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lunes, 12 de febrero de 2007

Amenaza medioambiental

Desde la década de los sesenta sabemos que la actividad humana genera graves problemas en el medio ambiente. Desde entonces sabemos, hace más de cuarenta años, que la polución de la atmósfera, la contaminación de las aguas, la desaparición de especies, el agotamiento de minerales, etc. están relacionadas con la forma en la que los humanos utilizamos el Planeta. 

Y esta forma está condicionada por la tecnología que usamos para explotarla y por la cuantía de las necesidades totales de los que componemos el género humano. Dicho de otro modo, los problemas que causamos al medio ambiente están determinados por lo que sabemos, por lo que lo que necesitamos y por el número de los que somos. Así, si no hay un cambio significativo de la tecnología, en los hábitos y no se cambian las tendencias de crecimiento poblacional, el problema medioambiental al que nos vamos a enfrentar será de tal envergadura que pondremos a la humanidad en peligro de extinción. 

Y es que si no cambiamos la tecnología, si no invertimos en mejorar el uso de los recursos naturales, éstos no solo se agotarán, sino que antes de agotarse serán, como ya son, una fuente de conflictos. Más aún, si no descubrimos tecnologías que sean limpias, aunque seamos eficientes en el uso de los recursos, sólo ganaremos tiempo, pero no se resolverá la crisis medioambiental. Y basta un ejemplo: si cambiáramos la gasolina por el etanol contaminaremos menos, pero seguiríamos contaminando, con lo que se aplazaría el punto de no retorno (lo que ya es importante), pero seguiríamos causando cambios climáticos. Hay, pues, que invertir más en tecnología de nuevas fuentes de energía, en tecnología de la recuperación, en... conocimiento. 

Pero solo con la tecnología no resolvemos el problema, porque no sabemos cuándo vamos a encontrar las soluciones. Necesitamos, pues, un cambio rápido en la forma en la que vivimos aquellos que más contaminamos, los ricos del mundo. Y para ello, es necesario que nos convenzamos de este cambio y que aceptemos que los poderes públicos, a través de impuestos y leyes, nos obliguen a este cambio. Y, para empezar, hemos de cambiar nuestros hábitos de transporte: cambiar el coche, en las ciudades, por el paseo, la bicicleta o el transporte público; comprar coches híbridos o eléctricos y aceptar mayores precios de los carburantes, la extensión de zonas peatonales, los carriles bici y de transporte público. Como debiéramos aceptar un impuesto para subvencionar la electricidad generada por energías renovables. Como debiéramos exigir un mejor uso del agua, reforestar, usar más racionalmente el papel y los envases, etc. Sin cambios significativos en los hábitos de los países ricos no habrá posibilidad de retrasar la amenaza medioambiental. Y esta responsabilidad es nuestra porque ha sido nuestra forma de vida la que ha acumulado estos gases que amenazan a toda la humanidad. 

Y, finalmente, hay que volver a pensar en los problemas de la población mundial porque la amenaza ecológica persistiría por el mero volumen total de la población mundial. Urge, pues, volver a pensar sobre este espinoso y complejo tema. 

El problema es que, mientras tenemos estas tareas, nuestros políticos, optimistas antropológicos todos, siguen discutiendo de estatutos y de otras naderías. 

12 de febrero de 2007 

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