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miércoles, 18 de julio de 2018

Criterios de inversión

Una de las peticiones recurrentes del nacionalismo catalán ha sido el tema de las inversiones del Estado en Cataluña. Desde la época de Jordi Pujol, pasando por la de Artur Mas y ahora en la de Puigdemont/Torra, los catalanes se han quejado (¿cuándo no?) de una falta de inversión en Cataluña por parte del Estado. Cada vez que en alguna otra zona de España se hacía una línea de ferrocarril, la Generalitat reclamaba más inversión en los trenes de cercanías. De la misma forma que cada vez que se ampliaba un aeropuerto o se hacía uno nuevo, ellos pidieron la compensación hasta tener el segundo aeropuerto de España, otro en Gerona que usa Ryanair y otros cuatro inservibles (Sabadell, Reus, La Seu D’Urgell y Lérida), o sea, los mismos que Andalucía para la mitad de territorio. Como reclamaron más autopistas ante cada autopista que se hacía en Madrid o el Norte.

El saldo de esta permanente reclamación es que Cataluña, además de lo que ya se invirtió en el periodo anterior a la democracia (de lo que no se habla, pues, por ser en época vergonzante parece que no les aprovechara), ha recibido más inversión pública que la media nacional, siendo la primera que más ha recibido en valor absoluto entre 1995 y 2015, la tercera en términos relativos (tras Madrid y Baleares) y mucho más que Andalucía. Lo que determina que la dotación de capital público, es decir, infraestructuras de todo tipo para la prestación de servicios públicos sea en Cataluña superior a la de cualquier otra región de España. Sólo por habitante, y por razones de su despoblación, el cuadrante norte tiene más por habitante, pero eso no significa que Cataluña esté, en comparación con el resto del país, peor dotada. Dicho de otra forma, Cataluña no está infradotada en capital físico público, más bien al contrario en comparación con el resto de los territorios. Y los datos se pueden consultar en el fantástico trabajo que dirigieron Matilde Mas, Francisco Pérez y Ezequiel Uriel para la Fundación BBVA, con las series de datos del viejo Servicio de Estudios del Banco de Bilbao (Capital público en España. Evolución y distribución territorial (1900-2012)). 

Hasta aquí los hechos. Lo sorprendente es que nadie en la escena política les desmonte el argumento, y que desde el mismo Gobierno, y, desde luego, desde los partidos que se llaman socialistas o progresistas, acepten incluso que el criterio de reparto de las inversiones públicas debe ser «en función del PIB». Lo que es una aberración en su misma formulación, pues si fuera el criterio para asignar las inversiones públicas, nos encontraríamos que habría que dotar de más servicios públicos (hospitales, escuelas, museos, carreteras, servicio de aguas, transporte público, comisarías, etc.) a las ciudades más ricas o a los barrios más ricos que a los más pobres, con lo que éstos nunca podrían converger. No sólo es una aberración social, sino que también lo es económica, puesto que la inversión ha de hacerse en aquel sitio y actividad donde genere un mayor rendimiento y, éste es, por un principio de primero de Economía que se llama de los «rendimientos marginales decrecientes», mayor en las zonas de menor renta. Es decir, que, ante alternativas de inversión, es más rentable, en términos de crecimiento económico y de bienestar, invertir en aquella población que menos PIB genera, la más pobre, no en la más rica. Lo que también es un principio elemental de redistribución de rentas y servicios, pues los ricos pueden dotarse de estos servicios en el sector privado. 

Que la inversión pública nunca siguió exactamente criterios económicos lo sabemos los economistas desde hace tiempo, pues es un instrumento político, pero de ahí a aceptar que la inversión pública se asigne, además la del Estado que es de todos, en función del PIB sería una aberración que sólo tiene sentido en el mundo en el que vive el independentismo catalán, con el permiso de algunos ingenuos. 

