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lunes, 24 de diciembre de 2012

Resistir

Después de un año de Gobierno Rajoy creo que tenemos elementos de juicio suficientes para hacernos una idea de cuál es su estilo de gobierno, qué objetivos persigue y cuáles son sus principales líneas de actuación. 

Mariano Rajoy es un político cuyo principal objetivo es ganar elecciones, no cambiar la realidad. Quizás por la forma en la que perdió las elecciones de 2004 (cuando las tenía ganadas), quizás porque Pedro Arriola influye mucho en el PP, quizás porque Rajoy es solo un político gris, el caso es que creo que el eje central de la acción política de Rajoy no es tanto resolver problemas cuanto ganar elecciones. De hecho, casi todas las decisiones del gobierno de este año se pueden explicar por ese objetivo y dos circunstancias: las elecciones autonómicas y la urgencia de la situación económica. 

Así, las primeras medidas del Gobierno estuvieron pensadas para, ajustando el déficit, no perder las elecciones andaluzas de marzo (subida del IRPF, congelación del sueldo de los funcionarios, tímida reforma laboral, etcétera); después se hicieron coincidir las elecciones gallegas con las vascas para minimizar el debate sobre el fin del terrorismo; y, finalmente, se ha aplazado un rescate suave (ya negociado) por la sorpresa de Mas de adelantar las elecciones catalanas. En estas citas electorales, cuyo calendario (salvo las gallegas) no controlaba, Rajoy ha tenido la suerte de no tener prácticamente contrincante, pues el PSOE es un partido a la deriva, sin análisis, sin discurso y sin liderazgo. Y, en las catalanas, el resultado ha dado lugar a un caos ingobernable que le da la oportunidad de ser la voz de la sensatez, al tiempo que las necesidades de financiación de la Generalitat le da un baza importante de negociación. Por su parte, las huelgas generales que se le han convocado o las permanentes protestas no han sido elementos que hayan influido en Rajoy, en gran medida porque las tenía descontadas y conoce las dificultades económicas de los sindicatos, su dependencia de los presupuestos y el desprestigio social que van acumulando. La situación económica es la otra preocupación de Rajoy. Creo que Rajoy intuye los problemas económicos y su gravedad, pero no tiene los conocimientos suficientes para comprenderlos y abordarlos con coherencia. En este sentido, su primer error ha sido no haber depositado su confianza en un superministro de economía (como hicieron González con Boyer o Aznar con Rato), sino asumir él esta responsabilidad. Por eso, la política económica que está desarrollando es parcial e incompleta. No comprende la necesidad de una profunda reforma estructural de nuestra economía, ni la situación en el mercado de trabajo, ni la insostenibilidad de las cuentas públicas, ni el exceso de intervencionismo. Rajoy no sabe economía y, por eso, toda su política económica se reduce a un par de indicadores: la prima de riesgo y la necesidad o no de pedir el rescate. Un par de indicadores que ha fiado, más que a sus decisiones, a las decisiones de otros: las elecciones italianas y su desenlace, los problemas de ajuste de Francia y la desaceleración alemana en año de elecciones. 

Estos son, en mi opinión, los dos ejes de la política española de este primer año de Gobierno Rajoy. Rajoy no tiene otro estilo de gobierno que el de la resistencia. No busca tanto cambiar la realidad, cuanto resistir y acomodarse. Por eso, para Rajoy, el año no ha sido tan malo, máxime si se tiene en cuenta que podría haber sido desastroso. 

El problema es que resistir no es irnos bien. Porque la crisis política no se está resolviendo (ni enfocando); la crisis económica no se está abordando correctamente; y, aunque de momento no estalle, la crisis social, una creciente dualidad con 5,8 millones de parados, se está acentuando. Y, en estas crisis, resistir no es suficiente, hay que tener imaginación e iniciativa. Dos cosas de las que carece Rajoy. Por eso, a la ciudadanía, paradójicamente, no nos queda otra que... resistir. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sector exterior

Casi a punto de cumplirse un año de Gobierno Rajoy me temo que su política económica tiene un discurso de "contable de manguitos y visera", no el de un gobierno al que se le ha dado una mayoría absoluta para que haga una reforma profunda de nuestra economía. 

