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lunes, 22 de agosto de 2011

Nada europea

En Occidente, la coyuntura económica de este mes de agosto está siendo muy problemática. La economía norteamericana ha vivido al borde de una crisis de deuda por el infantilismo cerril del Tea Party y la falta de liderazgo del Presidente Obama, lo que está llevando a una situación insostenible de bajo crecimiento y enquistamiento del paro. Por su parte, en Europa la situación no es mejor. La crisis de la deuda de los pasados días se ha resuelto, momentáneamente, con la intervención del BCE y una simple declaración de los principales líderes del continente. La coyuntura está desbordando a nuestros políticos y a nuestras instituciones, en todos los niveles, por lo que el resultado es una política de improvisaciones que sólo sirve para salir del paso hasta el siguiente momento de crisis. La crisis económica está dejando en evidencia la ausencia de ideas, la carencia de líderes con visión, la artrosis de las instituciones europeas. Está retratando la nada europea. 

Los europeos no tienen una idea clara de qué es Europa y de qué puede ser en el siglo XXI. Los europeos no somos "europeístas", no vemos un futuro común. Quizás porque, en el continente del nacionalismo, y vendido éste como el último grito de modernidad política, el localismo (sea lo amplio que sea) nos impide ver el fundamento común de nuestra cultura y el interés de la suma de nuestras realidades para tener voz en los asuntos del mundo. Después del fracaso de la Constitución Europea (en 2004) dejó de hablarse de la integración europea y la idea de Europa salió del debate político, incluso del debate académico. En Europa ya no tenemos "teóricos de Europa", ya no soñamos sobre el futuro de Europa. Hace años que nadie invoca ya la bandera de los Estados Unidos de Europa. Los europeos estamos perdiendo el sentido de Europa. Y, sin embargo, Europa es una realidad porque nuestras economías son tan interdependientes que parte de la solución para salir de la crisis hay que articularla entre todos. Más Europa haría más fácil el crecimiento porque haría posible una política fiscal integrada y coordinada, lo que permitiría una mejor gestión de la deuda. 

Pero para tener más Europa, además de ideas, necesitamos líderes europeos y europeístas. No hay una idea de Europa, en parte, porque tampoco hay líderes europeos. En Europa tenemos políticos, pero no tenemos líderes. Es decir, tenemos profesionales de ganar elecciones nacionales y de detentar el poder en su país, pero no tenemos líderes que sueñen el futuro común y sean capaces de articular un discurso europeísta con el que la ciudadanía se identifique e ilusione. Desde la retirada o desaparición de los Delors, Kohl, González, Miterrand, etc. no hemos tenido políticos que hayan tenido dimensión europea. Peor aún, la generación de los Aznar, Chirac, Blair, etc. desvirtuó, incluso, el sentido de Europa, no sólo porque fracasaron con la Constitución Europea, sino porque generalizaron esa forma de "hacer política en Europa" de pensar en términos nacionales (que había inventado la señora Thatcher) según la cual a Europa se iba para "sacar tajada". Se respondía así a miopes "intereses nacionales", no pensando que la mejor forma de defender estos intereses era sumando el esfuerzo de todos. La nueva generación de los Zapatero, Merkel, Sarkozy es tan miope que, para evitar que Europa pudiera funcionar, incluso han llegado a nombrar a mediocres políticos al frente de las instituciones europeas. 

Sin ideas europeístas que fijen objetivos de futuro y con líderes miopes más preocupados por unas elecciones regionales que por construir una potencia mundial, la compleja institucionalidad europea es sólo una burocracia endogámica que sólo genera desafección en los ciudadanos. 

