A dos años vista de las Elecciones
Generales, pues no creo que el presidente Rajoy las vaya a convocar
antes, sería bueno que los partidos políticos fueran pensando propuestas
para la próxima legislatura, pues ésta es estéril. Estéril por la
pasividad de Rajoy, por la incapacidad de la oposición y porque todo
parece girar alrededor del monotema catalán.
Sin
embargo, sería interesante que los políticos fueran haciendo propuestas
para una legislatura, la del año 20, en la que ya no valdrán las mismas
que en el año 2016. Ya no estaremos en el sexto año de crisis, sino en
el sexto de la recuperación; hablar de recortes será cosa del pasado; el
paro habrá bajado al entorno del 13%; la cuestión catalana se habrá
enquistado (o nos habrá aniquilado por aburrimiento); la conciencia de
la desigualdad de renta y de oportunidades será mayor; la cuestión de la
violencia de género será crítica; la construcción europea volverá a
importarnos, etc. La situación política de dentro de dos años no será la
que llevó a los movimientos sociales y a la crisis institucional,
porque ya ni siquiera hoy es la misma. Plantear una revolución será cosa
del pasado.
Desde
una perspectiva económica, España ya habrá superado la crisis, ya que
todos los indicadores de actividad, equilibrios y expectativas serán
positivos, pues ya lo son hoy. Pero esto no significará que la economía
española crezca de una forma sana, ni que haya superado todos los
problemas estructurales de los que adolece desde antes de la crisis.
Y
es que la economía española está creciendo «dopada», por lo que sus
fundamentos de crecimiento no son sanos. Dopada por los estímulos
monetarios que nos llegan desde Europa y dopada por una política fiscal
expansiva. Dos políticas macroeconómicas que no se pueden sostener en el
largo plazo, pues no es sostenible mantener tipos de interés cercanos
al cero, ya que se generan burbujas financieras (efectos Friedman, en
términos técnicos), como no es sostenible un Sector Público con déficits
permanentes, y menos con niveles de deuda superiores al 100% del PIB,
pues lleva bien a subidas excesivas de impuestos (equivalencia
ricardiana, en términos técnicos), bien al rescate (y de paso a la
banca, pues es la que compra deuda pública), y, en ambos casos, a una
nueva crisis. La política económica española, y esa sería la primera
tarea, ha de ir encaminando a la economía española hacia un crecimiento
sano, controlando los niveles de burbujas y retirando suavemente los
estímulos fiscales.
Las
siguientes tareas, que se pueden abordar simultáneamente, serían una
profunda reforma del mercado de trabajo, una reestructuración del gasto
público, una nueva arquitectura fiscal y una política de competencia y
unidad de mercado racional que fije criterios para la regulación.
La
necesidad de reforma del marco institucional de nuestro mercado de
trabajo es una obviedad a poco que se considere que somos, desde hace
más de 30 años, una de las economías desarrolladas con mayor tasa de
paro. Como es necesaria una reestructuración del gasto público
(incluyendo las pensiones) que se adapte a las necesidades de una
población que envejece y se hace diversa y que lo haga eficaz en la
lucha contra la pobreza y la marginación. Como es imprescindible una
nueva arquitectura fiscal que, siendo neutral para el crecimiento, sea
suficiente y progresiva. Como necesitamos una política de regulación que
haga funcionar los mercados regulados (energía, etcétera) y no
interfiera en los demás. Si, además de esto, los políticos tuvieran
propuestas sobre la estructura competencial (base de la financiación
autonómica) y de coordinación entre las administraciones, igual la
economía española podría soñar, no solo en superar la crisis desde una
perspectiva macroeconómica, sino en converger con Europa. Pero mucho me
temo que no tendremos propuestas, pues el PP esconde tras su silencio
una carencia absoluta de ideas, el PSOE solo tiene ocurrencias
populistas, Podemos-IU andan perdidos en su retórica asamblearia y
Ciudadanos está seleccionando personal.
29 de enero de 2018