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lunes, 27 de diciembre de 2010

Europa en la crisis

En la crisis económica que estamos viviendo, que pronto se convertirá en social y política, Europa es la gran ausente. Y digo bien y precisamente lo que quiero decir: Europa está ausente. Porque Europa, la idea de una Europa federal, unida y con voz en el mundo, está secuestrada por la política de los países europeos y de sus relaciones multilaterales. La economía europea crece, en conjunto, más lentamente que la del resto del planeta y tiene convulsiones monetarias no porque no tenga capacidad para salir de la crisis o porque tenga más dañados sus sistemas, sino porque no percibe su propia crisis política y económica. Europa no está haciendo nada como conjunto, con lo que se alarga la crisis de sus economías y el resultado final será profundizar su propia crisis política, condenándola a una eterna irrelevancia, ya que no a su desaparición. 

Europa, como idea y como conjunto, está ausente de la crisis, en primer lugar, porque los europeos, tras el fracaso de la Constitución europea, hemos mantenido unas estructuras de toma de decisiones obsoletas. La estructura de un Consejo Europeo en el que se representan los intereses de los países y se forman coaliciones de interés, una Comisión Europea con sólo poderes limitados y sin responsabilidad directa ante la ciudadanía y un Parlamento cementerio de elefantes lleno de políticos amortizados no es viable para tomar decisiones relevantes en una situación como la que vivimos y al ritmo de actividad del mundo del siglo XXI. Europa necesita, en primer lugar, no un retoque al muerto Tratado de Lisboa, Europa necesita realmente una Constitución que determine nuevas estructuras de gobierno. 

Pero aún con estas estructuras caducas, Europa hubiera podido funcionar, como hizo con otras peores en el pasado, si al frente de ellas y de los distintos gobiernos hubiera líderes reales con ideales europeístas. La distancia que hay entre Delors y Barroso es sideral, como lo es la que separa a Kohl de Merkel, a Mitterrand de Sarkozy o a Zapatero de Felipe González. Hoy estamos gobernados por mediocres en cuyo programa no hay una clara idea de Europa. 

Parte del problema viene, y es la tercera causa de la incapacidad de Europa ante la crisis, de que la política europea se enfoca, en no pocos países, desde una perspectiva nacionalista miope: Europa es un lugar en que hay que ir a "sacar algo", en el que se "sirven mejor los intereses de cada país" no construyendo Europa, sino con las cortas miras de quedar en algo mejor ahora. Fue Thatcher la que empezó con esta miopía en los ochenta, pero la enfermedad se contagió de tal modo que hubo un tiempo, el anterior a este que vivimos, en que políticos miopes como Chirac o Aznar profundizaron en esta visión, criticando cada cesión en la construcción europea y justificando ésta no por los beneficios a largo plazo de ser unos Estados Unidos de Europa, sino por los resultados a corto plazo para su país. Aznar se comportó en Europa, curiosamente, con la misma lógica que los nacionalistas periféricos españoles: territorializando todo, mirando miopemente sus intereses, negando Europa. En el fondo, existe el problema de que en Europa no hay europeístas, sino pseudo-europeos que se "conllevan". 

Si no tenemos estructuras para el conjunto, si tenemos líderes mediocres y una percepción de Europa miope, mal puede tener Europa conciencia de que la crisis es propia, como mal puede articular una política económica coherente ante ella. Por eso Europa está ausente y reacciona mal y tarde ante los problemas. 

En esta crisis Europa está en la encrucijada. Porque existe la oportunidad de que consideremos a Europa como la vía de salida de la crisis como lo fue en la de los setenta y profundicemos en Europa. Pero también existe el peligro de que veamos a nuestros socios europeos como una carga. El primer camino lleva a una nueva Europa, el segundo a la mera irrelevancia. 

lunes, 13 de diciembre de 2010

Sistema educativo

En esta semana pasada se ha vuelto a publicar el informe PISA. Y sus resultados, tanto para el conjunto de España como para nuestra comunidad, han vuelto a ser desastrosos. Nuestro sistema educativo básico, comparativamente con los de nuestros socios de la OCDE, funciona mal. Y es un hecho objetivo que exige, en mi opinión, un análisis no sólo más profundo, sino más diverso del que se ha producido. 

Para empezar, es necesario considerar que la educación, la trasmisión de conocimiento y valores, especialmente a la generación siguiente, se puede tratar de muchas formas, porque tiene dimensiones psicológicas, ideológicas, políticas, sociales y económicas. Unas dimensiones que no mide PISA, pues este estudio (véase en www.pisa.oecd.org) sólo dice, esencialmente, qué habilidades lectoras tienen nuestros adolescentes y qué nivel de conocimientos de matemáticas y de ciencias han adquirido. Unos campos que están relacionados, pues sin saber leer difícilmente se puede haber aprendido algo sobre ciencias. PISA mide, del conjunto de la educación, unos aspectos importantes y claves, pero no todos. Como los mide sólo en un momento temporal del proceso educativo, la adolescencia. Afirmando la importancia del informe, creo, sin embargo, que para analizar una actividad tan nuclear como la educación son necesarios muchos más datos, estudios más longitudinales (en distintos momentos educativos), con muestras más homogéneas. Sólo así tendríamos una visión más clara de cómo es nuestra educación. 

Más aún, hay un aspecto en el que el análisis es poco consistente, y es que no se considera la educación como el resultado de un proceso complejo en el que actúan más elementos que la escuela y algunos difusos elementos sociales. En mi opinión, hay tres sistemas que nos educan a lo largo de nuestra vida, participando más o menos intensamente en cada momento: la familia, la escuela y el entorno social (la "calle"). La familia es el primer agente educador que, a medida que vamos creciendo, va perdiendo importancia para transferirla, primero, a la escuela y, después, a la "calle". En los primeros quince años de nuestra vida, la educación no es sólo responsabilidad de la escuela, sino más determinantemente de la familia. Como en los siguientes quince siguientes tiene la escuela (Instituto, Universidad) un papel mucho más importante que la familia, al tiempo que el entorno social (amigos, medios de comunicación, trabajo, etc.) va adquiriendo protagonismo. Así pues, analizar los resultados PISA como resultados de la escuela y sus elementos (profesorado, organización, leyes, etc.) y no introducir a las familias como corresponsables de estos resultados es hacer un pobre análisis. Y basta un razonamiento sencillo: para que un joven de 15 años comprenda lo que lee ha debido de aprender a leer en la escuela, pero ha debido entrenar esa habilidad, no sólo en la escuela, sino en su tiempo en familia. En una familia en la que no hay libros, en la que los padres no leen, en la que los niños nunca leen un cuento en voz alta o no se valoran los conocimientos adquiridos en los libros, es mucho más probable que sus hijos adolescentes de 15 años no tengan la habilidad de la lectura comprensiva que en un entorno familiar justo al contrario. Dicho de otra forma, si, a igualdad de horas de lectura en clase, unos leen y otros no, lo más probable es que el problema, además de las diferencias personales, esté en el entorno familiar. Y más en un entorno familiar dimisionario en esta tarea educativa, pues su parte de responsabilidad se la suele ceder al otro agente educador: el entorno social. Un entorno social que, en edades tempranas, se reduce a la televisión y a las consolas. No, no educa sólo la escuela. También educa la familia y la sociedad en su conjunto. Si el informe PISA nos habla de desastre, mucho me temo que hay que buscar responsabilidades no sólo en la escuela, sino más allá de la escuela. O no resolveremos nunca la triste realidad que nos refleja.