Creo honradamente que el Gobierno no tiene un discurso económico claro, más allá del que "no hay dinero", "las deudas se pagan" y "hay que sanear el sistema financiero". Por las decisiones que el Gobierno va tomando, muy tímidas en muchas áreas (aunque con el mismo coste que si las tomaran con profundidad), parece que tiene la firme creencia de que todo se reduce a que la prima de riesgo baje de 300 puntos, de tal forma que no tengan que pedir el rescate, no vaya a ser que tengan que hacer alguna reforma de verdad. Ese estilo de Rajoy de aguantar esconde, en mi opinión, una increíble falta de imaginación y de estrategia, cuando eso, imaginar una economía diferente y saber cómo llegar a ella, es la esencia de la política económica. 

Es cierto que si la economía española quiere salir de la crisis (volver a crecer y crear empleo), tiene que disminuir su nivel de endeudamiento, tanto total como exterior. Pero esta disminución sólo se hará, y se hará tanto más rápidamente, cuanto antes disminuya ese endeudamiento (que ahora sólo se crece por el déficit público) y se inicie una senda de crecimiento económico. Por eso, una reforma en profundidad de nuestra administración pública (con reducción del gasto no productivo y reordenación de competencias de las administraciones) y de nuestro sistema impositivo (IRPF, Cotizaciones Sociales) es tan necesaria como urgente. Pero, al mismo tiempo, es necesaria una clara orientación de la política económica hacia el crecimiento. Y crecer, en estas circunstancias de ajuste de las familias y las administraciones, sólo lo podemos hacer si lo hacemos hacia el exterior. Un superávit exterior traería, además de una mejora de la posición financiera externa, un cambio sectorial importante, un mercado de trabajo diferente, una economía nueva. El sector exterior es, pues, clave en la salida de la crisis. 

Pero apostar por el sector exterior es mucho más que hacer discursos huecos sobre la internacionalización empresarial, montar una operación de márketing ("marca España") o fijar un voluntarista crecimiento de las exportaciones. Apostar por el crecimiento exterior empieza por luchar en serio contra la inflación, que está en el 2,9% (mientras la demanda interna está cayendo un -4%) y se traduce en un crecimiento de los precios de las exportaciones del 2,6% (cuando el coste laboral está disminuyendo el -3%). Apostar por el crecimiento exterior supone hacer una política industrial decidida y abierta, y una política energética coherente que suponga menos coste por unidad de PIB, al tiempo que nos hace menos dependientes. Apostar por el sector exterior supone hacer una fuerte inversión en capital humano para hacer más competitiva nuestra fuerza laboral. Apostar por el sector exterior supone una verdadera reforma del mercado laboral para flexibilizarlo y ligar salarios a productividad. Apostar por el sector exterior es defender a las empresas españolas y su seguridad jurídica en todo el mundo. Apostar por el sector exterior es ser conscientes (de una vez por todas) de que toda economía pequeña y sin dotación de recursos naturales (como es España) sólo puede crecer sostenidamente si tiene equilibrada su balanza de bienes y servicios, lo que implica mantener a raya los desequilibrios interiores de inflación, déficit y deudas. 

Apostar por el sector exterior es aceptar de que éste es mucho más que un recurso circunstancial porque no tenemos demanda interna, es pensar en una economía española muy diferente a la que tuvimos: más industrial, internacionalizada, equilibrada y competitiva. 

Pero para hacer esto se necesita una pizca de imaginación y, desde luego, una estrategia. Algo que no tiene una política económica de "contables antiguos", cuyo único objetivo es, sólo, aguantar.