 18 de julio de 2018

 


miércoles, 4 de julio de 2018

Fracaso migratorio en Europa

El documento de conclusiones del Consejo Europeo del pasado 28 de junio contiene 26 puntos: los doce primeros están dedicados a «Migración», el largo decimotercero a «Seguridad y Defensa», los cinco siguientes a «Empleo, crecimiento y competitividad», los puntos 19 a 22 a «Innovación y cuestiones digitales», y, los cuatro finales a «Otras cuestiones». La crisis migratoria, preocupación, por distintas razones, en diversos países, fue la clave de la reunión. 
 
Una lectura atenta, que recomiendo, de esos primeros 12 puntos nos dejan los siguientes tres mensajes claros. Primero, que para los Gobiernos europeos, el problema migratorio es una cuestión de «control efectivo de las fronteras exteriores» (punto 1), de ahí que el objetivo de toda la política migratoria de la Unión sea «evitar que se reanude la afluencia descontrolada de 2015, y a seguir conteniendo la migración ilegal en todas las rutas existentes y que puedan abrirse» (punto 2). Segundo, que para alcanzar este objetivo (puntos 3 a 6) la Unión traslada la responsabilidad a los países del otro lado de las fronteras exteriores, o sea, a ¡la guardia costera libia! (como si tal cosa realmente existiera), a la Turquía de Erdogan y a Marruecos. Carga la responsabilidad sobre los «traficantes de personas» y, para «eliminar los incentivos que empujan a las personas a embarcarse en travesías peligrosas», «pide al Consejo y a la Comisión que estudien con prontitud el concepto de plataformas regionales de desembarque» en los países fronterizos, eso sí «sin crear un efecto llamada», y, dentro de la Unión, la creación de Centros Controlados establecidos, o sea, los CIEs que ya operan, por ejemplo, en España. En el punto 7 se aprueba dar más dinero a Turquía y dotar con ¡500 millones de euros! (es decir, con 55 céntimos de euro por persona) a un fondo fiduciario de emergencia para África. El tercer mensaje (puntos 9 a 12) refuerza los anteriores: el tema de las migraciones es una cuestión fronteriza, al que hay que dedicar dinero, y es un problema de los países que tienen fronteras exteriores, que no debe contaminar a los demás. En algún momento de la reunión, alguien debió sugerir que el tema es algo más profundo y que tiene que ver con los problemas de desarrollo de África, porque se introdujo un punto 8 que así lo reconoce, pero que es pura retórica. 
 
A eso es a lo que llegaron las delegaciones de 28 países ricos y desarrollados, democráticos y sociales, gobernados por todas las ideologías, tras meses de preparación y más de 12 horas de reunión. Es decir, a un inmenso fracaso, con todas sus letras. Fracaso porque los líderes de la civilizada Europa o son miopes y no ven el problema de fondo, o son cínicos que, viéndolos no lo quieren resolver. Solo resolviendo la pobreza en África y los conflictos en Oriente Medio se puede bajar la presión migratoria, y con ella, los dramas en el Mediterráneo y los Balcanes, no poniendo más dinero para campos de concentración. Fracaso en no tener una política conjunta, en la que los países del Norte (¡tan desarrollados, tan solidarios, tan democráticos, tan moralmente superiores al resto, tan pulcros...!) se desentienden del problema, vaya a ser que generen en sus desarrolladas y moralmente elevadas sociedades inelegantes brotes de racismo. Fracaso en la plasmación misma de los valores sobre los que se quiere construir Europa. 
 
La cumbre europea ha sido un fracaso inmenso. Un fracaso inmenso y continuo porque una patera en el Mediterráneo, una caravana por los Balcanes, un solo inmigrante muerto es un fracaso no solo de nuestros líderes, sino de nuestras sociedades que asisten impasibles a este problema, y se creen a líderes iluminados y xenófobos (Orban, Kurz o Conte) o ingenuos (como Macron o Sánchez). Por cierto, que de la lectura de las conclusiones a lo que dijo el presidente Sánchez que había pasado hay un trecho tan largo que parece que no estuvo allí. 
 
4 de julio de 2018