Páginas

lunes, 26 de marzo de 2007

Elogio a Europa (desde España)

Ayer se cumplieron cincuenta años de la firma del Tratado de Roma, por el que se crearon las estructuras básicas de lo que hoy conocemos como Unión Europea. Y son muchas las voces que estos días han analizado la historia de la Unión, su importancia y significado, su actual crisis, sus debilidades. Y precisamente porque está en una época oscura es por lo que quiero celebrar su éxito. Más aún, quiero celebrar lo mucho que la idea de participar en la construcción europea ha significado para nosotros los españoles. Y es que también por estas fechas, fue un 29 de marzo, se llegó al acuerdo por el que nuestro país se incorporaría a la Unión el primero de enero de 1986. 

Hace algo más de veinte años, los españoles encontramos en Europa y en la construcción europea el gran valor político que nos faltaba desde que perdimos el imperio americano. Europa, a finales del siglo pasado, fue un valor que nos sacó del ensimismamiento que tanto nos duró y que tantos problemas nos trajo. Superado el escollo previo de una Transición no siempre fácil, a menudo frágil, Europa como dirección era un concepto seguro y compartido que provocaba entusiasmo: porque era un valor que la sociedad española identificaba claramente con unos valores y usos que añorábamos (quizás porque nunca los tuvimos); porque era un valor que nos hacía partícipes, en la era de la superpotencia americana, en la construcción de otro actor de tamaño mundial. Europa fue, para nosotros, un valor político que nos permitió soñar con una España mejor en un mundo en el que nuestra voz se oiría a través de ella. 

Más aún, Europa supuso, y aún supone, una inmensa oportunidad de modernización social y económica. Gracias, en gran parte, a la oportunidad que nos brindó la entrada en la Unión, a la generosa ayuda económica europea (casi un 1% del PIB anual) y a la coordinación de nuestra política económica con la de los países europeos, los españoles gozamos hoy de un nivel de renta per cápita como jamás en nuestra historia tuvimos. De hecho, si en los últimos años crecemos al ritmo con el que lo hacemos y creamos el empleo que creamos es debido al hecho de que sustituimos una moneda débil, la peseta, por una moneda fuerte (el euro es el marco con otro nombre) integrándonos en un área monetaria y económica gigantesca (la segunda mayor del mundo en PIB, solo por detrás de los USA) que nos ha permitido sortear riesgos que antes nos hubieran afectado determinantemente (¿o alguien cree que las últimas subidas del petróleo hubieran pasado sin afectarnos si hubiéramos tenido la peseta?) La economía española es hoy como es, en gran medida, porque Europa es, para ella, un seguro. Estar integrados en la economía europea y en el euro es, posiblemente, el mejor marco para nuestro futuro económico. 

Mucho le debemos y en muchos sentidos, pues, cada uno de nosotros y como pueblo, a aquel Tratado de 1957, a ese otro del 85 por el que nos integramos y a los que les han sucedido, así como a las personas que los hicieron posible. Una deuda de gratitud que ayer me hizo recordar unos versos que Jorge Guillén escribió en el Ámsterdam destruido de 1945: 

Siento inmortal a Europa,/ Uno siento el planeta./ La historia es solo voluntad del hombre. 

26 de marzo de 2007 

lunes, 12 de marzo de 2007

Peticiones electorales

Cuando se acerca el periodo electoral empiezan a aflorar peticiones y demandas sociales de lo más variopintas. Ante ellas, los presuntos candidatos responden con promesas y declaraciones que las recogen, cuando no proponen algo más atrevido. Todo ello sin que, en muchos casos, se haya hecho un análisis de lo razonable o no de la petición y, sin que, desde luego, en el caso de que la petición sea inconveniente, nadie se atreva a decir que lo es. Y es que para que una petición sea atendida no tiene que ser razonable, basta con que sea una petición "histórica" o que sea importante para un grupo de electores como para hacer de ese tema el punto central de su decisión a la hora de votar. Más aún, cuanto más simple sea la petición, mejor es aceptada. 

Posiblemente, de todas las peticiones y promesas que se hacen en precampaña electoral, las de infraestructuras viarias sean las más vistosas. No sé si por la pasión que los españoles tenemos por el cemento, por ese interés de dejar huellas que duren más que una vida o porque somos poco imaginativos, el hecho es que es iniciarse una campaña electoral y todo el mundo saca a pasear al ingeniero de caminos, canales, puertos y aeropuertos que lleva dentro. Y los políticos, esos padres y madres solícitos y solícitas, aceptan todas las sugerencias mirándose de reojo, por si alguno comete el desliz de no apoyar una infraestructura que es... "la clave del desarrollo". 

Lo que no se dice, seguramente porque los políticos no lo saben o porque no quieren ser políticamente incorrectos, es que las obras de infraestructuras son solo una de las condiciones necesarias para el crecimiento económico, pero no son una condición suficiente. Y es que éste depende de tres factores: del capital humano (o sea del número de personas en edad de trabajar y de los conocimientos que tienen); del capital físico privado (fábricas, maquinaria, etc.) y público (infraestructuras viarias, etc); y, finalmente, de un factor institucional y organizativo que tiene que ver con el tamaño del mercado, la flexibilidad burocrática y las relaciones institucionales. De todo lo anterior se puede deducir que una carretera, por sí misma, no es la solución para los problemas de crecimiento de una ciudad. De la misma forma que una parada de tren no resuelve los problemas de una comarca entera. Y no hay que irse muy lejos para ver ejemplos de lo que estamos sosteniendo: Lucena ha crecido espectacularmente en los últimos años y aún no está conectada por autovía con su principal mercado y hasta este año no ha parado cerca de ella el tren. Una autovía o un tren son solo medios de transporte que abaratan costes, pero no hacen crecer, automáticamente, la renta. 

Esta solo crece si se aumenta el número de personas que trabajan y el valor de lo que hacen. Ocupación y capital humano y productividad son las claves del crecimiento. No nos engañemos, pues, con espejismos de las infraestructuras. Son indudablemente necesarias, pero, en algunos casos, no son lo primero. Máxime si, además, tenemos en cuenta que cuestan dinero. Mucho dinero de todos. 

(Nota: y si alguien deduce de este artículo que estoy en contra de la autovía a Toledo o del aeropuerto de Córdoba, es que no ha entendido nada de lo que ha leído). 

12 de marzo de 2014