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lunes, 26 de febrero de 2007

Abstención

Yo soy uno de los miles de andaluces que, conscientemente, se abstuvieron en el Referéndum del Estatuto. Me he abstenido, y ni siquiera he opinado en estas páginas sobre él, porque no me gusta este Estatuto, como no me gustó el de Cataluña, sobre el que sí opiné y con contundencia. 

Y no me gusta porque el proceso que nos ha llevado a él ha sido erróneo y está produciendo un resultado final desordenado. Es cierto que era necesaria una reforma estatutaria para adaptar los estatutos a la realidad política y administrativa del Estado de las Autonomías. Pero eso se debería haber hecho bien desde una reforma de la Constitución, bien desde una ley genérica de reforma que marcara los límites y distribuyera las competencias siguiendo un criterio de eficiencia. Y desde una reforma del Senado que nos hubiera llevado a un Estado federal más racional que la extraña confederación en la que estamos convirtiendo a España. Y es falso que hubiera un clamor popular a favor de las reformas, pues solo se han hecho por el impulso de la minoría nacionalista, por razones partidistas y por la debilidad de un Gobierno en minoría y sin pulso ideológico. Que el PP se haya sumado a esta reforma no carga de razón a este Estatuto. Al contrario, me refuerza la percepción de que todo este proceso de reformas estatutarias está montado por las élites políticas para distribuirse el poder. 

Y tampoco me gusta el articulado. Ya el preámbulo es un monumento a las frases sin contenido, como la declaración de derechos de la primera parte es un monumento al absurdo. Al absurdo porque si el PSOE y el PP están de acuerdo en darnos un derecho a los andaluces, no entiendo por qué no se puede aprobar una ley en el Congreso que diera esos mismos derechos a todos los españoles. Más aún, no me fío de los políticos que nos dan derechos que, después, no nos permiten ejercer, como no me fío de los derechos declarativos que no se pueden exigir. Y basta mirar la Constitución española y la realidad del derecho al trabajo, a la vivienda digna, a la libertad educativa, la igualdad ante la ley, etc. para saber lo que da de si una declaración de derechos. Como tampoco me gusta el tufillo nacionalista, premoderno y paternalista, de muchos artículos. Y es que parece que el Estatuto, más que un marco de libertades y de instituciones para un mejor gobierno, es un catálogo de aspectos de nuestra vida sobre los que tendremos que pedir permiso a sapientísimos funcionarios de la Junta. Lo siento, pero, además, no me han convencido las razones que se me han dado en la campaña del Referéndum. Así, la apelación de Izquierda Unida a los derechos y a los ayuntamientos me resultó infantil e inoportuna, mientras que el PSOE, en una campaña con la complicidad de los medios públicos, ha estado demostrando su ignorancia económica al vincular crecimiento económico con autonomía, una vinculación indemostrable, entre otras cosas porque el Gobierno andaluz no ha tenido (y gracias a Dios no tendrá) competencias sobre las políticas macroeconómicas. Como ha sido muy pedestre el mensaje del PP, pues la eficacia en la gestión no aumentará con este Estatuto, sino que posiblemente, con la reforma estatutaria hagamos más ineficaz al conjunto del sector público que sostenemos los ciudadanos con nuestros crecidos (y crecientes) impuestos. 

Lo siento, pero ni me ha gustado el proceso, ni el resultado, ni la ideología que lo ha movido, ni la campaña con que me lo han vendido. Por eso no fui a votar. Y mucho me temo que por las mismas razones tampoco fue a votar una inmensa mayoría de andaluces. Y si los políticos no entienden el mensaje que les hemos dado es que son más incompetentes en su profesión de lo que todos los días nos demuestran. 

26 de febrero de 2007 

lunes, 12 de febrero de 2007

Amenaza medioambiental

Desde la década de los sesenta sabemos que la actividad humana genera graves problemas en el medio ambiente. Desde entonces sabemos, hace más de cuarenta años, que la polución de la atmósfera, la contaminación de las aguas, la desaparición de especies, el agotamiento de minerales, etc. están relacionadas con la forma en la que los humanos utilizamos el Planeta. 

Y esta forma está condicionada por la tecnología que usamos para explotarla y por la cuantía de las necesidades totales de los que componemos el género humano. Dicho de otro modo, los problemas que causamos al medio ambiente están determinados por lo que sabemos, por lo que lo que necesitamos y por el número de los que somos. Así, si no hay un cambio significativo de la tecnología, en los hábitos y no se cambian las tendencias de crecimiento poblacional, el problema medioambiental al que nos vamos a enfrentar será de tal envergadura que pondremos a la humanidad en peligro de extinción. 

Y es que si no cambiamos la tecnología, si no invertimos en mejorar el uso de los recursos naturales, éstos no solo se agotarán, sino que antes de agotarse serán, como ya son, una fuente de conflictos. Más aún, si no descubrimos tecnologías que sean limpias, aunque seamos eficientes en el uso de los recursos, sólo ganaremos tiempo, pero no se resolverá la crisis medioambiental. Y basta un ejemplo: si cambiáramos la gasolina por el etanol contaminaremos menos, pero seguiríamos contaminando, con lo que se aplazaría el punto de no retorno (lo que ya es importante), pero seguiríamos causando cambios climáticos. Hay, pues, que invertir más en tecnología de nuevas fuentes de energía, en tecnología de la recuperación, en... conocimiento. 

Pero solo con la tecnología no resolvemos el problema, porque no sabemos cuándo vamos a encontrar las soluciones. Necesitamos, pues, un cambio rápido en la forma en la que vivimos aquellos que más contaminamos, los ricos del mundo. Y para ello, es necesario que nos convenzamos de este cambio y que aceptemos que los poderes públicos, a través de impuestos y leyes, nos obliguen a este cambio. Y, para empezar, hemos de cambiar nuestros hábitos de transporte: cambiar el coche, en las ciudades, por el paseo, la bicicleta o el transporte público; comprar coches híbridos o eléctricos y aceptar mayores precios de los carburantes, la extensión de zonas peatonales, los carriles bici y de transporte público. Como debiéramos aceptar un impuesto para subvencionar la electricidad generada por energías renovables. Como debiéramos exigir un mejor uso del agua, reforestar, usar más racionalmente el papel y los envases, etc. Sin cambios significativos en los hábitos de los países ricos no habrá posibilidad de retrasar la amenaza medioambiental. Y esta responsabilidad es nuestra porque ha sido nuestra forma de vida la que ha acumulado estos gases que amenazan a toda la humanidad. 

Y, finalmente, hay que volver a pensar en los problemas de la población mundial porque la amenaza ecológica persistiría por el mero volumen total de la población mundial. Urge, pues, volver a pensar sobre este espinoso y complejo tema. 

El problema es que, mientras tenemos estas tareas, nuestros políticos, optimistas antropológicos todos, siguen discutiendo de estatutos y de otras naderías. 

12 de febrero de 2007