Con estas condiciones, Europa está siendo, en esta crisis, y por desgracia, la nada. Su política económica es sólo una sucesión de improvisaciones de políticos mediocres y desbordados por los acontecimientos. O sea, una versión en 27 idiomas, corregida y aumentada, de lo que los españoles venimos viviendo. Así nos va. 

martes, 9 de agosto de 2011

Hablemos de deuda pública

Hablemos de deuda pública seriamente, con datos contrastados. La deuda pública española ascendía, a 31 de diciembre del 2010, último ejercicio completo cerrado y según datos del Banco de España, a 657.856 millones de euros (el 77,1% de la Administración central, el 17,52% de las Autonomías y solo el 5,38% de los ayuntamientos). Cantidad a la que habría que sumar los 48.740 millones de deuda reconocida de las empresas públicas estatales y de las Comunidades Autónomas, y una cantidad indeterminada de los cientos de empresas públicas propiedad de los ayuntamientos. El monto total de lo que debíamos hace siete meses era, pues, cómo mínimo de 706.596 millones de euros. Por esta deuda se pagaron 20.423 millones de euros de intereses, lo que supuso un tipo de interés medio del 2,89%. La mayoría de esta deuda tiene un plazo de entre 5 y 10 años y alrededor del 43% (unos 309.277 millones) está en manos de bancos e instituciones extranjeras. Finalmente, el pasado año, los ingresos totales de las administraciones públicas fueron de 379.344 millones de euros y los gastos de 478.165 millones, por lo que el déficit del conjunto de las administraciones fue de 98.821 millones. 

Si tenemos en cuenta que el PIB del 2010 fue de 1.062.591 millones de euros, nuestra ratio de deuda pública sobre PIB era de algo más de 66,9%, los ingresos supusieron el 35,7% del PIB, el gasto público el 45% del PIB y el déficit público el 9,3%. Si comparamos estos datos con los de los países europeos, especialmente con los de las grandes economías europeas, con deudas en el entorno del 80%, podemos decir que nuestra deuda es baja. Más aún, ni siquiera calculando la deuda sobre el total de ingresos (un 186%) nuestra deuda es alta. Solo el déficit es preocupante y se está reduciendo. Teniendo esto en cuenta, se puede concluir que ni el volumen absoluto, ni el volumen relativo de nuestra deuda, ni la estructura impositiva (no siendo buena), ni la composición del gasto (muy mejorable), explica la crisis de nuestra deuda. 

Si el problema no es, entonces, de volumen de deuda, ¿cuál es el problema? El problema es de expectativas sobre nuestra economía y de credibilidad de nuestra política económica. El problema es que ningún analista cree que el PIB español vaya a crecer, en los próximos dos o tres años, por encima del 1,5%, ni que vayamos a reducir la tasa de paro por debajo del 20%. Y mientras no haya crecimiento y tengamos paro, nadie cree que los ingresos públicos vayan a ser suficientes para el nivel de gasto, por lo que persistirá el déficit y crecerá la deuda. 

Y nadie cree que vayamos a mejorar en nuestra economía porque nadie cree que tengamos políticos que sean capaces de hacer la política económica que necesita nuestra situación. Ningún analista confía en que nuestros políticos sean capaces de reestructurar nuestra costosa Administración (incluidos ayuntamientos y televisiones públicas), como nadie cree que nuestros políticos (sean de PP o del PSOE) vayan a hacer una profunda reforma fiscal que, al mismo tiempo, reactive la economía, aumente la recaudación y genere una mejor distribución de la carga. De igual forma, todos sabemos que ni Rajoy ni Rubalcaba harán una auténtica reforma laboral, ni van a llegar a acuerdos sobre Educación o energía, ni... Más aún, hay analistas que incluso creen, vista la deriva independentista de Cataluña, que tendrá su concierto o será independiente, lo que hará insostenible la deuda del conjunto. El problema de la deuda es de política. Para ser más exactos, de políticos. Porque ni Rajoy es Aznar, ni Rubalcaba es Felipe. Lo bueno es que cualquiera es mejor que Zapatero. Lo malo es que estaremos sin gobierno hasta Navidad y sin presupuestos hasta marzo. Y esto, en finanzas internacionales, es demasiado tiempo. Y se paga. Se paga, a corto plazo, en prima de riesgo.