Páginas

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Vox

La irrupción de Vox en el panorama político ha sido una sorpresa para todos. Incluso para ellos, pues, ni las encuestas más optimistas les daban más de tres escaños. Nadie esperaba que llegaran a los 390.000 votos que han tenido, casi el 10% de los votos en Andalucía. Ni que obtuvieran 12 escaños y la llave del Gobierno. Y, menos, con una campaña como la suya: sin candidatos conocidos, sin estructura, sin presencia en los medios, sin publicidad. 

El análisis de este resultado es sencillo, pues, en mi opinión, se ha producido por el desgaste, ya largo, del Partido Popular y del PSOE. La sorpresa ha sido que los votantes que lo han causado se han comportado, esta vez, de una forma diferente a como se esperaba. 

Es evidente que la inmensa mayoría del voto a Vox son antiguos votantes del PP. Gente que ha optado por Vox desencantada al descubrir que el partido al que han votado desde los noventa era un nido de corrupción con exministros en la cárcel. Son gente que no ha entendido la leguleya gestión de Rajoy en Cataluña y que abomina de las concesiones, también del PP, a los nacionalistas, por lo que cuestiona las autonomías. Gente que quiere reivindicar su españolidad y que rechaza los ataques a sus símbolos de esta españolidad: la bandera, el himno, la historia imperial, los toros, la caza, etcétera. Gente que no termina de aceptar los cambios culturales y demográficos y se siente amenazada por el feminismo militante, la inmigración y la diversidad que comporta, la incertidumbre de la globalización. La mayoría no son nostálgicos franquistas, sino «personas de orden» que han perdido el referente que suponía el PP y a los que ha contaminado una eficaz campaña de fake news en redes al estilo Trump. Entre otras cosas porque el Partido Popular lleva años sin discurso, sin un proyecto de futuro, sin propuestas y sin presencia. Y, para ellos, el señor Moreno Bonilla no es nadie. 

El resto del voto a Vox es de origen variopinto, siendo significativos los votantes enfadados con la Junta y con los partidos tradicionales por el enquistamiento de problemas concretos en determinados barrios y localidades. Votantes que, por su nivel de renta, normalmente hubieran votado a opciones de izquierda, y que, por el enfado con la Junta y los políticos, en esta ocasión, en vez de votar a Podemos o abstenerse, han votado a Vox. Y, finalmente, ha ido a Vox una parte importante del voto antisistema de derecha. 

Pero todo esto no hubiera dado 12 parlamentarios y la llave del gobierno andaluz si, en paralelo, el voto al PSOE no se hubiera desmovilizado. Sin los abstencionistas del PSOE, Vox se hubiera quedado en menos de la mitad de escaños. Son «socialistas de toda la vida» que, en estas elecciones, se han quedado en su casa porque reconoce la corrupción y el amiguismo de su partido. Gente que le incomoda el Gobierno Sánchez, el apoyo de los independentistas y su trato de favor a Cataluña. Gente en contra de Susana Díaz por el triunfalismo de su propaganda y la superficialidad de su política. Gente harta de la Junta y sus promesas. 

La mayoría del voto a Vox procede del PP. Por eso, es el PP el que tiene que pensar en cómo volver a integrar este voto, sin perder por el centro el voto hacia Ciudadanos, reformulando ideas, renovando caras, haciendo pedagogía democrática. Pero la relevancia de este resultado tiene su origen en la desmovilización de los votantes del PSOE, por sus graves errores de proyecto, de gestión y de discurso. 

Fue la crisis de los dos viejos partidos la que trajo nuevos actores al panorama nacional (Ciudadanos, Podemos, etc.), pero han sido su inacción ante su corrupción, la escasa frescura de sus discursos, su escasísima renovación real, la que ha traído estos resultados. Veremos si reaccionan a tiempo, pues el partido solo acaba de comenzar. 

19 de diciembre de 2018 

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Más de lo mismo

Cuando escribo estas líneas no sé el resultado de las elecciones, pues escribo justo el domingo y a miles de kilómetros. Pero, siendo importantes, que lo son, no son relevantes, porque, gane quien gane, solo tendremos más de lo mismo. Aunque el bipartidismo se haya finiquitado y se configure un nuevo parlamento; aunque parezca que se avecina una forma nueva de gobernar; aunque ahora haya caras nuevas, mucho me temo que poco va a cambiar en la política andaluza. Y no va a cambiar porque nuestra política es una política infantil, localista, superficial y conservadora. No importa quién gobierne, pues estas características no cambian. 
 
La política española y andaluza es infantil porque, como los niños, los políticos no tienen sentido del tiempo, no saben mirar a largo plazo. Nuestros políticos viven intensamente el día a día, sueñan con ser algo de mayores, pero no saben qué. En la política española no se tienen en cuenta las variables importantes, solo se analizan (si se hace) las tendencias, no se debate sobre el mundo que se nos avecina. En España, y no digamos en Andalucía, los temas cibernéticos, de la biotecnología, de la nueva antropología o de las fronteras éticas ni siquiera suenan y, cuando lo hacen, se tratan ingenuamente, como cuentos de hadas. El mundo está cambiando, y nosotros, los andaluces, seguimos enfrascados en los mismos tópicos y debates. Un nuevo mundo y una nueva humanidad se nos avecina y nada hay en nuestra sociedad, ni desde luego, en nuestra política que lo anuncie. 
 
Nuestra política es increíblemente localista y cerrada, lo que mal casa con la geografía que habitamos. Bastaría con que supiéramos leer un mapa de la realidad para que nos diéramos cuenta de que España es un territorio de frontera: entre dos mares, entre dos continentes. Somos la frontera entre un continente joven, África, cuya población es ya de más de 1.200 millones y crece al ritmo de más de 30 millones cada año, y Europa, un continente de 740 millones, que no crece y que es viejo. En África nace una España en año y medio, una Andalucía en un trimestre. En 10 años, el desequilibrio poblacional y económico será tal que ni el Sahara, ni el Mediterráneo, ni los corruptos países del Magreb, ni las alambradas serán suficiente para contener la marea. Y, en primera línea, Andalucía. Una región que no sabe dónde está África. 
 
Además, nuestra política es muy superficial. Basta con haber escuchado los debates o leído las propuestas de nuestros candidatos y candidatas para darnos cuenta de lo simples de sus planteamientos. Para empezar, porque son incapaces de analizar con una media solvencia técnica los problemas de convergencia, paro, industrialización, dinámica social, inmigración, medio ambiente o corrupción de nuestra comunidad. Más aún, no solo no saben, sino que las soluciones las abordan con unas orejeras ideológicas del siglo XIX. Es increíble que todavía sea un argumento calificar a una medida de «derechas» o de «izquierdas», como si el calificativo justificara una acción. Como es asombroso que, en la pasada campaña electoral, se hayan utilizado ideas de los años treinta del pasado siglo. Como es un insulto a la ciudadanía que los políticos se insulten. 
 
Infantil, localista, banal y conservadora. Terriblemente conservadora, pues siempre discutimos de lo mismo, hacemos los mismos pobres análisis, damos las mismas ideologizadas soluciones y debatimos de la misma forma. En Andalucía son conservadores hasta los que dicen no serlo porque siempre buscan en el pasado las soluciones a los problemas del futuro. 
 
No sé si es ya la edad, que es posible, o la distancia desde la que escribo, que lo hago desde Austria, lo que sí sé es que la campaña electoral andaluza ha estado a la bajura de mis expectativas. Y lo que me temo es que el Gobierno de la Comunidad ni siquiera estará a la altura de éstas. 
 
5 de diciembre de 2018