdad crónica, la lentitud de la justicia, la situación de los barrios ignorados, el crecimiento del consumo de drogas, la situación de los inmigrantes al otro lado de la frontera de Ceuta y Melilla, los problemas de convivencia en Cataluña, el aumento de las emisiones, la regeneración de nuestra administración, el precio de la luz, la parálisis de Europa o las consecuencias del Brexit, en el que España tiene algo que decir por la frontera con Gibraltar. Mirando las agendas del Gobierno y sus declaraciones públicas, aquí parece que todo está resuelto, que el paro es cosa del pasado, que la corrupción se ha resuelto con un cambio de Gobierno, que Europa vuelve a funcionar, que la inmigración es una cuestión de que nos lleguen 200 millones desde Bruselas o que el tema catalán es solo tener paciencia. 
 
Oyendo los mensajes de nuestro presidente en sus entrevistas y por las escasas declaraciones que hacen sus ministros y ministras, parece que creen que los problemas desaparecen sin más que no nombrarlos, con sacarlos de la agenda. Parece que los problemas de fondo de nuestra sociedad y nuestra economía fueran culpa de Rajoy de tal forma que, desalojado éste del poder, se hubieran resuelto. Parece que el presidente Sánchez cree que gobernar es como hacer la tesis que él hizo, que basta con copiar algunas ideas (esta vez de Zapatero), adornarlas con algunos documentos oficiales, tener padrinos conocidos y buscarse un tribunal de amiguetes. 
 
Lo siento, pero me temo que los problemas que tenemos existen, y que ni España ni los tiempos están para malas tesis, ni para malos doctores. 
 
26 de septiembre de 2018

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Los 100 días del presidente Sánchez

Cumplidos los 100 días del Gobierno del presidente Sánchez, éste ha demostrado con hechos lo que se suponía que podía ser a partir de la forma en la que llegó al poder: un gobierno débil que concitó una mayoría para echar a Rajoy, no para gobernar; un gobierno superficial, sin más orientación que unos trending topics; un gobierno sin más programa que ocupar la Moncloa y ganar visibilidad para preparar unas elecciones. 
 
En política exterior, el estreno del Gobierno fue la acogida del Aquarius y una posición ante la inmigración que chocó con la realidad comunitaria. Europa no tiene un plan para resolver el problema de la inmigración, como se vio en la cumbre de junio, y España sólo tiene una posición de buenismo que es débil en Europa. Además, España no está preparada para acoger a los que llegan, pues se ha vuelto a las devoluciones en caliente, haciendo aquello que tanto se criticó en la oposición. Hay tanta improvisación, que el presidente Sánchez ni ha tenido tiempo de viajar a Marruecos, desde donde parten los inmigrantes, para hablar de esta cuestión. Del otro eje de nuestra política exterior, además de Europa y Marruecos, casi mejor no comentar, pues la gira latinoamericana de agosto ha sido precipitada y sólo ha llevado a dos países importantes, Colombia y Chile, pues Costa Rica y Bolivia entraron de relleno. Más hubiera valido preparar una buena ofensiva de política exterior y no cruzar el charco cuando los países importantes están en plena transición de gobierno o en elecciones. 
 
En política interior, el presidente Sánchez está siguiendo los mismos pasos de Zapatero que nos llevaron a los graves problemas que han fracturado a Cataluña y al conjunto de España. Los pasos de las concesiones. Y la primera, el trato bilateral sin exigir que la Generalitat se integre en la Mesa de la Financiación Autonómica es un error. Como es un error dejar que abran las oficinas de propaganda exterior. Como es un error retirar los recursos. Es un error considerar que los independentistas van a dar pasos atrás. Más que un error, una ingenuidad infantil, pues son totalitarios: la política de apaciguamiento al estilo Chamberlain fue lo que dio pie a Hitler y a Stalin a invadir Polonia. 
 
En política económica, poco o nada se ha hecho, pues andan con la negociación de los presupuestos. Los retoques al IVA han sido más ideológicos que reales, sólo han afectado al IVA cultural, pues el IVA de los bienes de primera necesidad parece que no corría prisa (quizás porque es más importante ir al cine que comprar leche). En cuanto al IRPF no sólo es un parche lo que proponen, es que no se han estudiado las estadísticas tributarias, pues de la misma forma que las grandes empresas no pagan el tipo teórico del Impuesto de Sociedades, en el IRPF hay un agujero que se llama la tributación por módulos, que es por donde se va una parte de la recaudación del impuesto. Lo demás han sido o brindis al sol, como el impuesto a la banca, o contradicciones flagrantes, como el impuesto al diésel. Y del Ministerio de Trabajo, mejor no hablar. 
 
Si a estas muestras sumamos las contradicciones en la defensa del juez Lamela, la falta de coherencia respecto a RTVE, la vuelta a confundir los problemas de nuestra enseñanza con viejas posiciones ideológicas (¿de verdad alguien cree que el problema de nuestra educación es la clase de religión o si un centro es público o concertado?), el lío de las venta de armas a Arabia Saudí, la legalización de un sindicato de prostitución o la cortina de humo de la exhumación de Franco, nos encontramos con un Gobierno que parece una ensalada de nueva cocina: mucha literatura, bastante decoración, una presentación elegante y una mezcla de sabores caótica, exótica y supuestamente saludable, pero que no quita el hambre y, desde luego, sale cara. Muy cara. 
 
12 de septiembre de 2018